2:22 Una Historia Paranormal no es tu clásica obra de fantasmas. Ahí donde se podría tomar el camino del «jump scare» de una Dama de Negro, 2:22 toma el pretexto sobrenatural para sumergirnos en un debate entre será o no será que lo que deja al descubierto son los miedos e inseguridades terrenales, y la soberbia superioridad moral que acompaña de pronto a los más privilegiados. La obra nos regala material para masticar y para el segundo acto escalofríos que harán que más de uno ahogue un pequeño grito en la garganta.
Todo un éxito en Londres (ganadora del Olivier), 2:22 Una Historia Paranormal, que lleva poco de existir en el mundo -apenas estrenada en 2021- ha llamado la atención internacionalmente de actores como Tom Felton, Lily Allen, Finn Witrock, Constance Wu o Sophia Bush que han pasado por sus filas. Y uno se preguntaría por qué. Normalmente las obras de terror suelen jalar hacia lo kitsch, lo efectista como de show de parque o lo rebuscado, y comúnmente pasan desapercibidas al lado de otros generos, pero 2:22 se está volviendo un legado y la razón es sencilla: no es una obra de sustos sin fondo.
Sola con su bebé recién nacida, Jenny escucha pasos afuera del cuarto de su hija y a las 2:22 de la madrugada oye lo que pareciera ser la voz de un hombre llorar, de un… ¿fantasma?. De crianza sumamente religiosa, aunque su fe la ha hecho a un lado para acomodarse al absoluto agnosticismo y pensamiento escéptico de su esposo, Sam, Jenny trata de convencerse a sí misma de que los ruidos paranormales tienen una explicación lógica.
En una cena, acompañados por su amiga Laurel y su nuevo novio, un contratista sin mucha educación académica, Ben, Jenny y Sam sacan a relucir la posibilidad de un espíritu en la casa y los reunidos se dividen entre los que creen que un embrujo pueda ser posible, Sam que lo niega absolutamente con cinismo y arrogancia, y Laurel que, como psiquiatra, mantiene un pensamiento científico alrededor del tema, pero finalmente no puede dejar de darle paso a la duda. El grupo decide permanecer despierto hasta las 2:22 de la madrugada para comprobar quién tiene la razón, abrazando poco a poco la posibilidad de lo siniestro.
2:22 Una Historia Paranormal no es una obra de susto tras susto, lo que no implica que no mantenga una atmósfera de intriga constante. Mucha parte de la historia, los personajes se dedican a discutir y en el proceso a mostrar sus debilidades y lugares sensibles. El acto uno es un enorme signo de interrogación. Las partes se dividen y los casos son presentados, ¿es realmente posible que un fantasma exista y acose a una ama de casa o todo es nuestra necesidad de darle explicación a lo que a veces tiene respuestas sencillas que nos negamos a escuchar?
Sam propone un juego de shots donde tiene que beber aquél que no pueda justificar su visión ya sea científica o paranormal. Y ambos lados acaban bebiendo. El texto de Danny Robins se mantiene neutral e incita a que el público comience a sacar sus propias conclusiones. Un osito de felpa acaba bañado de tiner en el lavabo de un baño al que nadie ha entrado, ¿cómo es eso posible? Laurel asegura haber visto a alguien en un elevador que no pudo estar ahí porque para ese entonces ya estaba muerta, ¿cómo es eso posible?, Ben de niño cantaba una canción de la Revolución que era imposible que se supiera, ¿es suficiente razón para creer en lo sobrenatural?
Y más allá de eso, si los fantasmas fueran reales, ¿qué nos quiere decir eso? ¿Son espíritus atrapados, poltergeist coléricos, recuerdos de los que siguen vivos? ¿Ellos saben que están muertos? ¿Están frustrados, enojados, en paz? ¿Cargan su ropa con ellos o por qué se aparecen vestidos?, pregunta Sam. ¿Y qué dice entonces de la reencarnación o de las teorías religiosas sobre la vida después de la muerte?
2:22 Una Historia Paranormal pone sobre la mesa eso que tantas veces hemos debatido creyentes contra escépticos, pero luego lo empapa de superioridad moral. Sam, siendo el más inteligente, el más estudiado y elocuente del grupo, no puede evitar presentarse soberbio ante la crianza católica de su mujer, continuamente burlándose de los símbolos y creencias que le heredaron sus papás; y cuando llega el momento de tratar con Ben, un hombre de oficio y sin estudios como los suyos, que además se presume capaz de contactar con «el otro lado», termina por vomitar discursos clasistas y burlas peyorativas, y cuestionar a Laurel a quien considera superior el por qué está con él.
La historia finalmente se envuelve en una dicotomía sobre la gentrificación. Ahí donde muchos mitos, creencias y leyendas espectrales nacen de lugares poco privilegiados y gente que no tiene la capacidad de explicar su mundo a falta de conocimiento mayor, Danny Robins comienza a develar las capas hacia abajo donde las casas que habitamos y los relatos que nos contamos pertenecieron quizá a la clase social más baja, para luego pasar a manos de la clase trabajadora, eventualmente obligada a desplazarse para dar lugar a la mucho más monetizable clase media y media alta que con martillos y pintura cubren todo aquello que consideran rasposo, para enterrar y olvidar casi con vergüenza lo que vino antes que ellos que ahora se mira con desprecio.
2:22 no sólo es paranormal, es inteligente, y ahí radica su poder cautivante. Uno la puede ir a disfrutar por el factor miedo, porque claro que nos encanta asustarnos, pero también puede ir a reflexionarla. Y a gozar de un Diego Klein que se para en teatro como toda una revelación y entrega a un Sam absolutamente natural, y complicadamente carismático, tomando en cuenta que de su boca salen cosas horribles continuamente. Diego regala encanto y un personaje creíble en una situación extraordinaria, a partir del cual el resto del elenco gira y embona. Daniel Cervantes (cover de Jorge Losa) y Miriam Rascol (cover de Erika de la Rosa) aligeran como una pareja dispareja no sin sus momentos álgidos, pero mayoritariamente divertidos; y Alejandra Ambrosi que mantiene buena química en general con todos, como protagonista es la única de pronto enfrascada en una actuación que se siente más para la cámara que para el escenario.
El texto que bien pudo haber permanecido situado en Londres se tropicaliza con sus pros y sus contras. Por un lado nos acerca la posibilidad de lo paranormal a la puerta de la casa, pero, por otro, muchos de los personajes y situaciones están pensadas para un tipo de vida que es difícil asumir naturalmente en México. Desde el oficio de contratista, que acá no entendemos de la misma forma y por tanto el personaje de Ben se sale un poco de nuestro alcance en cuanto a lo que se quiere decir de él, y hasta la visión de las capas sociales y el regreso a una época de séances victorianos que colocados en la Revolución Mexicana no tienen la misma congruencia.
El diseño escénico para la puesta en el Xola dirigida por Gabriel Mata-Cervantes no logra sacarle el mejor partido a un texto que de manera muy literal pide abiertamente el tipo de cosas que necesita. Félix Arroyo no termina por dibujar capas -las capas de las que tanto habla el texto- en una escenografía pintada sin ningún tipo de textura y verdadera profundidad en las paredes, que simplemente subrayada con pintura hace de la metáfora un visual completamente plano al que urge que podamos ver descarapelarse para revelar su pasado. Y César Perrín en la iluminación jamás logra contener las luces del escenario y termina bañando al público de luz anaranjada que se sintiera como si las luces de sala estuvieran siempre prendidas y por tanto no nos encierra en esa oscuridad necesaria para vivir la penumbra y el terror.
Dos tropiezos en una obra que por demás tiene otros muchos factores que la hacen emocionante. Desde una pantalla con un reloj que constantemente nos acerca a las 2:22 de la madrugada, que uno no puede dejar de ver con ansiedad de reojo, hasta un diseño de audio que es el único elemento que juega más al «susto» literal, pero que funciona para mantenernos siempre atentos, siempre despabildados y al borde del asiento.
2:22 Una Historia Paranormal no es la clásica obra de fantasmas. No es La Dama de Negro, Infierno o El Fantasma en el Espejo. Su camino es otro. Es perfecta para una temporada en la que consumimos miedo y nos envuelve en esa atmósfera donde las posibilidades de lo imposible son palpables, pero es pausada y dialogada, no efectista. Es polarizante y confrontativa. Y para el final es una obra que se te queda prensada al pecho que puedes cargar hasta la cama donde no te va a dejar dormir.
2:22 Una Historia Paranormal se presenta sábados y domingos en el Teatro Xola Julio Prieto.