Con un elenco espectacular y un score como pocos en el teatro musical, el Teatro Telcel está estrenando Anastasia con un brillo y un esplendor digno del escenario heredero de Wicked, que enamora, enternece, conmueve y te llena los ojos y oídos de noches nevadas de diciembre en San Petesburgo y un viaje tiempo atrás al ballet de París.
Hay una cosa importante de entender de Anastasia: a pesar de estar adaptado directamente de la película animada de 1997, el musical crea su propio universo y aborda la leyenda de la supuesta única sobreviviente a la matanza de los Romanov, la heredera Anastasia, retomando los personajes y canciones de la cinta, pero otorgándole un enfoque más histórico. Lo que implica que ahí donde la película usaba elementos de fantasía, entre ellos, sus villanos Rasputín y Bartok; en el musical la magia negra se ve reemplazada por la crudeza de la Revolución Rusa, las consecuencias de la guerra bolchevique y la pobreza en Leningrado.
Es a través de este muy real conflicto armado que acabó con la era zarista en Rusia que nos vemos introducidos a la historia de Anya, una joven con amnesia que es recultada por Vlad y Dimitri, en apariencia meros estafadores, para comparecer ante la Emperatriz Viuda en París para demostrarle que ella es, en efecto, su nieta viva, y tomar lo que le corresponde de la herencia Romanov; huyendo del frío y el hambre en la antigua San Petesburgo, para encontrar mejores condiciones de vida en la lujosa París de los veintes.
Ahora, la ausencia de elementos infantiles y sobrenaturales pudiera significar una pérdida en magia, pero Anastasia el musical compensa con visuales lúdicos y bellos momentos de romance y visiones espectrales que cargan con suficiente hechizo para hacer de la experiencia un viaje a una Rusia de cuento, con personajes que no dejan de sentirse como princesas y príncipes de esa fantasía, que si bien no es Disney, bien podría.
De ahí que el primer gran triunfo de la puesta es su elección de protagonista. Mariana Dávila es una Anya hermosa en muchísimos sentidos. Un casting acertadísimo para un papel de esta índole al nivel de Bianca Marroquín como Mary Poppins, o Lola Cortés como Bella. De voz dulce y limpia, y un canto perfecto en técnica y emoción, Mariana carga con la esencia de Anastasia como si hubiera nacido para ella. Podría pararse en una caja negra a cantar Once Upon A December e igualmente sería la princesa Romanov con sólo el poder de su interpretación.
Su primer gran momento llega con In My Dreams (Al Soñar), cuando recién la conocemos y estamos tratando de averiguar quién es ella. El número, que no cuenta con otra cosa más que lo que Mariana Dávila transmite, porque no es un momento de baile, ensamble, coreografía o visuales distractores, es suficiente para dejar claro que estamos viendo a la nueva gran estrella del teatro musical mexicano. Y de ahí en adelante no para. Su Journey To The Past (Viaje Tiempo Atrás), que nuevamente se recarga por completo en su voz e interpretación, cierra el primer acto con fuegos artificiales, y para cuando viaja a París, estamos tan involucrados con ella que es imposible que las escenas finales no te muevan todas las fibras.
Pero Mariana no está sola. A su lado Javier Manente es el ser más encantador. Bien lo dice el texto de la obra en algún momento, aunque no sea un príncipe de sangre, lo es de corazón. Y la química con su Anya es un abrazo para los fans del romance. Su dueto In A Crowd Of Thousands (Entre Aquel Gentío) es un abrazo, y esa escena del vestido azul, cuando Dimitri la ve por primera vez transformada en realeza, se siente como un flechazo que sale del escenario hacia butacas. Vocalmente tiene momentos preciosos y otros que pudieran usar más brillo, pero el carisma es lo que sostiene a Dimitri, y Javier Manente lo tiene para regalar.
La joya de la tiara, sin embargo, le pertenece a dos roles que en manos de otros pudieran ser meros secundarios, pero Manu Corta como Vlad y Gloria Toba como Lily toman a sus personajes desde el lugar más simpático y se adueñan de cada escena en la que aparecen. Juntos son dinamita, pero por separado no pierden lo entrañables. Manu Corta carga con la comedia de la obra desde el acto uno, y es una responsabilidad complicada tomando en cuenta que Anastasia es un relato que se toma muy en serio a sí mismo. Él sabe quién es y en muchos momentos toma la rienda de la historia y de los números para darles cimiento.
Gloria, por su parte, ve acción hasta el acto dos, pero una vez que aparece es imposible quitarle la vista de encima. Desparpajada y divertida, con su primer número de canto, comedia y baile, Land of Yesterday (La Tierra Del Ayer) deja claro que no ha venido a jugar, que la gente va a salir de la sala pensando en Lily, que con una botella de lícor y un pequeño resentimiento hacia el hombre que le robó el corazón… y algo más, puede pulir oro y volverse favorita instantánea.
Carlos Quezada tiene un rol complicado. Como Gleb, el villano creado para la puesta, el texto no lo deja en buenas manos. El personaje es opaco y el trazo, para él, repetitivo y poco lucidor. Un intento de antagonista a la Frollo, enamorado de su víctima, conflictuado entre el deber y el corazón, que no termina de cuajar del todo, pero que en voz de Quezada y su manera de tomar el escenario se vuelve algo digno de querer seguir viendo. Su Gleb se entiende, es vulnerable, está dolido por una mentira y amenazado por la sombra de su padre. The Neva Flows (Fluye El Nivá) lo deja con prácticamente una única canción que se repite en reprises más de una vez, y aún así Carlos consigue encontrar siempre algo nuevo en ella.
Todos excelentes protagónicos, pero lo bello de Anastasia es que también permite brillar a su ensamble regalándoles momentos más allá de una coreografía vistosa o un coro potente. Carlos Salazar recibe un instante a capela en Stay, I Pray You (Rezo Por Mi Patria) que no necesita sino de segundos para volverse uno de los mejores momentos vocales del montaje, y Melissa Ortega se transforma en el Cisne Blanco de Thchaikovsky para el Cuarteto y se apodera del ballet del Lago de los Cisnes al centro de todo en un número muy espectacular que demuestra lo envolvente que puede ser el musical.
La historia detrás del vestuario de Anastasia.
Anastasia, sin embargo, no avienta sus grandes escenas al por mayor, pero las va soltando poco a poco. La dirección original de Darko Tresnjak, mantenida para México, elige soltar chispazos en medio de números sencillos no tan recargados. Dentro del mundo de los Romanov la puesta es ostentosa, y entre azules y blancos, permite que el protagonista sea el vestuario de este mundo opulento que no para de brillar. Incluso cuando llega el momento del asesinato a la familia, el director elige ballet por encima de explosividad.
La dirección prefiere hacerse a un lado para darle el primer puesto al arreglo vocal y la orquesta en muchísimos momentos, cosa que no siempre se ve en musicales de este estilo. Apoyada por pantallas que envuelven la estructura escenográfica para ambientar la obra -a veces de manera más preciosista que otras-, Tresnjak deja firma en números como Stay, I Pray You, el Cuarteto, We’ll Go From There (A Ver Qué Tal) donde nos presenta distintos ángulos de un mismo tren con la ayuda de un giratorio que hace de la escena algo tridismensional, y ante todo el final, que nos vuela a la idea de un globo de nieve como pintado en escena para cerrar con uno de los mejores visuales de todo Anastasia. Tresnjak es un director inteligente más que arrebatado.
OCESA eligió bien. En muchos sentidos. Arriesgó con una obra que no siempre ha sido la más aplaudida, pero metió presión en los nervios correctos. Gran elenco, increíbles voces, el maestro Isaac Saúl lucido en la dirección musical, y los creativos de Broadway aprovechando un espacio como el Telcel, más grande que otros, para regalarnos un musical verdaderamente majestuoso. Una cajita de música que se abre primero silenciosa y luego llena el corazón de recuerdo y la música más hermosa.
Anastasia el musical se presenta de miércoles a domingo en el Teatro Telcel.