La versión teatral de la famosa película Little Voice de 1998 tiene a María Penella cimentándose como estrella frente a nuestros ojos, y a Karina Gidi convirtiéndose en la Mommy Dearest del teatro con una puesta que, aunque sencilla, permite conocer la ansiedad desde su forma más musical.
Si somos perfectamente honestos, Pequeña Voz (Little Voice) en realidad fue puesta teatral años antes de convertirse en película con Michael Caine e Ewan McGregor. La obra se estrenó en West End en 1992 dirigida por Sam Mendes y desde entonces ha dado la vuelta al mundo, y ahora llega al Teatro Milán con María Penella como PV, bajo la dirección de Alonso Íñiguez y la producción de Oscar Uriel.
PV es una veinteañera demasiado tímida para su propio bien, tanto así que vive eternamente encerrada en pijama en su cuarto escuchando los discos de acetato que le dejó su fallecido padre de estrellas como Marilyn Monroe, Judy Garland y Billy Holiday, cosa que vuelve loca a su mamá, una mujer absurdamente inmadura, borracha y egoísta que ve en PV a un lastre más que a una hija.
Cuando su mamá comienza a salir con Ray Say, un promotor de espectáculos de poca monta, Ray se obsesiona con el talento de PV para cantar e imitar a las estrellas musicaleras de los 50 y 60, e inmediatamente comienza a conseguirle presentaciones en un club nocturno local, provocando que la ansiedad social de PV estalle llevando a la locura a la familia completa.
La magia de la puesta en México tiene nombre y apellido: Karina Gidi. El personaje está pensado para ser una explosión estridente que no deje espacio para respirar a nadie más, y lo que Karina hace con él es simple y sencillamente divertirse en el escenario. Cada diálogo, cada exabrupto que tiene su personaje en escena se siente como un momento más de Karina disfrutando la mucha libertad con la que un papel con tanto desparpajo como éste le permite moverse y jugar. Y a pesar de ser la antagónica de la historia, te mantiene con una sonrisa en el rostro.
Por otro lado, María Penella, como su contraparte, aunque callada y tímida se vuelve poderosísima cuando le toca cantar, y en su primer número en el bar, cuando PV se va camuflajeando entre las estrellas de las que su papá era fan, demuestra que no sólo es una excelente cantante, pero que tiene todo el talento para pasar de Marilyn, a Judy, a Shirley Bassey en segundos y hacerlo con un encanto absoluto. Y si en obras como Casi Normales, Les Mis o El Hombre de la Mancha ya había demostrado ser una estrella en potencia, con Pequeña Voz lo deja firmado sobre el escenario del Milán.
La obra, sin embargo, no logra pasar inmaculada luego de un tumultuoso montaje que tuvo a Alonso Íñiguez tomando la dirección de Pequeña Voz a tres semanas antes de su estreno, después de que se tomara la decisión de dejar ir a Carlos Corona; Alonso no logra explotar toda la libertad creativa de la que sabemos que es capaz con obras como Noche de Reyes, y el resultado final se sienta poco estilizado y menos barroco de lo esperado (cosa que le hubiera podido ir muy bien a la historia).
De modo que lo que en vestuario se intentó lograr con una imagen retro, incluso a-gogó, no se ve reflejado en una escenografía completamente realista que a momentos se percibe como un estorbo visual, y una dirección actoral que mantiene a Odiseo Bichir eternamente fuera de tono, poco carismático y caricaturizado en exceso. Un Ray Say que no logramos comprar del todo.
Pequeña Voz es una anécdota tierna. Un recordatorio de la mancha indeleble que dejan en nosotros nuestros padres, y de la ansiedad como una cadena que los que la padecen arrastran frente a todos sin poder desengancharse con un simple «sí quiero»; y del poder curativo de la música, del arte como vacuna y el eterno desahogo de poder expresarte bajo tus propias reglas. Y es enteramente disfrutable.
Ve por Little Voice, por la película, por Michael Caine, y la anécdota; quédate por ver a Karina y a María brillar y dar vida; llévatela por que muy en el fondo todos somos una Pequeña Voz tratando de encontrar lo que nos hace únicos.
Pequeña Voz se presenta viernes, sábados y domingos en el Teatro Milán.