Una mujer batalla por darle una última oportunidad de vida a su hijo contra un mundo que pareciera estar empeñado en verla fracasar. Un melodrama uruguayo que aprieta y ahorca, Ana Contra La Muerte es para aquellos que gustan de ir a moquear al teatro.
No es el tema del cáncer infantil, la amputación a un niño, la falta de recursos, la delincuencia como única salida, la violencia, el sistema carcelario fallido, la xenofobia del gringo, la maternidad en las buenas y en las terribles, la locura, la injusticia contra los menos privilegiados, el miedo a la muerte, el odio a la muerte o la desesperanza, es que Ana Contra La Muerte reúne todas las anteriores en un drama que como oleaje en el mar no para de pegar una, tras otra.
Luego de estar un pequeño tiempo en remisión, un niño que acaba de pasar por una amputación como última medida para curarlo de cáncer, se vuelve a ver invadido por la enfermedad. No hay mucho que hacer y lo poco que se puede hacer requiere dinero, recuersos, lujos que su mamá, Ana no tiene, pero que está dispuesta a conseguir a toda costa.
De ese modo Ana, que alguna vez cumplió tiempo en prisión por mover droga, tiempo que le quitó cinco años con su hijo que nunca va a volver a recuperar, inicia una travesía que la baña con obstáculos para conseguir el dinero, como sea, requiera lo que requiera, y poder salvar a su niño de una sentencia segura. Así se enfrenta contra la traición, el regreso al mundo del narco, la prisión y el enfrentamiento contra una supuesta llamada justicia, que no favorece más que a unos cuántos, y está muy poco interesada en la vida de un pequeño que no es sino una víctima más de muchas de un sistema desfavorecedor.
El texto por si sólo es lúgubre y está cargado de densidad, el tipo de texto que es complicado digerir de una sola sentada, pero Cristian Magaloni (director) cubre con melodrama el melodrama, como capas de betún en un pastel, volviéndolo pesado y reventando la tragedia al punto que se siente engolosinado en la necesidad de provocar tristeza y desasosiego. Ana Contra La Muerte es enormemente perturbadora de entrada y sin más, pero hay algo con olor a quemado en el horno en el hecho de que en este montaje el drama esté sobreexplotado al punto en que se deja de sentir orgánico.
Mariana Giménez como Ana prácticamente pierde los ojos en hora y media de no parar de llorar desde la primera escena y hasta la última. Un trabajo honesto, que ni qué, pero poco contenido, poco matizado. Regodeada en el dolor, en su personaje se puede entender que no haya ni medio rayo de luz que la ilumine, y pudiera tener sentido y balance si el resto de las actrices a su alrededor jugaran a sostenerla, pero Magaloni no se detiene con su protagonista. El elenco que interpreta a diversos personajes incidentales, todas y cada una de ellas, rompen en llanto en varios momentos, pese a que la tragedia le pertenece a «Ana», en una especie de acompañamiento, nuevamente trabajado desde la poca contención y de pronto el sinsentido. La doctora, la enfermera, la juez, personajes que normalmente son fríos y contienen a aquellos que se pueden quebrar, aquí no pueden funcionar como pilares porque se apropian del drama para tener sus propios momentos de narración ahogada.
Gabriel Calderón (dramaturgo) escribe un texto hiperbólico que se sostiene en lugares comunes, tal vez muchos, para provocar empatía, y metáforas rebuscadas, forzadas dentro de los diálogos, demasiado pensadas. Ana llamándole a Dios «terrorista» y comparando su sentir con la caída de las Torres Gemelas en Nueva York en un oscuro donde ella está hablando de aviones y pedazos de edificio cayendo sobre ella, cae inevitablemente en la categoría de «excedido».
Cada personaje está atrapado en el arquetipo del que salió sin mucho hacia dónde moverse fuera del estereotipo que les toca interpretar, prácticamente cada uno con un listado de cosas por decir que son las obligadas para ese papel que conocemos. Sólo Ana se escapa de la literalidad. Rompe con la estructura, con lo que se espera de ella, de una madre, de una heroína incluso, para dibujarse como un personaje realmente complejo y humano. Llegaría tan lejos para decir que la Ana de la última escena, que nada tiene que ver con la que inicia, podría tener su propia obra y sería sumamente interesante de abordar.
Pero entre las más blanco y negro, Calderón llena el universo de Ana de mamás, unas embarazadas, otras con hijos adultos disfuncionales o perdidos, todas desgarradas de una forma u otra, todas desde su maternidad encadenadas a algún sufrir o destino culposo. Gabriel Calderón atrapa a las mamás de la historia, como en un castigo griego, en un loop de repetición donde ser madre termina por ser una sentencia de dolor. Y no asoma luz al final del camino para ninguna. La lucha de Ana es contra la muerte, sí, de últimas, pero en presente es contra la vida, contra los vivos, contra la escacés y la falta de salida.
Emilio Zurita (diseño de escenografía) llena el escenario de grúas y junto a María Vergara (iluminación) recuadros led, como puertas, ventanas o espejos, umbrales al final, que una vez colocados dan vida a una escena tasciturna que va armándose como rompecabezas para crear espacios interesantes, inmediatamente reconocibles y al mismo tiempo asbtractos; pero complica el movimiento de cada pieza durante las transiciones, de modo que Ana Contra La Muerte acaba perdiendo mucho tiempo sólo en el armado de cada escaparate. Una obra que no se puede dar el lujo de aletargar ritmo.
En sus últimos momentos, Ana nos lleva a una reflexión más que interesante. Una visión de la muerte no desde el concepto abstracto incomprensible e incomprobable, pero aterrizada a un enemigo a vencer, y junto con sus compañeras, que a su vez aseguran que pasados sus 40 están listas para morir porque ya vivieron lo que tenían que vivir, arman un intrigante espectro sobre lo que, como humanos, concebimos de transitar hacia lo que sigue. Los últimos cinco, tal vez diez minutos de Ana Contra La Muerte son un hueso a roer, y los únicos que se separan del abrumador melodrama para crear una narrativa que va más allá de «la muerte es dolorosa, la vida también».
Si tan solo esa misma reflexión hubiera podido espolvorear, aunque sea un poquito, el lagrimal exprimido hasta las últimas del resto del montaje, Ana Contra La Muerte hubiera tenido oportunidad de crecer en más dimensiones que sólo la búsqueda de ver llorar al público en la butaca con una historia cargada de elementos pensados para hacer llorar.
Ana Contra La Muerte se presenta viernes, sábados y domingos en Foro la Gruta.