El amor es frágil y efímero aún cuando ha durado décadas en Ilusiones, la nueva obra dirigida por Cristian Magaloni del escritor polaco Ivan Vyrypaev, donde las convenciones de la escena se transforman en maqueta y la historia de dos parejas octogenarias te llena de risa y ternura para eventualmente descorazonarte. Como tantas veces lo hace el amor.
Ilusiones no toma el clásico camino del teatro tradicional. No para a sus actores en el escenario a actuar una escena -que bien podría hacerlo- pero los coloca detrás de muñecos adentro de un diorama para volverse narradores de dicho relato sin montaje de cada escenario, pero sí una historia tan real, tan cruda, tan conmovedora que lo que menos termina por importar es si nuestro elenco está o no interpretando a los personajes o meramente prestándole voz a sus memorias, porque de cualquier manera lo que tienen que compartir es hermoso, y Magaloni encuentra varias formas de jugar con este… vacío, si queremos llamarle de algún modo, para llevar vida a dos historias que realmente jamás vemos suceder.
En el escenario, cuatro actores, dos mujeres (Paola Arrioja y Adriana Montes De Oca) y dos hombres (Carlos Patrick Casanova y Xavier García), y un pianista en una consola (Leo Soqui) se turnan para narrar dos historias entrelazadas de parejas que han vivido hasta sus más de ochenta años, y ya cerca del final de sus vidas, enmarañan lo que hasta ese entonces habían sido para ellos historias de amor con final feliz, para terminar empañando lo que por décadas los había mantenido cálidos y seguros, y transformarlo, hasta esos últimos momentos… tal vez en amores no correspondidos, tal vez en decepciones, tal vez en traiciones.
Sandra en sus últimos minutos de vida le confiesa a Dani, su esposo, que siempre amó a Alberto, su mejor amigo. Y de ahí la bola de nieve se vuelve imparable porque entonces Alberto le dice a su esposa de toda la vida, la que tiene un gran sentido del humor, Margarita, que tal vez siempre amó a Sandra y no a ella, que quizá a ella sólo la ha querido; y entonces Margarita, con su gran sentido del humor bromea sobre haber tenido un amorío con Dani todas estas décadas, pero se le olvida mencionar que la mentira es broma, y Dani recuerda aquél momento en sus 30’s donde Margarita en efecto le movía el tapete y ya no sabía si amaba a la mujer de su mejor amigo o a su propia esposa.
Ilusiones no toma bandos. Ni siquiera indaga en si se puede amar a dos personas de manera simultánea. La cuestión que Vyrypaev quiere arañar tiene que ver con el tiempo, la permanencia, lo quebrantable de aquello que consideramos lo más seguro, los amores de la vida, pero que al final del día no dejan de ser un acto de fe, y arena al momento de desvanecerse tan fácilmente como alguna vez crearon castillos.
Lo que Paola Arrioja, Carlos Patrick Casanova, Adriana Montes De Oca y Xavier García tienen que contar es hermoso, porque sí lo es a pesar de ser desastroso, es bello en su absoluta honestidad. En el entendimiento del acto de amar hasta convertir en cómplice a tu pareja, la que por años y años será tu compañera de vida más allá de cualquier químico y mariposa en el estómago; y la forma en la que somos nuevamente adolescentes así tengamos 90 cuando nos enfrentamos a un amor no correspondido, a que alguien tenga la capacidad de rompernos por dentro con sus palabras, con dar un pasito para atrás, con regalarle su cariño a otra persona. Ilusiones pinta un paraíso de posibles felices para siempre y luego con el peso de la realidad que nos llega a todos eventualmente, pisotea lo cuidadosamente construido por años.
Y es verdad que en el uso de una maqueta para situar una escena a través de muñecos, Cristian Magaloni se enfrentaba contra la posibilidad de monotonía o falta de un atractivo visual que diera color a lo contado, pero lo soluciona de manera inteligente. Primero crea viñetas con su escenografía (a cargo de Fernanda García), a partir de la cual juega con cuadros donde una pareja, cualquier pareja vive momentos lindos y ordinarios, y luego va creciendo lo llamativo hasta llegar al punto emotivo: con burbujas de jabón, un globo terráqueo que cae del cielo recordándonos que el mundo es blando, un bellísimo momento donde Adriana interpreta «Piensa en Mí» de Luz Casal al darse cuenta que quizá su esposo nunca realmente va a estar en la misma sintonía que ella, y finalmente con un último cuadro, un cielo estrellado que -nuevamente- con la mano de Fernanda García, ahora en iluminación, se vuelve potente y llegador. Llena de lágrimas los ojitos.
Y abrazando la presencia de los actores, no como personajes, sino como cuenta cuentos, le permite al elenco liberarse no sólo de la cuarta pared, pero de una interacción entre ellos que tendría que venir desde la ficción y no la amistad coloquial, y preparar escenas y momentos como lo harían cualquieres otros que se la están pasando bien contando un relato. La comunicación de todos con Leo Soqui, siempre sentadito en su piano, tiene mucho de simpática y nos permite situarnos en presente. Recordarnos que la historia de Dani, Sandra, Margarita y Alberto no es más que una historia. Pero una que podría ser la de quién sea, por eso los muñequitos no tienen cara, el amor y el desamor y las anécdotas que los acompañan nos pertenecen a todos.
Ilusiones es atípica en su formato, pero no por ello menos teatral. Y las interpretaciones de los cuatro actores desde este lugar de terceras personas pero invertidos en cada palabra que se está diciendo son tan profundas e intensas como si la interpretación los requiriera tomar la piel de esos personajes. Un vuelvo al acting que tenemos entendido como el más tradicional de todos, pero definitivamente no el único. La presencia del teatro dentro del teatro. Del escenario a la maqueta. Historia encima de historia.
Hay dos frases que se repiten seguido en el texto, una es «El amor no puede ser amor si no es correspondido», una tesis que se va poniendo a prueba conforme las confesiones entre las parejas rompen con la noción de que tal vez aquello que se llamó amor fue una falacia; y una aún más contundente, la que se va contigo cuando sales de la sala, «¿No debería haber un mínimo de constancia en este universo inmenso y cambiante?», porque sí, lo menos que anhelamos de una vida sobre la cual realmente tenemos poco control es que aquello que consideramos estable, constante, sólido, no salga volando al primer soplido de lobo para dejarnos abrazados de un montón de aire lleno de incertidumbre y sintiéndonos chiquitos, pequeñitos, diminutos en un universo inexplicable que tiene la capacidad de hacerte sentir muy solo.
Ilusiones es para ir a reír, a cantar, a tocarte tu corazoncito y escucharlo latir, a llorar. A recordar a alguien que se fue, a alguien que todavía está, pero no como uno quisiera que esté. A pensar en las palabras que no se dijeron, las respuestas que no se escucharon. A agradecer por los que caminan a nuestro lado, amigos y amores, por los que alguna vez lo hicieron, por los secretos que hemos decidido guardar, y las decisiones lógicas que se contraponen al romance tantas veces pero nos protegen de cometer daños irreparables. Ilusiones es distinta y es bella. Es atinada y a momentos demasiado real. Es divertidísima y melancólica. Es una maqueta de este mundo donde nos tocó vivir que jamás nos enseña a mantener el corazón quieto pasen los años que pasen.
Ilusiones se presenta viernes, sábados y domingos en Teatro Milán.