El existencialista texto de Jean Paul Sartre se convierte en melodrama en manos de Enrique Singer, y a pesar de su apantallante presentación termina por volverse soso y aburrido.
Imagínate tu peor infierno. Tu idea del infierno. Tu infierno personalizado. Sartre se aleja de la concepción cristiana del fuego y el demonio, pero se mantiene dentro de los círculos de Dante con una tortura pensada como un castigo eterno, lejos del gore, pero cerca de la locura. Un infierno a medida que pudiera ser más real que imaginario.
En A Puerta Cerrada tres recién fallecidos se ven encerradas en un cuarto sin puertas ni ventanas (que sólo se puede abrir por fuera) para convivir por toda la eternidad entre ellos. Personas que no se conocen, que ni siquiera son especialmente llamativas o relevantes, pero que de algún modo provocan escozor en el otro.
Los tres tienen un pecado que confesar, tampoco en el sentido cristiano de la palabra, pero sí en cuanto al secreto de acción culposa que los ha llevado hasta ese lugar. Y una vez que las máscaras se dejan en el suelo, el verdadero infierno comienza para todos.
En el San Jerónimo Independencia este infierno se convierte en una caja verdaderamente apantallante, cortesía de Jorge Ballina, un cuarto de un naranja chillón, en el que de entrada ya sería trágico pasar una eternidad, con modulos que se van cerniendo sobre los personajes, enclaustrándolos conforme se llevan al límite.
Una franca belleza escenográfica que juega de manera divertida y conceptual con la idea de una récamara en el infierno. La dirección de Enrique Singer, sin embargo, toma un vuelco conservador y dramático que se aleja de la propuesta creativa para caer en lo visto y redundante.
Haciendo uso de magníficos actores: Blanca Guerra, Alejandro Camacho y Adriana Llabrés, Singer los mantiene grandilocuentes y francamente telenoveleros, en un melodrama constante que para mediados del montaje empieza a resultar de lo más sofocante.
El volumen en alto funciona en el personaje de Adriana Llabrés, una mujer a la Marylin Monroe cuya vanidad no es sólo un guiño de feminidad, pero un yunke sobre su personalidad, que vive pendiente del espejo y de las miradas ajenas, incapaz de sostenerse por si sola, y por tanto falsa y necesitada. Perfectamente dirigida hacia lo teatral.
Pero deja de tener sentido con Blanca Guerra, de entrada un personaje de clase media baja (empleada de una oficina de correos) que desde el vestuario y hasta los manierismos se presenta como mujer de la alta sociedad, cosa que rompe por completo la convención, y es llevada a lugares de diva del cine de los 40 y damisela en peligro de la novela de las ocho de una manera densa y muy poco sutil.
No ayuda tampoco la adaptación por parte de Alfredo Michel Modenessi que se integra a este rústico melodrama desde un lenguaje coloquial poco refinado, que, nuevamente, choca con el concepto visual de un infierno sutilmente escandaloso y lo regresa a un lugar pedestre y poco trascendental.
El texto de Sartre sigue siendo algo para ponderar. La idea del castigo en la mirada y el juicio ajeno, y la capacidad de redención en las manos de un otro; pero para un guión que se ha visto montado en todo tipo de formatos, éste en San Jerónimo no logra elevarse más allá de su premisa y se convierte en hora y medio de bostezos garantizados.
A Puerta Cerrada se presenta viernes, sábados y domingos en el Teatro San Jerónimo Independencia.