Una pieza de teatro que mezcla el documental, con la ficción, con la memoria, con una vivencia compartida entre gente de muchos lugares de Latinoamérica que tuvo que salir huyendo de sus países, dejando vidas y familias atrás. Anecdotario Baires tiene momentos de franca surrealidad hilados con otros de mucha verdad sobre aquellas mudanzas en las que no todo cabe en una caja, e inevitablemente cosas se dejan atrás, no siempre las menos preciadas.
Matías Gorlero no sólo es el director de Anecdotario Baires, es también personaje y narrador dentro de la obra. No sólo interpretado por un actor (Alejandro Morales), pero a momentos por un segundo avatar (Lucio Giménez Cacho) que forma parte de un ilusorio mucho más fantástico que el primer Matías Gorlero. Finalmente la obra está basada en la huida real de su padre, José Enrique de Argentina en tiempos de dictadura, y años después lo quebrado que su ausencia e inevitable pérdida de una identidad que acompaña al territorio ha dejado a sus hijos, Matías (claro), y Bernardo, el verdadero protagonista de un texto escrito y documentado por Conchi León.
Es este primer Matías Gorlero, el de Alejandro Morales, el que abre la historia rodeado de cajas que representan una más de sus mudanzas. De las cuáles ha habido muchas y no sólo por cambios de casas. De país, de pareja, de uno mismo quizá. Teatrero con mucha mayor convivencia con el padre que falleció, padre que eventualmente se descubrió homosexual ya en México, y del que ahora quedan unas cuantas fotos, cenizas y una plantita, Matías se vuelve para el resto de la obra más un fantasma omnipresente con recuerdos propios que agregar, que un jugador.
El que llega de Buenos Aires con la promesa de recibir una caja, cuyo contenido desconoce, que su padre le ha dejado tras su muerte, sin realmente haberlo conocido, ni tener ningún lazo de cariño o reconocimiento con él, es el hermano menor: Bernardo (Pedro de Tavira). Que a su llegada por la presunta herencia descubre que no es el único en el lugar que asegura ser el hijo menor de José Enrique, pero hay otros dos (Nacho Tahaan y Lucio Giménez Cacho), inexplicablemente vestidos de Alex de Naranja Mecánica, que se nombran Bernardo Gorlero y están dispuestos a batallarlo por probar su identidad.
La responsable del paquete heredado (Muriel Ricard) propone que cada Bernardo tenga oportunidad de demostrar que son el único y verdadero, y ante la sorpresa del primero de ellos, el que dejó su vida en Buenos Aires para viajar a México y encontrarse engatusado en este juego que no le hace ni tantita gracia, los otros supuestos hijos inician la recreación de momentos familiares de los Gorlero que describen quién fue José Enrique en su patria, quién después de la huida, e integran a otros miembros de la familia, incluyendo al hermano mayor que es en toda medida mexicano, y a la abuela, cuyo cuerpo fue Matías el encargado de reconocer y enterrar. Igual que el de su padre.
A pesar de que eventualmente el cubo de rubik empieza a tomar forma y a hacer sentido, es cierto que una gran parte de la primera mitad de Anecdotario Baires se siente descuadrada. Bernardo no entiende qué está pasando, pero el público tampoco logra conectar las piezas. Hay mucho aparente sinsentido sucediendo en escena que funciona como una barrera para que estos personajes, su historia real, su historia de vida y el texto consiga una conexión más inmediata y más emocional con el espectador. Es un vidrio roto cuyos pedazos podemos ver que forman parte de algo mayor, pero cuya imagen es difícil alcanzar a integrar en un licuado que pareciera querer estar jugando con nuestras cabezas.
La historia no deja de ser una potente, y más allá de eso, un dolor histórico real y con consecuencias para muchas familias de refugiados que llegaron a México hace varias generaciones y cuyo pasado no ha quedado en el olvido. Matías y Bernardo representan dos lados de una misma moneda. Y la moneda es la identidad. ¿Cómo saber quiénes somos si no tenemos claro de dónde vinimos? ¿Cómo llamar papá a una persona que es un nombre en un Acta de Nacimiento, pero quiénes somos, de genética y de esencia, si ese papá no es sino tinta en un papel? ¿Cómo llamarnos de un lugar o del otro, si el hogar es donde está el corazón, no la bandera? Para Bernardo la identidad heredada es un chiste de mal gusto, para Matías algo que escarbar y descubrir, que tal vez, sólo tal vez le permita quedarse quieto… dejar de mudarse.
El elenco de Anecdotario Baires es sin duda superior, y en una segunda mitad de la obra, cuando la dramaturgia ha podido difuminar el exceso de neblina para darle concreción al argumento, el montaje toma calidez, y los recuerdos dejan de ser sólo sketches o sólo anécdotas perdidas en un cielo lleno de constelaciones que es difícil hilar, para volverse el firmamento que da sentido a la unión de dos hermanos que, en apariencia, no tienen nada en común, y como adultos mucho que armarse, pero que siguen siendo una misma sangre, una misma historia, dividida por kilómetros de un mismo Continente. Y el guiño en iluminación de Ángel Ancona para hacer de un árbol genealógico, luz (la especialidad de Matías Gorlero, además) es un instante bellísimo para un cierre que ya para esos momentos ha ablandado el corazón.
No deja de ser bella la manera en la que un hombre que en teatro conocemos por su trabajo, y no forzosamente por su historia de vida, se abra para regalarle a los escenarios una ventanita a lo que vivió él como hijo de migrante y de artista, y nos entregue muy a su manera su corazón para el Foro Shakespeare; de igual manera, se recibe y se aplaude el que Conchi León, que como actriz, directora, dramaturga conocemos desde muchos ámbitos, preste su pluma y su oído para documentar, y cariñosamente ficcionalizar, la historia de un colega que está dispuesto a vulnerarse con su gremio para decirnos: esto soy yo, este es mi papá, esta es mi familia.
Anecdotario Baires se presenta viernes, sábados y domingos en Foro Shakespeare.