Disfrazada de comedia ligerita y sin pretenciones, Adiós A Todo Lo Triste es en realidad un clavado a la necesidad humana de huir ante el peso de la realidad, de buscar conexiones, quizá insignificantes, a las que cargamos de significado, de soltar para poder salir del agua a respirar. Una sorpresa desde la Teatrería, Adiós A Todo Lo Triste conmueve más que inducir risas, y lo digo de la mejor manera posible.
A simple vista pareciera que el texto de la coreana Hansol Jung pudiera ser una de esas comedias sobre day drinking en Hawaii, vacaciones insensatas en la playa, mucha margarita, demasiado sol, excesivo surf, y un hombre guapo al final del camino; pero Adiós A Todo Lo Triste no tiene más que una embarrada de todo lo anterior. La obra toma a una protagonista rota y la lleva a un viaje que la enfrenta contra su voluntad con todo aquello a lo que le ha huido desde chica, y la acaba volviendo a armar con cachitos de persona pegada con resistol.
Una mujer en sus treintas (Melissa Hallivis) con una madre enferma en el hospital que ya pasó por una amputación de piernas y aún no está libre de cirugías, sueña con una rana que la invita a buscarla en Maui, y necesitada de un escape y de sacudirse de su vida en Ohio, hace caso a la alucinación y toma el primer vuelo que puede al archipiélago de Hawaii, donde rápidamente conoce a un surfero oriundo del lugar (Lalo Palacios) con muchos daddy issues y demasiado joven para ella.
Aún sabiendo que su relación con este franco adolescente no la puede llevar a ningún lugar, ambos se sueltan a la posibilidad y comienzan a fluir, entre recuerdos de ella con un ex novio que la acusaba de ninfómana, e instantes en los que él acepta perderse entre las olas para no acabar alcohólico como su papá. Ambos tienen mucho que resolver y en el otro encuentran un parche que, en una semana de vacaciones, olvidan que no es más que un curita despegable y no una verdadera sutura para los complejos emocionales que no tienen resueltos.
Cuando él le pide matrimonio en un acto impulsivo de liberación y arriesgue, ella se da cuenta que la vida la está llamando, no desde el escape que con tanta facilidad y sin pensar en las consecuencias ha tomado, pero desde su hogar real, el que necesita de una ella que ya no puede dedicarse a perseguir sueños mágicos, pero con dolor y tocando aquello que su corazón prefiere no sentir, aterrizar los pies, no en la arena, pero en la tierra.
Ahora, vaya que Adiós A Todo Lo Triste tiene momentos sumamente graciosos, no es un dramón intenso sobre la soledad y la necesidad de terapia, pero un ligero clavado a la crisis de los 40 (el texto original es para una mujer un poco mayor) y la fantasía en la que toda vacación se convierte que tantas veces nos abraza para pedirnos que no la soltemos nunca, aunque bien sabemos que no puede ser. Un clavado que moja pero no empapa y en el que no permanecemos sumergidos, pero salimos rápidamente a la superficie.
El texto tiene mucho que decir si decidimos escucharlo, y aunque lo hace de manera sencillita definitivamente se abre desde el corazón. Y a su favor tiene jugando a gente como Lalo Palacios que es inmensamente tierno y se roba los momentos más emotivos de la obra llevándonos a una edad en la que todo es tan grande y tan abrumador; y Melissa Hallivis que, mejor conocida por franca comedia, decide tocar lugares más maduros, utilizando sus fortalezas a su favor con un pequeño pero potente número de irish tap dancing que es un pequeño detallito que la diferencia de muchos teatreros allá afuera, y con lo que se puede dar el lujo de jugar como otros no podrían. Y eso es inteligente.
Al elenco lo completan Axel Mares, que hace papel de narrador y varios personajes incidentales, y de algún modo aborda el montaje desde un lugar mucho más fársico que los protagonistas, dejándoles a ellos el lado humano y quedándose él con lo más caricaturizado; y Klauz Duane, un músico en escena que dota de especial ambiente hawaiano y paradisiaco a la escena.
No tanto así lo logran la escenografía e iluminación. Rayando en la absoluta estridencia, la Teatrería se convierte en playa a través de telones de colores degradados y tonos reventados que si bien sí se pueden traducir como imágenes de rinconcito en el mar, también es cierto que desde la exagerada saturación más que aludir a ciertos ambientes, pintan con plastas a los actores y no se van a ese mismo lugar sencillamente emotivo y práctico del texto, pero a uno mucho más atascado.
Adiós A Todo Lo Triste es una sorpresa que por el poster, uno que podría pertenecer más al universo de comedias bobas del cine, jamás imaginarías que tiene verdad, que tiene humanidad y que sabe qué fibras tocar para aquellos que entienden lo que es dejar todo atrás, aunque sea por un momento, por unos días, por una semana, con tal de no estar recibiendo el oleaje de complejidades adultas que tantas veces pareciera que nos va a ahogar si nos quedamos quietos.
Adiós A Todo Lo Triste se presenta los sábados en la Teatrería.