Una comedia romántica al más puro estilo peculiar y cínico de Zoe Kazan, Trudy y Max Se Enamoran no es una obra para creer en el amor, sino para entender que a pesar de la edad, el éxito y la falsa noción de estabilidad, cuando el corazón quiere jugar con nosotros, no tenemos de otra más que convertirnos en su yo-yo.
La Teatrería se ha ido convirtiendo en el espacio donde las comedias románticas teatreras encuentran su hogar, pero con Trudy y Max Se Enamoran es la primera vez que recibe un texto de Zoe Kazan (Ruby Sparks) cuya visión del amor, lejos del cliché y lo cursi, está empapada de acidez y una absoluta sensación de inmadurez emocional que se percibe mucho más real que los gestos de amor grandilocuentes hacia donde se suelen ir otros. Y que refrescante tenerla tan cerquita.
Trudy y Max se conocen en un co-working para escritores, ella está empezando su carrera escribiendo novelas adolescentes, y él ya tiene un cierto nombre y una cierta fama, y en toda honestidad, nada reciente. Ella es extrovertida, tal vez demasiado, verborréica y amigable, pero distante…un peligro; él, mucho más serio, pausado y sutilmente seductor. Lo que inicia como una amistad entre dos personas muy diferentes, poco a poco se va transformando en un flechazo de enamoramiento. Pero hay un problema… ella está casada, y aunque su esposo se la vive de viaje y ella lo conoció demasiado joven como para entender el amor, tampoco está segura de querer dejarlo.
Trudy y Max Se Enamoran se vive a través de viñetas. Instantes de convivencia entre estos dos perfectos desconocidos que poco a poco van encontrando en sus muy distintas maneras de ser algo que los conecta y los complementa. De diálogo veloz e ingenioso, y muchas referencias a la cultura pop, la puesta está repleta de momentos de franca carcajada, líneas que uno quisiera poderse memorizar, escenas tiernas si bien furtivas, e inevitables pasos en falso que llevan a decepciones y uno que otro momento en el que se alcanza a escuchar como al público se le rompe el corazón desde sus butacas.
Yulleni Vertti (director) elige a Zayda Alluet y Miguel Soto en sus roles principales, y en hacerlo cae en una cierta frialdad evitable. La química no se desborda entre ellos y hay en definitiva una ausencia de chispas en el aire, no que no estén escritas en texto, pero que no terminan de suceder en escena. De escuelas muy distintas y tonos ajenos, Miguel trabaja desde un lugar mucho más honesto y completamente lejos de toda farsa, mientras Zayda entra galopando a demasiada velocidad y se atora en escuchar al resto de sus compañeros.
En un intento por conseguir eso que vuelve a Trudy desapegada y amurallada, disfrazada de estridencia y falta de frenos, Zayda Alluet olvida que a pesar de tener a un personaje que va a 500 por hora, su presencia en escena tiene que sostenerse en presente, y buscar emocionalidad tan a la medida como encuentra la perspicacia de Trudy, la inteligencia. Las escenas funcionan, estan muy bien escritas, y al final la historia sí se hace paso tocando los nervios correctos, encontrando su comedia y sosteniendo un montaje que bien que mal dura sus buenas dos horas.
También es cierto que la obra tiene dos ases fuertísimos bajo la manga. Nacho Riva Palacio y Mariana Cabrera interpretan a una serie de personajes secundarios y su presencia es francamente estimulante. Yulleni Vertti lleva a estos incidentales, ahí sí a la farsa cómica, pero lo hace con suficiente tino, y junto con sus actores moldea tan adecuadamente a cada personaje de reparto, que las varias veces que Nacho y Mariana aparecen en escena se siente como la bajada en picada de una montaña rusa. Una sensación emocionantísima que termina en risotada, y que pinta de colores explosivos el montaje.
Inteligente también el diseño de escenografía de Antonio Saucedo. Un sólo carrito transformer que de manera simple pero efectiva hace las veces de café, de bar, de clínica de terapia, casa y hasta calle. Con una maleabilidad que le permite a los actores interactuar orgánicamente con el aparato sin jamás sentirse como una tarea escénica que rompa la ficción, y que además, a momentos, se convierte en gag cuando bajan letreritos que se descuelgan del techo y Vertti los utiliza para obviar su presencia abstracta y regalar pequeños gestos de comedia.
Y dada la absoluta necesidad de transiciones para colocar esa misma escenografía en su nueva forma, Yulleni Vertti hace uso de divertidas coreografías que suman a la escena que sigue, como una especie de prólogo, musicalizadas además con ese tipo de beat, ese tipo de jazz, que uno reconoce como inmediatamente niuyorkino, que a final del día, la historia sucede en Nueva York y se siente profundamente de esa ciudad donde los escritores viven inesperadas historias de amor que no tienen manera de librarse del caos que envuelve todo en la Gran Manzana. Brooklyniana de principio a fin.
Trudy y Max Se Enamoran es una copita de vino en una terraza, el tipo de obra sin pretenciones para ir a pasar un buen rato, reír de lo torpes que nos vuelve el amor, su capacidad única de robarnos el temple. La enorme cantidad de malas decisiones que tomamos cuando estamos en caliente, y para disfrutar a aullidos de un Nacho Riva Palacio y una Mariana Cabrera, cuya bobería se queda contigo ya estando en la banqueta y buscando tu coche. Una historia de Nueva York hospedada en la colonia Roma que deja plasmada una sonrisa y te hace querer enamorarte en un café… aunque sea de manera pasajera.
Trudy y Max Se Enamoran se presenta los martes a las 8:30pm en La Teatrería.