Una banca que ha sido testigo de una historia de amor que se volvió leyenda, como una más de las flores que habitan en un parque, es la semilla que germina todo un musical original mexicano. De música bella y presentado como un relato de cuento, Aquella Banca Del Parque tiene una personalidad muy clara, pero una narrativa que flaquea al momento de decidir qué quiere contarnos y mantenerse congruente.
Quisiera escribir de este musical desde la dureza y espero que se entienda que es porque creo en él. Musicales originales mexicanos los hay pocos, y en su mayoría de tramas desgastadas o rocolas muy vistas. Aquella Banca Del Parque no es eso, y da gusto. Su búsqueda es honesta, su mensaje tierno, su elenco actual uno que da emoción ver reunido en una misma obra con varias alternancias, pero aún no está ahí donde puede pasar a la historia, donde puede imponerse como un básico de nuestra cultura teatrera ahí donde los musicales originales escasean muchísimo. Y la cosa es que sí podría…
Aquella Banca Del El Parque inició como formato en corto y fue posterior que creció para convertirse en el musical que es hoy en día, que mantiene en su base la simplicidad, pero agrega longitud desde lugares que no suman del todo a la historia y parecieran finalmente piezas de un rompecabezas cuyo imagen final no es del todo clara. Alecks Valdés (dramaturgo, letrista y director) otorga un estilo muy propio a su montaje, que incuestionablemente tiene muy recapacitado para la obra que quiere presentar, pero en pluma y papel, mucho de lo que probablemente funciona en la historia que tiene en la cabeza no termina por traducirse al escenario que se llena de personajes y momentos confusos.
La obra la abre una florista, originalmente presentada ante nosotros como una narradora omnipresente, pero cuyo rol va cambiando conforme avanza el musical hasta llegar al punto en que pierde por completo su razón de ser para evocarse como una figura que dentro de la convención no hace mucho sentido. Un rol efectista que busca una reacción final del público a partir de una revelación llena de huecos inconcebibles que se juega desde el «¿qué quiero provocar?» sin pasar jamás por una base concreta que le permita ser el plot twist que quiere ser.
Lo cual es una lástima, porque como narradora el personaje mantiene una calidez que le da un ambiente enternecedor a la obra, y vocalmente tiene momentos francamente hermosos que no requieren que aquella florista del parque se transforme en una sorpresa confusa, cuando por sí sola ya es un elemento encantador y funcional del musical. Actuado además por Eva Padrón (alternando con Ana Ceci Anzaldúa y Jimena Parés) que entrega energía maternal y bella a una escena que de otro modo no podría ser ese cuentito que la escenografía nos promete que será.
La florista nos introduce al relato de Chico y Chica, llevándonos a una ficción que idealmente se coloca en el pasado aunque no siempre lo pareciera. En ese primer pasado, porque hay varios, Chico está frustrado porque Chica ya no es la de antes, después de haber sido víctima de una agresión criminal, aunque se siguen viendo en la misma banca del parque que los vio conocerse. Lo que ha cambiado en ella es difícil de puntualizar, presuntamente aludiría a que ella ha enmudecido, pero sus reacciones y momentos posteriores parecieran descartar esa posibilidad, que no deja de barajearse en el musical, pero pudiera también ser un caso de amnesia, de cambio en su personalidad, de ausencia de amor, de miedo a los hombres después de haber sido violentada. Las posibilidades son muchas y la dramaturgia y dirección muy poco contundentes con el caso.
Desarmado, él intenta hacerle recordar a ella las historias que han vivido, algunas en aquella banca del parque, pero no todas, y conforme relata y canta sobre esa historia que comparten, de pronto ella se integra y ambos se vuelven narradores de ese otro pasado. El pasado del pasado. O sea que ella sí termina por hablar, sólo se tarda un poco en hacerlo. Las escenas posteriores no se presentan a manera de flashback, no las vemos suceder como recuerdos recreados, decisión que es uno de los mayores misterios de la dirección, sino que se narran en presente solamente de manera conversacional. Ahuyentando la posibilidad de dar vida y aprovechar los elementos visuales teatrales para una crestomatía, y dándole voz a Chica que presuntamente no tendría por qué tenerla. No en ese primer pasado.
Chico y Chica se enfrascan en un collage de recuerdos que van desde que se conocen en aquella banca del parque y hasta pleitos y discusiones que llegaron a tener cuando sus carreras se volvieron aparentemente incompatibles, debido a que ella es una pianista exitosa, y él un compositor batallando por la vida, de pronto similar, a veces demasiado a Los Últimos Cinco Años. La cuestión con la falta de recreación es que todo aquello que cuentan es creíble únicamente a partir de su boca, pero no lo vemos suceder. Ella se dice a sí misma «rara» y lo repite mucho, pero nosotros vemos a una Chica de lo más normal, ¿qué la hace ser rara? Chica, lo sabe, nosotros no. Ella es una pianista exitosa, lo sabemos porque le dan ese adjetivo, pero el éxito, o el fracaso de Chico jamás pasan frente a nuestros ojos. Mucho de la obra sucede más que en la banca, en la nube de información, desde donde se descarga y sólo se le hace saber al público.
Más allá de la falta de pertinencia visual, en este montage de recuerdos inconexos, la dramaturgia se topa con el problema más grande de la obra. No tiene una misión trazada, una meta a la cual llegar. La famosa «I want song» que suele mover a los musicales y nos presenta la motivación de los personajes, aquí brilla por su asuencia. De modo que el cuerpo de Aquella Banca Del Parque termina compuesto por una serie de escenas y números musicales que no avanzan narrativamente el relato hacia adelante. Hacia un nuevo lugar.
Levantando la pregunta, ¿qué me quieren contar y para qué? Los romances siempre serán lindos, pero una colección de memorabilia melosa no conforma un arco dramático, no crea tensión, no dibuja una trama. ¿Qué quiere Chico? ¿Recuperarla? ¿Se puede? ¿Tiene un camino que recorrer para lograr eso que desea, o sólo está ahí para dramatizar nostáligcamente por aquello que perdió sin poder hacer nada al respecto? ¿Y si no puede hacer nada entonces qué hacemos aquí, a dónde nos va a llevar la fábula y cómo es que esta colección de recuerdos e historias presentan un caso que se va a resolver para el final de un segundo acto? ¿Qué quiere Chica? Porque llora, reacciona y se aflige aún en su presente presuntamente estóico, o sea que podríamos intuir que sí busca algo, ¿recuperarse a ella misma, recuperarlo a él, cerrar un ciclo, entenderse como una persona distinta que no va a volver a ser la de antes y transitar ese duelo? No lo sabemos. Es posible que Alecks Valdés sí lo tenga claro, pero no lo está compartiendo con su audiencia.
Sumado a eso, los números musicales funcionan únicamente como acompañamiento. Dan ambiente pero no otorgan drama a la historia. Las letras genéricas hablan del amor y del desamor, y aunque muchas son de melodías preciosas y el montaje vocal de Jorge Mejía brilla con armonías dignas de los grandes musicales, nunca se vuelven específicas. Nunca están pensadas sólo para Chico y Chica y el relato que tienen ellos entre las manos. No suman nueva información, no construyen personajes, no avanzan la dramaturgia o crean tensión, sólo generan musicalidad alrededor de la idea del amor en sus varias facetas.
Nuevamente una lástima porque aunque los actores están dirigidos desde el lugar común (ríen en cada interacción entre ellos como chiquillos), Aquella Banca En El Parque tiene un elenco fuerte, sólido y comprometido, y de voces que, en esas canciones además, es un lujo escuchar y disfrutar.
Hace sentido que Aquella Banca Del El Parque ya tenga historia y camino recorrido en el teatro mexicano. No deja de ser un musical original, que no pretende la grandilocuencia pero abraza lo sencillo e íntimo, y eso ya de entrada lo hace distinto e interesante. Busca la permanencia aún viniendo desde otro formato, que pudiera ser la génesis de las grandes puestas. Busca mover y conmover, y tiene clara que su representación del amor se asemeja a los colores de la fantasía de un cuento de hadas. Adopta la música de Jorge Mejía que es magnífica y memorable. Sabe que nos enamoramos de nuestras personas favoritas y entiende que quiere explorar más sobre eso. Aquella Banca Del Parque tiene raíces, eso que ni qué, y podría crecer para dar flores bellas, todo un jardín. Pero a esa planta hay que regarla, recortarla, cambiarla de maceta, quizá. Es un musical con promesa, pero una plantita, al final, que aún necesita de las manos amorosas de su jardinero para asumir su entero potencial.