A través de la caricatura una serie de personajes grotescos exponen lo absurdo de nuestro mundo, desde el pomposismo de la creación artística y sus premiaciones, hasta el vómito de ideas demasiado «progresistas» para la sociedad, pasando por la locura del presunto amor en redes sociales y el falso activismo. Dibujos Animados Para No Sentir Dolor toma los lugares comunes que ubicamos de las clásicas Merry Melodies para darles un twist perturbantemente cínico.
Looney Tunes toma todo un nuevo significado en el Teatro Casa De la Paz con Dibujos Animados Para No Sentir Dolor de Vera Rivas, una obra que se adueña de la locura e irreverencia de los -tal cual- dibujos animados de ayer y hoy para resignificar estas usualmente entrañables visiones como críticos ácidos de nuestra realidad.
La obra funciona como una serie de viñetas, digamos caricaturas, cada una más ridícula que la anterior, con un sólo propósito: evidenciar las incoherencias que habitamos como seres de carne y hueso. Así, un hombre con el dedo crecido porque está ligado a su corazón (así que debe ser bueno y elegido) se decide a manifestarse contra la autoridad del Reino desde un lugar mesáico, hasta que la sale el tiro por la culata; dos maestrazos en pañales de bebé discuten sobre el mérito de la creación artística mientras dos rabiosos perros se asesinan entre ellos a la distancia por un aro dorado, notoriamente un Premio Metro; un pretencioso caballo vomita una idea genial, tal vez demasiado adelantada a su época, se cuestiona, en una cubeta ante la mirada ambiciosa de su mujer, un zorro; tres dummies con sus casquitos para probar choques y trajes de baño porque hay que nadar para encontrar esos peces en el mar, crean perfiles en redes para encontrar el amor desde la consistente falta de lógica de sus ávatares sólo para descubrir que el que tropieza con la misma piedra y voluntariamente continúa está loco por definición, etc.
Vera Rivas (dramaturgia y dirección) se inspira en esos personajes 2D de antaño, no los dibujos animados de hoy en día, pero los de los cortos setenteros de las Silly Symphony de Walt Disney o las Merry Melodies de la Warner, ésos que usaban lo antropomórfico para presentar situaciones humanas, en manos de animalitos o figuras exageradas. Porque es más fácil hablar de realidades si las disfrazamos con bobería, eso siempre ha sido cierto, y les permitimos enloquecer hasta celebrarlo. ¿No eran eso los Animaniacs en su momento?
De ahí que con poco, Dibujos Animados Para No Sentir Dolor, crea guiños a esos cuadros que tenemos muy presentes de la televisión de nuestra infancia. Y con una diadema de orejitas, un mandil de taquero, una bolsa de papel en la cabeza podemos visualizar entera la caricatura, que una vez realizada como personaje puede trabajar desde el ridículo para alumbrar un discurso que es todo menos incoherente. Entonces un bebé intelectual puede matar a golpes con una estatuilla del Oscar a otro más de esos personajes a los que «en realidad no les pasa nada», que es algo que perfectamente hubiera hecho Baby Herman en Roger Rabbit, mientras las cámaras graban y todo se proyecta, distanciándonos siempre del presente que se siente real y verdadero a través de las pantallas.
Vera Rivas equilibra muy bien el concepto de su premisa con lo que quiere decir. No crea un festín visual recargado en la recreación de un mundo de caricatura, lo simplifica, y deja que sean las palabras las que terminen de rellenar los muchos espacios y lo hagan certero. Tanto así que toda una de sus viñetas sucede sin acción o vocablo, tres burritos se paran castigados al fondo del salón, mientras al fondo se proyecta el texto de la escena para que el público lo lea, que tanta falta hace, y todo se lo imaginen sin mayor trazo o montaje. Inteligente, si me lo preguntan a mí, si bien inevitablemente capcioso.
Haciendo funcionar a estos personajes fársicos y grandotes, y estos textos complejos y cargados, los tres actores de la puesta: Mariana Batista, Diego Martínez Villa y Omar Silva se intercalan las escenas francamente divertidos. Ellos, primero que nosotros público, disfrutando de su candidez y la libertad de estar en zapatos que ya no son ni zapatos, son pezuñas. Trabajando desde lo ácido y lo pícaro, continuamente en la línea de lo pasado, pero sabiendo malabarear el difícil balance entre caricatura con intención y propósito, y botarga estridente y estereotípica. Dibujos Animados Para No Sentir Dolor llega a los lugares que busca en gran medida porque su elenco se toma en serio lo risible. Y tiene timing. Los tres. Perfecto timing.
Dibujos Animados Para No Sentir Dolor no es una obra fácil, un trago que pasa deslizándose por la garganta tan ligero como entró, definitivamente no. Es un trabajo que hay que rumiar. Que te pide mantener ojos y oídos abiertos para cachar lo mucho que quiere decir en donde jamás se detiene a explicar. Un concepto para enchufar el cerebro cuya virtud es que se puede hablar por horas saliendo, encontrar recovecos, reflexionar largo y tendido si tan sólo una sola de las viñetas. Una obra que para cuando ha cerrado el telón, en realidad, no te deja con un «Eso es to-eso es to-eso es todo amigos», sino más con un letrerito de «Continuará».