They’re here, they’re queer, get used to it! Están de regreso mejor afeitados, con más colores en sus camisas, y una nueva palabra que soltar por doquier -«¡Yas qween!»- como nunca. El #Fab5 que tanto extrañábamos desde que el quinteto original dejó Bravo en 2007, ha sido revivido gracias a la magia de Netflix y, aunque sus integrantes han cambiado, todo se siente de vuelta en su lugar como si nunca nos hubieran dejado.
La idea original de Bravo, cuando estrenó Queer Eye For The Straight Guy en 2003, era tener a un grupo de homosexuales representativos, de cierta manera, de estereotipos dados a la comunidad lgbti, utilizando sus superpoderes en moda, cocina, cultura, diseño y arreglo personal para rescatar del agujero de la indiferencia a hombres heterosexuales en Crocs -o cosas peores. El show fue un éxito y para su tercera tempora ya había cambiado el nombre del programa a únicamente Queer Eye, para ser más inclusivos con el tipo de participantes que recibían un makeover de los #Fab5.
Diez años han pasado desde que dejamos de oír la voz tipluda de Carson Kressley (a menos que sintonices RuPaul’s Drag Race) y ahora Netflix nos trae a un nuevo grupo de cinco que, en cierta medida, se sienten más frescos que nunca, pero en otra, tan clásicos como sus predecesores.
Desde el estreno de la nueva temporada, me ha tocado escuchar a amigos y conocidos quejarse de la poca pertinencia que tiene un Queer Eye en pleno 2018 y el ofensivo uso que se hace de los estereotipos en el programa. Como hombre gay, personalmente, tengo que diferir con esas críticas.
Lo que el #Fab5 ha buscado desde sus inicios en televisión no es controversia, aceptación o inclusión…si no complicidad. Una manera de poner nuestras diferencias a un lado y ser unidos por lo que resulta verdaderamente importante: la solidaridad, la compañía, el extender una mano y demostrarle al otro que todos tenemos algo que ofrecer y en el fondo somos el mismo bólido de inseguridad y torpeza. Y si en el proceso se crea entretenimiento de por medio, ¡qué mejor!
Es cierto que reducir las habilidades de un grupo de hombres gays a moda, peinado, cocina o diseño es francamente simplista, lo reconozco, pero también es verdad que los reality shows llevan haciendo uso de un único cliché de sus personajes desde que los primeros tocaron la luz del primetime. En TV el estereotipo no es una ofensa, si no un formato, y eso no nos lo podemos tomar personal.
Lo que resulta bondadoso y entrañable de Queer Eye es la forma en la que estos estereotípicos hombres gays encuentren puntos de conexión con estereotípicos hombres heterosexuales para rescatar de por medio una amistad, un abrazo, unas palabras inesperadas. En el primer capítulo de la nueva temporada, un hombre francamente red neck de más de 65 años de edad, confiesa que jamás había tenido interacción con gente homosexual, y lo hace mientras llora agradeciéndole a sus nuevos amigos por haberlo ayudado a encontrar en él una autoestima que creía perdida.
El gran triunfo de la nueva versión de Netflix se encuentra precisamente en el cast. Karamo (cultura), Jonathan (grooming), Tan (moda), Antoni (gourmet) y Bobby (diseño) son el boy band perfecto. Cada uno cumple con su perfil sin pisarle los talones al otro y todos resultan en extremo carismáticos por separado, y adorables como grupo. El único «pero» que me toca ponerle al squad y que no puedo evitar cuestionar es la necesidad de una figura experta en cultura (que todos sabemos que desde la primera versión con Jay Hernández no era especialmente claro cuál era su chiste), habiendo un tópico como el fitness y wellness que en pleno 2018 sí es una tendencia marcada e importante que los #Fab5 hubieran podido utilizar a su favor de manera más útil.
Desde mi trinchera yo les doy la re-bienvenida a estos hombres encasillados y le agradezco a Netflix haber vuelto a pintar la televisión de seis colores porque en este momento no hay nada más increíble allá afuera que ver a Jonathan Van Ness usar una secadora de pelo como el ventilador de Beyoncé y a un hombre indio, tradicional, de barba hasta el piso seguirle el juego.
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