Con Hilos, Abi Zakarian busca cuestionar el rol de la mujer en una sociedad machista y violenta, a través de un monológo sobre los distintos tipos de abuso y comportamientos nocivos, que no logra eludir del todo sus propias trampas y acaba por estereotipar principalmente a sus personajes femeninos.
En inglés, «Fabric» (nombre original del monólogo) es una palabra que se usa para referirse al material del que están hechas todas las cosas, de ahí que se puede hablar de «fabric of the universe», por ejemplo. En el caso específico de Hilos, la noción no es meramente sobre el telar, pero sobre aquello que configura el ser mujer. Lo invisible, lo de adentro. Lo que se arma, se desarma, se deshace a veces, pero tiene capacidad de volver a tejerse cuando la persona parece estar en pedazos.
Pero además, haciendo referencia a la ropa que habitamos y que nos construye una imagen ante los demás, Abi Zakarian (dramaturga) va entretejiendo las memorias de Ema a través de atuendos que ella recuerda en otras personas o en ella misma. Y Alejandra Ambrosi y Gabriel Mata (co-directores) complementan el juego utilizando entre la poca utilería del montaje, prendas de ropa a través de las cuales, Ema se transporta a momentos o a lugares: un traje sastre que la hace pensar en su suegra, un vestido de novia que no le trae el mejor de los recuerdos, una bufandita gris que la llena de nostalgia sobre su abuela.
Ema no es una mujer distinta a muchas otras y su historia termina por ser representativa de las vivencias de muchas, en una u otra forma. En pequeños detalles que no dejan de ser un pesar, en dinámicas de relación, en abusos que se han ahogado en silencio, o en violencias que han sido expuestas sólo para ser ignoradas o, peor aún, tipificadas y culpabilizadas.
Durante gran parte del monólogo su historia pareciera ser una de amor. Ema trabaja en una tienda de ropa donde conoce a un cliente del que termina por enamorarse. De clases diferentes, sin ser eso algo que parezca molestarle excepto a su suegra, la relación fluye viento en popa hasta el momento en que deciden casarse. Su noche de bodas no es la esperada, luego de que él sin consentimiento decida tener sexo anal, que ella no detiene, pero definitivamente no disfruta, y una vez juntos comienza a enfrentarse contra el clásico juicio de una familia que no puede esperar por verla embaraza. El paso lógico y urgente.
Una serie de micro machismos y actos de misoginia normalizada marcan la mayoría de sus relaciones, no sólo la de pareja, pero con su madre, su hermana, con ella misma en muchos sentidos. Y conforme vemos el relato desenvolverse nos vemos interrumpidos por mensajes en una contestadora que nos previenen de un futuro aún más problemático. Clímax que pareciera llegar tarde a la historia cuando es sin duda el centro de la trama y el punto álgido del argumento. Un momento de abuso sexual que se da al calor de la copas y que lleva a Ema a enfrentarse a una denuncia que termina por dejarla sola, sin nadie de su lado. El verdadero catalizador de Hilos.
Zakarian termina por dejar entrar este instante que da razón de ser a la obra tarde, muy tarde. Durante mucho tiempo pasamos de una escena a otra en un relato que si bien pretende dejar claro que las agresiones no suceden sólo cuando hay una violencia física, pierde demasiado tiempo en situaciones mucho más intrascendentales que recortadas llegarían de manera más certera al conflicto central, y le permitirían al monólogo darle peso y cuerpo a un caso que es vivencia de muchas mujeres, no sólo de abuso, pero de oídos sordos ante la necesidad de denunciar, de castigar, de conseguir apoyo entre sus familiares y amigos, de ser escuchadas y no villanizadas. Pero Ema se enfrenta a esto sólo al final. Ya muy para el final.
Alejandra Ambrosi aborda a Ema desde la infantilización. Una voz chiqueada y una narración como de cuento para niños hacen que muchos de los golpes de la historia pierdan madurez. Pasen desapercibidos en este cuento de hadas que, sí, Ema se está contando quizá a ella misma, pero que al momento de volverse una voz hacia la audiencia debería de recibirse con mucha mayor verdad. Irse transformando para soltar aquello de la idealización y empezar a retratar una realidad sin maquillaje. Que, repito, es una realidad para muchas allá afuera.
Pero el verdadero problema de Hilos se encuentra en su dramaturgia. Una que está marcada por la necesidad de su autora de exponer el abuso machista, pero que no para de enfrentar a personajes femeninos contra personajes femeninos, de la forma en la que la ficción del hombre lleva haciendo por décadas, y que a estas alturas no deja de ser un marcado y tóxico estereotipo. Suegra contra nuera, madre contra hija, hermana contra hermana, llegado el momento de la denuncia, es incluso la mejor amiga la que rechaza a Ema en su petición de ser testigo básicamente argumentando hartazgo. Personajes femeninos, empezando por la protagonista, escritos desde la mirada masculina de una autora que no logra del todo deshacerse de arquetipos viejos y percepciones de pronto moraliñas e inesperadamente conservadoras sobre el sexo y hasta la forma de vestir.
Y si, Alejandra Ambrosi tiene absoluto carisma y llena Hilos de una ternura muy particular que funciona en muchos momentos, conmueve y duele en otros; pero es esa misma lindura la que le impide a Ema realmente sobreponerse a haber pasado por lo peor para construirse como una mujer nueva. Ema jamás pierde la fragilidad, porque Ambrosi le ha dado demasiada como para poderla solidificar. Parada en medio del escenario, sosteniendo hilos rojos sobre las manos, los hilos que vuelve a tener en su control para rearmarse, aún cuando escénicamente la visión es hermosa, Ema pareciera sostenida en pie por milagro, no una mujer agarrando las riendas de una vida que le vuelve a pertenecer por fuerza de caracter.