¿Qué pasa cuando tus más perturbantes fantasías pueden ser llevadas a cabo sin ningún tipo de consecuencia? Jennifer Haley se hace la misma pregunta con Abismo, una obra que pone en la balanza un dilema moral imposible de acordar, perfectamente pertinente para el universo cada vez más virtual en el que vivimos, y que seguirá evolucionando al punto en el que Abismo, cuando menos nos demos cuenta, deje de ser sic-fi para volverse documental. ¿Y qué haremos cuando eso suceda?
Originalmente llamada The Nether, escrita por Jennifer Haley, el texto de Abismo estrena en 2011 en un tiempo en el que la realidad virtual aún desconocía cosas como los círculos verdes de Twitter, el close friends de Instagram, Be Real o más importante aún, Only Fans. Lo que no significa que su dramaturga no pudiera llegar a imaginarse un universo virtual donde las reglas civiles del mundo de carne y hueso dejaran de aplicar para nuestros avatares que gozan de libertad cada vez más infinita.
Y no es que fuera la primera, historias como las de Ready Player One, Westworld y, claro, Blackmirror ya habían discutido el tema con anterioridad. La cosa con Abismo es que Haley decide llevar el posible loop hole ético a un nivel absolutamente aberrante. Ponernos a prueba donde más duele.
Hablar de Abismo resulta complicado porque desde los primeros minutos de la obra empiezan a caer los spoilers, y es un montaje que vale la pena permitir que te impacte, sorprenda y te ahogue sin conocimiento de causa. De modo que vamos a hablar más tangencial y menos descriptivo para no arruinarles la experiencia.
Interrogado por una detective de la Nether (una evolución del Internet que conocemos hoy en día) «Papá» defiende su «Reino», un espacio que ha creado para clientes de dicha virtualidad donde una cierta fantasía violenta no sólo es permisible, pero celebrada y construida desde lo bello en lugar de lo repugnante, que sería su habitual sinónimo.
A falta de leyes en el mundo virtual, la detective (Verónica Bravo) busca sacar información sobre el servidor del Reino de Papá (Pablo Perroni) para poder derrocar esta sala que normaliza la perversión convirtiéndola en sueño victoriano; pero la defensa de Papá es sólida. Él no está rompiendo ninguna regla. En su Reino todo mundo sabe a lo que va y lo permite desde el consentimiento y claridad, y por tanto, ¿qué tan distinto es eso a… no sé, comprar lencería usada a través de Only Fans, una transacción entre dos adultos responsables que si bien pudiera parecer enjuiciable, no tiene nada de ilegal? (y tal cual es algo que puedes hacer hoy en la virtualidad).
A través de flashbacks y otros tres personajes que rondan el Reino de Papá: Iris (Leo Danse Alós, una muñequita perfecta), Doyle (Sergio Zurita, un maestro decepcionado de la vida real dispuesto a mudar su consciencia para siempre a la Nether) y Woodnut (José Ramón Berganza, un cliente regular), la trama se va enmarañando y la pregunta de quién está bien y quién está mal comienza a volverse cada vez más compleja. Y cuando menos nos damos cuenta, la duda ya no sólo es «¿es esto permisible o correcto?» pero «¿quiénes somos cuando no somos nosotros?» ¿Quién eres tú en Instagram, quién eres tú en Twitter, qué avatar escoges cuando juegas Fortnite, comparte género, físico, color de piel, de ojos contigo o te permites fluir hacia identidades nuevas? ¿A jugar con tu género, tu personalidad, tu identidad? ¿Cuántas veces has buscado ganar Grand Theft Auto golpeando prostitutas sin ningún tipo de culpa o consecuencia para ti que sólo sostienes un control de consola?
Miguel Septién (director) colapsa lo denigrante con lo magnífico con una puesta que en texto te provoca arañar el asiento en disgusto, mientras tus ojos disfrutan de un festín francamente seductor. Y su primera pieza para lograrlo es Pablo Perroni. En una de sus mejores interpretaciones, Perroni se vuelve un anfitrión virtual prístino e hipnotizante. Un hombre cautivante, tan cautivante como la fantasía que ha creado para sus huéspedes, en cuyas redes es fácil caer sin darse cuenta que están hilándose alrededor tuyo. Una araña astuta y soberbia, que pierde forma y se enreda en su propia telaraña, cuando fuera de la Nether y en el interrogatorio se hace chiquito y disfuncional, como el hombre que ha olvidado cómo vivir entre hombres, o tal vez nunca lo supo realmente.
Pablo es esencial y brillante porque encima de todo carga con el lado B de la discusión, el que no es fácil aceptar desde la moral y la corazonada, pero que, conforme expone desde una lógica refutable pero coherente, comienza a sonar cada vez menos descabellado. Y llevarnos de su lado no es sencillo. Pide del espectador olvidar lo monstruoso. Y yo podría argumentar que lo logra.
El elenco de Septién es sólido y oscuro, de modo que Iris, una niña preciosa y pelirroja, puede brillar al centro de todo como un diamantito. Un casting perfecto. Únicamente Sergio Zurita pierde el tono constantemente. Partiendo desde lo grande y lo sobrecocinado, manoteando y gritando, no, chirriando en exceso, perdiendo todo tipo de conexión con sus compañeros, especialmente con uno de ellos, con el que comparte un símil, que técnicamente los tendría que tener interpretando desde lugares similares. Su construcción es pobre y opacable, pero su físico aporta una alegoría visual imponente, y es sólo a partir de ahí que su razón de ser tiene mucho sentido con el montaje.
Abismo no es una obra universal ni un tema para el espectador ultra sensible. Pide del auditorio comprar un debate que fuera de este universo sic-fi sería impensable, reprobable. Pero Septién y Haley son delicados. La obra no es grotesca, por el contrario, se monta como una ola de marea baja, y entre un diseño de vestuario, escenografía, iluminación y sonido francamente relajantes, incluso te hace olvidar que al centro de su trama se está escarbando en una herida abierta y purulenta. Un trabajo hermoso sobre lo más horroroso, una antecedente para la Nether y sus dilemas morales que se nos vienen encima más rápido de lo que puedes decir click.
Abismo se presenta viernes, sábados y domingos en el Teatro Milán.