El remontaje en el teatro San Rafael se siente como la Vaselina que estábamos esperando, más hecha para el público Grease Live! que para la generación Julissa con Timbiriche. Y es la bocanada de aire fresco que Danny y Sandy necesitaban.
Vivimos en esa curiosa época en la que 13 millones de personas sintonizaron el estreno de Grease Live! por Fox, y en la que en México, mínimo una vez al mes se proyecta Grease (la original con Travolta y Olivia Newton-John) en el Autocinema Coyote y cada función se llena a reventar de fans acérrimos de la película.
Es precisamente por ese detalle que un remontaje de Vaselina caía en la sospechosa línea gris de si seguir y mantener el legado que por décadas se ha manejado en el país de una Vaselina con estrellitas Televisa (que no le saben ni al canto ni al baile) y montajes de arreglos y coreografías que hace años fueron superados incluso por las puestas escolares o de si llevar la puesta a un lugar de agilidad y riesgo como Thomas Kail y Alex Rudzinski nos enseñaron que se puede hacer. OCESA y Mejor Teatro se fueron por la segunda opción y es la mejor decisión que pudieron haber tomado.
Desde que entras al Teatro San Rafael te recibe un monstruo de escenografía (por Carlos Navarrete) que deja muy claro que vienes a ver una Vaselina creativa y poco básica. Una pared de radios viejos que se mueven y transforman en los distintos escenarios de la obra y que para cuando están dando la primera llamada, sorprende con un compartimiento superior del que sale Ricky Rockero (en este caso, Mario Sepúlveda) como en cabina de radio para recibir llamadas de la audiencia, que puede comunicarse con él a través de un teléfono montado sobre la pared a un lado del escenario.
La obra deja claro que no viene a jugar iniciando con el número Grease, una canción creada para la película de 1978 -que en teatro se introdujo al musical hasta 1993- y que en la mayoría de las puestas teatrales se sigue haciendo a un lado para dejar Alma Mater como el primer número musical. Y de ahí en adelante no se detiene.
El montaje llega a lugares de lo más novedosos, vistosos y creativos con números como el de Amor Primero (que además descubre a los músicos en vivo por encima de la escenografía en un momento apantallante) con una comedia y un arreglo que te vuelan de la butaca -y Jerry Velázquez como Memo es un kraken que no ves venir detrás de su tímida fachada- o Vuelve A La Escuela, con un momento digno de Broadway en el que un increíble Efrain Berry como el Ángel vuela trepado sobre los radios viejos (que también se mueven como plataformas, claro) en alas de leds, acompañado por bailarinas en perfectos looks irreverentes y una Jimena Cornejo como Frenchie que abajo sostiene toda la comedia sin necesidad de cantar una sola nota.
En otros momentos, sin embargo, la puesta regresa a posiciones más conservadores y conocidas como el número de Freddy Mi Amor con las niñas jugando a la pijamada, Noches de Verano con el escenario dividido o el concurso de baile escolar, que a pesar de complicadas coreografías (que aún se tienen que pulir) no logra ser lo apantallante que sabemos que puede llegar a ser y desperdicia a su Chacha DiGrigorio en pasos de baile más ordinarios.
El elenco, por supuesto, es su arma más fuerte. Muchos de ellos muy jóvenes y con currículums pequeños que apenas pisan el escenario se siente como que han estado ahí toda la vida. Un Carlos Fonseca como Danny que se mueve comodísimo en su personaje, Ivonne Garza que se vuelve de lo más memorable como Licha (siendo que el personaje, de origen, puede llegar a caer en lo plano y repetitivo), Pepe Naverrete en la caricatura perfecta de un guido de los 60; y destacan Sofía Montaño como la Chiquis, una actriz que no tiene que esforzarse nada para transpirar comedia por todos lados, y su pareja en la ficción, Jacobo Flores como Lalo que se roba cada escena con el ensamble masculino con pequeños detalles y una absoluta ternura que se traduce en carisma.
Sin embargo, es justo la calidad de los actores en roles secundarios la que provoca que la misma Sandy (Sol Madrigal) se quede chiquita (en comparación), especialmente en números como el esperado Hopelessly Devoted, que es la balada en la que podría sacar toda la garra y habilidad vocal, pero permanece en un lugar popero y dulce, sin el arrebato que podría provocar que el público se pusiera de pie en ese momento por ella. Y María Elisa Gallegos como Sonia, que a pesar de ser perfecta físicamente para el papel, y regalarnos visuales posados casi de escaparate durante toda la obra, mantiene una cierta tensión al dialogar que no le dan soltura suficiente al personaje, y por tanto no nos permite disfrutarla ligera, segura y cabrona como Sonia pueda ser.
Vaselina 2018 es el musical ágil, blanco, familiar y entretenido ideal para ver una y otra vez, y si algo pudiéramos pedir al dios de los musicales allá arriba es que así como Morris Gilbert en compañía de David Ahedo se atrevió a dar este paso hacia la novedad y a reconocer a un público más familiarizado con Grease en varias versiones y no sólo la Vaselina de Julissa, ose dar ese último paso que esta puesta merece y le regrese a los personajes sus nombres originales, porque eso de estar llamando Seco a un Zuko y Sonia a una Rizzo es el último vestigio de un lazo al pasado que ya podría quemarse para dar pie a una verdadera nueva era de teatro musical en México, y en serio ser «más rebeldes que nunca».
Vaselina se presenta de Jueves a Domingo en el Teatro San Rafael. Y en serio, no te la puedes perder.
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