Una obra familiar para enseñarles a los niños los distintos elementos que conforman el teatro, La Mecánica De Los Sueños es un viaje a bordo de un barco pirata, con focas cantoras y fantasmas metaleros que nos recuerdan que la magia del teatro es eso… magia con trucos, ordinarios para crear lo extraordinario, y que basta con tomar un papel y una pluma y dejar volar la imaginación para germinar vida lista para echar raíces en un escenario.
¿Qué obtienes cuando mezclas la creatividad de un diseñador de iluminación, un diseñador de escenografía, una diseñadora de vestuario y lo mezclas con las ganas de mostrarle a los niños cómo es que sucede la fantasía del teatro? El resultado es La Mecánica De Los Sueños, de la mente de Matías Gorlero, Félix Arroyo y Giselle Sandiel, con alter egos dentro de la ficción (de los cuales hablaré más adelante), que arman todo un viaje náutico a lugares simpáticos e inesperados para dar personalidad y pertinencia a cada elemento teatral, desde el texto, la dirección y el elenco, hasta, claro, la iluminación, el vestuario y la tramoya.
Pero La Mecánica De Los Sueños no es una clase de escuela ni se siente como tal, sino una saga… una odisea a bordo del «Quítate-que-ai-te-voy», un barco pirata navegado por coloridos personajes camino a la Isla de los Fantasmas de los Teatros Olvidados; que aunque Matías, Félix y Giselle fueron los que dieron génesis al concepto (y lo acompañan con sus respectivos diseños), es a través de la dramaturgia de Saúl Enríquez y Mariana Hartasanchez, y la dirección de la misma Mariana que el montaje toma forma desde un lugar gracioso, lúdico y sí, a instantes espectacular.
Harta de contar la misma historia por más de 400 años, la Bucanera (Astrid Mariel), Capitana de esta tripulación, completamente ignorante de la presencia de un público frente a ella, a los que termina por ver como un monstruo de cientos de cabecitas (tal vez decenas, dependiendo de qué tan lleno esté el teatro), está lista para tirar la toalla hasta que su fiel asistente Prolegómeno (Carlos Alexis) le propone crear un nuevo relato. De cero. Ahí mismo con la ayuda de la audiencia. Escribir algo distinto. Diferente. Y a regañadientes la Bucanera acepta, convirtiéndose en dramaturga de la ficción que a partir de ese momento, y a través de la magia de su pluma, comienza a tomar posesión de su teatro.
Sus piratas -o deberíamos decir, sus actores- no están felices con el cambio, por supuesto, y se resisten a dejar los roles que por cientos de años los han mantenido cómodos dentro de un sólo personaje, aunque ese personaje sea una bolsa de plástico o caca; pero eventualmente se adaptan desde sus personalidades también muy histriónicas: la diligente eterna obediente de su directora (Margarita Lozano), la diva tespiana con necesidad de protagonismo (Angie Bauter), el actor de carácter lleno de inseguridades (José Grillet), y los que están ahí para divertirse porque entienden que el teatro es juego (Daniel Berthier y Priscilla Rosado), y juntos intentan tomar timón del nuevo rumbo de esta próxima historia que continuamente amenaza con volcarse sobre sus propias narices.
Perseguidos por un Robalo Melodramático gigante que ha comido demasiados pensamientos humanos y complejos por culpa de una payasa poeta, y ahora es emocionalmente inestable, terminan por anclar en la Isla de los Fantasmas de Los Teatros Olvidados, donde en efecto tres espíritus, como los de Charles Dickens, pero rockeros, los ayudan a elevar su pequeño teatro, a través del poder de la iluminación, la tramoya y el vestuario, para hacerlos ver que el teatro está lleno de posibilidades, y que aquella hoja en blanco con la que se enfrenta la Bucanera no es algo que temer, pero que celebrar.
Si suena barroco es porque lo es. La Mecánica De Los Sueños navega en el delicado oleaje entre lo caótico sin pies ni cabeza, y lo recargado pero fantástico, y a veces las olas los llevan a estrellarse de un lado y del otro. La obra tiene momentos geniales, la mayoría de ellos concentrados en el universo de los piratas, donde los actores contruyen de manera bella y simpática a sus navegantes, a los que da emoción acompañar en esta aventura; pero de pronto se tambalea cuando de piratas pasamos a fantasmas metaleros, como salidos de Moderato pero con la personalidad de Alex Lora, y la textura del montaje se rompe intentando compaginar dos conceptos que no terminan de embonar del todo.
Siendo que el folclor del pirata y los tantos mares por los que un barco de este estilo pudiera atravesar, no deja de ser un tanto desarticulado que el glam rock ochentero tome posesión del Teatro Julio Castillo sólo por un segmento del montaje, y vire la personalidad de la obra momentáneamente a una cosa que, en toda honestidad, no es ni la mitad de divertida de lo que venía siendo hasta ese momento. Y aunque son los fantasmas metaleros (esos alter egos de Matías, Félix y Giselle) los que se encargan de instruir sobre iluminación, tramoya y vestuario, y su lección tiene mucho de emocionante, los personajes no dejan de parecer salidos de otro cuento, otra historia… otra obra, que inevitablemente se sienten como un teatrus interruptus.
Un tropiezo, que además se establece con una transición demasiado larga, en una puesta que de otro modo es disfrute puro. Un elenco sólido que hace precioso uso de Daniel Berthier, al que se le permite crear tres personajes completamente distintos, cada uno tan hilarante como el que sigue en su pirata, su payaso y su rockero, y que es constantemente el As bajo la manga de La Mecánica De Los Sueños. Pero que es precisamente en su diseño de producción y eso que devoramos con la mirada que la obra triunfa en grande y se vuelve magia teatrera en su estado más vital.
El diseño del Robalo Melodramático en un 2D de cuento, recordándonos a esas bestias marítimas de los mapas antiguos, movido por varas que lo hacen nadar de manera imponente al fondo; la capacidad de tomar los más sencillos props y que en manos de José Grillet se vuelvan caracterización zoomórfica divertidísima; la forma en la que pequeños sonidos crean a personajes redondos, los payasos por ejemplo, que pudieran sólo soltar su primera pequeña risa y ya sabemos quiénes son en su enteridad; una bella lluvia de hojas listas para converitrse en historias; que la iluminación pueda venir de robótica o de velas y cada cual tenga su momento y su lugar, la interacción con los niños que nunca deja de ser una constante en la obra y hacen del público un último personaje. La Mecánica De Los Sueños es teatro en toda la extensión de la palabra, y una celebración al quehacer teatral.
Alborotante sin duda y aún con espacio para edición, la sensación de ir a ver La Mecánica De Los Sueños es la de estar en presencia de creatividad en su estado más puro. Nos regala risas, asombro, personajes ultra memorables, interacción compartida. Para los niños podrá ser un cuento de piratas chistosos que les permite dar un primer paso a qué y cómo se come el teatro; pero para los adultos y teatreros consolidados sí es esa cartita de amor al arte y la profesión, y una que tiene guiños increíbles y gags personalizados que para el que está poniendo atención Saúl Enríquez y Mariana Hartasánchez tienen mucho que codearnos y decirnos, «¿viste, viste lo que hice ahí?», y sí, sí vimos. Y cómo lo disfrutamos.