Además de representar un paso hacia la verdadera diversidad en Hollywood, Crazy Rich Asians es una comedia romántica tierna y con corazón, como ésas que alguna vez se hicieron en los noventa.
No se dejen llevar por el título, especialmente el traducido en México -Locamente Millonarios- Crazy Rich Asians no es la boba comedia de nicho que pudieras estar pensando, pero por el contrario, una película tierna, de guión inteligente, emotiva, divertida y global, con un elenco de actores que no solemos ver como protagonistas en pantalla y que resultan enormemente refrescantes.
Basada en la novela del mismo nombre de Kevin Kwan, Crazy Rich Asians nos adentra en la cerrada y costumbrista vida de una de las familias más millonarias de Singapur, los Young. Un clan de empresarios, dueños de bienes raíces y negocios por todo el mundo que, como en muchos países orientales, cuidan por sobre todas las cosas el linaje familiar y anteponen las necesidades del apellido a las suyas propias -no por nada el lanal que se cargan.
Somos introducidos a este mundo de suites privadas en aviones, aretes de un millón de dólares, fiestas en islas privadas y bodas en donde se camina sobre el agua junto a Rachel Chu (una sumamente carismática Constance Wu), la novia del heredero de la familia, Nick (Henry Golding), que no tiene idea de que el hombre con el que lleva más de un año de relación en Nueva York es una especie de Ivanka Trump del otro lado del mundo.
Cuando Nick la invita a una boda en su natal Singapur para conocer a su familia, aún sabiendo que su mamá Eleanor (Michelle Yeoh) y otros varios integrantes de los Young jamás la van a aceptar por haber nacido fuera de Asia y no provenir de una familia adinerada, Rachel se ve incinerada por una sociedad que la envidia y menosprecia al mismo tiempo, y la hace poner en duda no sólo su relación con Nick, pero el valor de su origen y el «american dream» de perseguir sus propios sueños a costa de todo.
Aunque formuláica, sí, y pese a que retoma el paradigma telenovelero de la Cenicienta: «mujer de poco dinero, conoce a hombre millonario y juntos rompen el status quo en nombre del amor verdadero», Crazy Rich Asians sorprende con lo sutil de sus mensajes: un juego de mahjong se convierte en un símbolo de lo que uno está dispuesto a sacrificar para darle la victoria al que más se quiere, y un anillo de jade en las palabras que una mamá oriental jamás va a decir en voz alta.
Crazy Rich Asians está repleta de momentos tanto divertidos como emotivos acompañados de un soundtrack que mezcla chino con inglés, con las canciones perfectas, como Can’t Help Falling In Love para la boda o Material Girl para el momento del makeover, que es imposible no recordar otros clásicos como Bridget Jones o My Best Friend’s Wedding que tuvieron tan buen manejo musical en su momento.
Y se enriquece con un cast, poco visto para estándares Hollywoodenses, que va llenando las casillas del género, desde el sidekick que proveé los momentos más absurdos (esta vez en manos de Awkwafina como la mejor amiga de Rachel en Asia), hasta la hermosa ex-novia del infierno a la que quieres aventarle huevo en el parabrisas (Gemma Chan de la serie Humans). Pero son Constance Wu y Henry Golding en los estelares, los que se convierten en los Sandra Bullock y Hugh Grant, los Julia Roberts y Richard Gere, los Meg Ryan y Tom Hanks de esta década y prueban que la comedia romántica clásica no está muerta, sólo necesitaba nuevos aires.