Daniel Giménez Cacho transforma en drama teatral lo naturalista de Strindberg con Juan y Julia Nunca Supieron Cómo, una re-adaptación de Señorita Julia que hace obvio lo ya muy obvio para sobreexplicar la multitud de temas relacionados con clasismo y machismo, y el pudor sexual de una clase alta que sólo gusta de pretender decencia, cuando el poder le resulta tan erótico.
Daniel Giménez Cacho está de vuelta en la silla de director, ahora para la Compañía Nacional de Teatro, con una nueva visión al clásico de Strindberg, Señorita Julia, adaptado por Juan Carlos Franco para desmenuzar, quizá demasiado, quizá innecesario, los tópicos en la historia original sobre guerra de poder y batalla de clases en la que una impúdica Julia osa verse atraída por el valet de su padre, y peor aún -como mujer- a seducirlo.
Juan y Julia Nunca Supieron Cómo no deja gajo sin pelar cuando de subtexto y sutileza se trata, y muy cómo harían los mismos Juan y Julia en un arrebato de deseo y odio internalizado, lo avienta todo sobre la mesa. Soliloquios sobre clasismo, racismo, misogonia, feminismo, temas que el mismo Strindberg ya tocaba en 1888 mucho antes de que estuvieran en boca de todos, se convierten en grandes discursos de palabras altisonantes y expresiones grandilocuentes, y se dan de comer a la audiencia en cucharita y en la boca para que quede más que claro de qué va Señorita Julia. Un detalle de la adaptación de Juan Carlos Franco que no deja de sentirse como aquellos libros explicativos «for dummies».
En la cocina de la adinerada Julia, Juan y Cristina se ven sorprendidos por la llegada de la patrona quién ha decidido abandonar su fiesta de Año Nuevo para mejor pedirle a Juan que baile con ella, lejos de los de «su clase». Lo que inicia como una negativa con pudor y un «aguas» por parte de Cristina a su prometido, se va convirtiendo en un intercambio seductor de propuestas y negociaciones entre Juan y Julia que conducidos por sus propios rencores, inseguridades disfrazadas de soberbia y odios de género o clase se van calentando de todas las formas posibles hasta cometer un acto inaceptable para el tipo de casa en el que vive Julia, y acostarse. Todo en nombre de poder sobre el otro.
Luego de ser cachados por Cristina, Juan y Julia planean huir para poner un hotel en las montañas, uno que le ofrezca a Julia libertad y a Juan autonomía…riqueza tal vez, ¿pero pueden? ¿Pueden realmente deshacerse de las cadenas con las que nacieron y que históricamente los mantienen anclados a su irreparable génesis?
Aquello que August Strindberg escribió con toda intención naturalista, Daniel Giménez Cacho convierte en una danza dramática y ostentosa donde Julia se sube a las mesas para vociferar, Juan asesina halcones con las manos y Cristina arranca corazones del pecho de venados para apretar en sus manos como una afronta a Artemisa. Juan y Julia Nunca Supieron Cómo es su propio invento, uno que mantiene la carcasa original de Strindberg, pero que luego juega a evolucionar hacia lugares no siempre comprensibles.
En la misma obra se burlan de no saber en qué época o dónde está situada esta escena que a veces pareciera pertenecer a los 1800 en su recato, pero otras, incluso en su vocabulario se siente absolutamente actual y presente. Pero esta atemporalidad en Juan y Julia no juega del todo a su favor. Para entender el porqué de estos personajes y qué tan humillante es eso que podría orillar a nuestra protagonista al suicidio, sí importa el tiempo y el espacio, y aunque la lucha de clases, de género, de color no pertenece a una sola era y pareciera mantenerse estancada por los siglos de los siglos sin avance alguno, la realidad es que un «amor prohibido» entre la dueña de la casa y el sirviente resuena mucho más en otras épocas, y ni hablar de la virginidad de una mujer a cierta edad o su incapacidad para vivir fuera de la sombra de su padre.
Juan y Julia juega mucho más con la dominancia carnal que con el poder intelectual. Y hace del baile hacia el encuentro sexual algo violento. Eso sádico desde un lugar de prepotencia de poner a otro a lamer una bota en Señorita Julia, se vuelve explícitamente agresivo cuando Juan hace sangrar a Julia mientras la penetra en un oscuro que para cuando las luces han vuelto tiene a Julia con el camisón manchado. Los Juan y Julia de Giménez Cacho son dos perros en celo tan dispuestos a entregarse el uno al otro como a destazarse a mordidas.
Alan Uribe hace de la arrogancia de Juan un placer culposo. Su Juan está peleado con el mundo, enojado, cruel y con la perspectiva torcida su acercamiento a Julia es claramente oportunista. Hay algo deliciosamente vengativo en su interpretación seca y dura. Un actor que trabaja desenmascarando capas para luego volvérselas a poner. Mientra la Julia de Nara Pech es frenética. Más neurótica que ingeniosa, menos maquiavélica y más caótica, casi rayando en la locura. Lo que en un principio aborda desde la impunidad eventualmente se convierte en una chiquilla asustada y sin recursos. Su Julia pierde mucha malicia.
Pero la verdadera sorpresa de la puesta es Cristina. No sólo por la impecable y soberbia interpretación de Cecilia Ramírez Romo, pero porque para esta reinvención, Juan Carlos Franco crece al personaje y lo dota de mucho más protagonismo, que continuamente se pone a la altura de Julia para volverse la voz más fuerte y elocuente del montaje. Es Cristina la que resuena como tambor incluso cuando suelta monólogos sonámbula. Contenida y de un caracter que Juan y Julia ya quisieran poder presumir en migajas, en Juan y Julia Nunca Supieron Cómo la que sabe perfecto cómo es Cristina y las escenas de Cecilia Ramírez se disfrutan como master class.
Juan y Julia tiene momentos bárbaros y se recarga en el sonido para regalarnos instantes que enchinan la piel. No sólo en ese encuentro a oscuras, pero en lo aberrante de escuchar a Cristina arrastrando el cadáver de un ciervo por todo el auditorio como el pregón de «hombre muerto caminando». ¿Qué no son eso al final Juan y Julia? Dos seres incapaces de estar realmente vivos. Y llegando el padre de Julia a casa, quizá muy muertos en serio si llegara a descubrir lo que está sucediendo en su cocina.
Una adaptación recargada que no pareciera querer dejar hablar a Strindberg donde su texto ya era poderoso y vanguardista en tantos temas, que Giménez Cacho vuelve potente en escenas aberrantes de desesperación y desenfreno, si bien poco sutil, y la talentosa compañía utiliza para evidenciarse como los grandes actores que son desde un clásico que suceda cuándo suceda, y dónde suceda, sigue resonando desde las llagas sociales que Juan y Julia jamás ven convertidas en cicatrices porque insisten en arañar para sangrar desde abajo.