Un monólogo que intenta compactar la compleja Antígona a una sola voz llena de aflicción y melancolía, donde el tema central que enfrenta la ley divina contra la ley del hombre se pierde en un melodrama que entierra la tragedia de una heroína rebelde y valerosa del teatro griego en una cueva de lágrimas.
Hay algo que elude al unipersonal de Antígona que se presenta en El77, y es la diferencia entre una tragedia y un melodrama. Ahí donde la obra original de Antígona, que ha pasado por todo tipo de versiones y formatos, es una historia con picos y valles, y todo tipos de matices, el monólogo dirigido por Pepe Carmona mantiene una absoluta monotonía que nunca saca la cabeza a respirar de la profunda tristeza con la que pinta el entero del montaje.
José Watanabe escribe esta adaptación de Sófocles desde un punto de vista femenino. Son Antígona y su hermana Ismene las protagonistas del relato, lo que mueve la balanza hacia un sólo lado de la historia, y pierde por completo de vista que la tragedia, más que para Antígona, le pega directamente a Creonte, que es quien -originalmente- regresa a su castillo con su hijo muerto en brazos, castigado por los dioses por haber roto leyes divinas, incapaz de cambiar su destino ante las advertencias del óraculo de Tebas.
Antígona es un medio, un elemento esencial de la tragedia, pero no una única protagonista, ni siquiera la que culmina la obra, y a pesar de que el monólogo incluye por breves momentos la voz de Creonte, lo desdibuja hacia la villanía y borra por completo el lado B de lo que Sófocles plantea con su tragedia. No hay batalla entre ley del hombre contra ley divina, donde Antígona es convertida en mártir, despojada del coraje que la vuelve heróica para transformarla en un mar de lágrimas constante, y encima mezclada con un tema de desapariciones en México que jamás queda del todo claro, sino hasta que el director lo explica durante las gracias.
La historia es cercana a la que conocemos si bien está recortada, editada y trastocada en partes. Polínices batalla a su hermano Etéocles (ambos hermanos de Antígona) por el trono de Tebas prometido por su padre, Edipo, y en la guerra se dan muerte mutuamente. Ganando el ejército defensor de la ciudad, Creonte, tío de Antígona, decide castigar a Polínices sin un funeral o enterramiento. Una absoluta blasfemia ante los dioses, cuyos ritos para los muertos deberían ser sagrados.
Antígona, religiosa y rebelde, desobedece lo establecido por su Rey e intenta dar algún tipo de entierro a su hermano, mientras Ismene, la hermana más obediente, se niega a enfrentarse con Creonte. Ambas son, sin embargo, condenadas a muerte (esta parte completamente evitada por el monólogo), a pesar de que Antígona está prometida a casarse con Hemón, hijo de Creonte.
Aún sin ser culpable, Ismene está dispuesta a sacrificarse junto a su hermana (también evitado por el monólogo), pero finalmente es Antígona la que asume la culpa y es enterrada viva en una cueva, al tiempo que Hemón, incapaz de convencer a su padre de perdonar el castigo, corta toda relación con Creonte para finalmente enterarse que dentro de la cueva Antígona se ha ahorcado, y él mismo suicidarse, cumpliendo así la profecia de Tiresias hacia Creonte que lo haría perder a uno de sus hijos.
El relato pareciera puntual y sin embargo está tan lleno de personajes, coros, visiones y acontecimientos que embotellarlos todos en un monólogo de hora y media resulta en una tarea imposible. Maru Estrada se desvive intentando atrapar todas las voces necesarias para lograr capturar al menos a los protagonistas de la historia, pero no dejan de ser su narradora y su Antígona las más presentes y mejor trabajadas. Ninguna, lamentablemente, se libra de tener capacidad de movimiento. Enjauladas en la miseria, ambas, y otros varios personajes a excepción de Tiresias, parten eternamente desde la melancolía, haciendo del montaje uno denso y poco vibrante.
No ayuda para contar mejor la historia que la iluminación sea mínima. Pintada con una luz que pareciera provenir de velas es difícil alcanzar a ver todo lo que Maru Estrada está proponiendo en escena. Los gestos y movimientos se pierden en sucias sombras provocadas por cenitales mal colocados, y el letargo de un texto lento y de poca movilidad se impone ante un escenario penumbroso, que si bien dentro de la cueva de Antígona tendría razón de ser, durante el resto de la obra sólo es un obstáculo constante ante la mirada.
Pepe Carmona musicaliza el unipersonal con un violoncello en escena (tocado por Sofía Escamilla) que se vuelve uno de los elementos que más vida da al montaje, junto con cuerdas que cuelgan del techo que desde un inicio aluden al suicidio de Antígona, llevándonos a este concepto muy de la tragedia griega de lo inescapable. El visual es sencillo pero efectivo, a diferencia de nombres pintados con gis en una pared al fondo que resultan sumamente complicados de leer, que no mantienen ningún tipo de estética y parecieran haber salido de otra obra por completo, y cuyo significado se tiene que explicar de manera externa.
El reto era muy grande, pero de génesis hay algo poco atinado en una Antígona que no logra entender por completo qué hace de este personaje uno poderoso, valeroso y al mismo tiempo humano. Que no logra transmitir en qué momento pierde piso para aterrizar en el arrepentimiento y de qué manera su historia es sólo una pieza dentro de un rompecabezas que es tan grande que abarca una trilogía, de modo que no puede ser cortada, como la extremedidad de un cuerpo. Y para Ismene darle la oportunidad de ser algo más que el coro de ancianos, con el que se camuflajea constantemente en la obra, pero otorgárle la oportunidad de representar su visión, que no es ni la de Antígona ni la de Creonte, y no se puede resumir a una narradora meramente presencial con un pesar aplastante.
Antígona es un acercamiento loable al intento de adaptación de un texto que se escribió antes de Cristo y cuyas palabras hoy se pueden exprimir de nuevos modos; pero el intento se queda en intento. Como Antígona en la cueva que se convierte en su tumba, el montaje en El77 se ve tapado por piedras imposibles de mover para salir a ver una luz más clara.
Antígona se presenta los domingos a las 18:00pm en El77 Centro Cultural Autogestivo.