Argonáutika, lo nuevo de Miguel Septién e Ícaro Teatro, es una tragedia épica de visuales apantallantes y héroes mitológicos que hace temblar el suelo del Foro Lucerna…tal vez demasiado para su propio bien.
Historias de la mitología griega las hay muchas y en todo tipo de formatos. Desde el Hércules de Disney y hasta el musical Hadestown que en este preciso instante se presenta en Broadway para contar el relato de Orfeo y su amada Eurídice. Pero quizá ninguna tan épica como la travesía de Jasón y sus argonautas por recuperar el vellocino de oro.
Argonáutika reúne a los héroes mitológicos de las leyendas clásicas como Hércules, Cástor y Pólux y hasta Medea con las diosas del Olimpo, Hera y Atenea, para una odisea que haría temblar al mismísimo Homero, que lleva a sus héroes a cruzar al océano y batallar en el camino con monstruos, arpías, toros de fuego y hasta rescatar a Andrómeda en dos horas y media de aventura mitológica.
Lo que Miguel Septién hace con el texto de Mary Zimmerman es llevarlo a un lugar cien por ciento orgánico que recuerda al teatro griego de máscaras y coros; pero con un ensamble que representa a decenas de personajes en el transcurso de varios años, usando recursos rústicos como madera y agua para crear visuales y escenarios que en un parpadeo se convierten en escenas de acción de película perfectamente retratadas.
Y en ello radica la magia de Argonáutika. Escena tras escena, batalla por batalla, Miguel se niega a repetirse y consigue permanecer apantallando con figuras inesperadas que se sienten como un performance sobre un escenario que se llena de corporalidad y creatividad. Y es hermoso de presenciar.
Bancos que se convierten en las fauces de una feroz criatura, danza que toma la forma de viento y pelea, y retazos de tela que simbolizan la muerte como un velo sútil, pero brillante en su sencillez.
Todo acompañado de una música que se percibe igualmente natural y hasta rural, en un sentido la Cómarca de Tolkien, que transporta a lugares de fantasía mucho más allá de las cuatro paredes de un teatro. Paredes cubiertas en enormes cortinas y alfombras azules que nos sumergen en el mar en el que los Argonautas pasan la mayor parte de sus aventuras.
Sin embargo, al más puro estilo Zack Snyder, cuando abordó la épica 300 en cine, Argonáutika se desborda en escaparates bellísimos, pero permanece unidimensional en su centro. Hay tanto ruido, tantos gritos, tantos tambores que la narración se convierte en un bólido estridente con el que resulta complicado conectar, y que incluso pone a batallar a los actores por hacer escuchar su voz que en algunos casos se escucha desgañitada o diminuta.
No es de sorprender que los instantes más bellos de la obra le pertenezcan a Elena del Río, tanto en el personaje de Hilas como en el de Medea, que en sus respectivos momentos climáticos reciben un tratamiento mucho más sereno y permiten a Elena trabajar desde un lugar más humano, mucho más matizado y que de cerca te cuenta historias completas únicamente con la mirada. Su Medea se transforma de una niña ingenua a la villana más grande de Grecia en una travesía que se siente mucho más relevante, de pronto, que la aventura entera sobre el Argo.
Mientras que Pierre Louis, al que poco se le permite jugar con su Jasón más allá de hacerle al héroe que vive en un eterno discurso a la Mel Gibson en Braveheart, siempre con el brazo arriba y la voz rugiendo, acaba tan pintado de un sólo perfil como los jarrones de la antigua Grecia.
Más allá de esta ausencia tridimensional, el ensamble trabaja por transformarse en un sinfin de personalidades con gestos y manierismos que llenan, si no de matices, de color el espectáculo. Y Andrea Biestro, junto con Claudia Hernández, como Hera y Atenea respectivamente, se acaban llevando, curiosamente, muchos de los momentos más tiernos y divertidos del montaje.
El vestuario sin duda se vuelve una pieza central a la que es imposible no ponerle atención. Perfecto en su construcción que recuerda al trabajo de Galliano con Dior, en su época bondage, o a la estética de Gaultier en leather; Giselle Sandiel, como vestuarista y encargada de la caracterización, se apunta uno de los logros clave en hacer de Argonáutika un deleite para la pupila. Y acompañada por Féliz Arroyo en la iluminación y escenografía se convierten en el combo de perfecto para llevar las imágenes de Miguel Septién a un lugar perfectamente delineado.
Cierto, la obra pudiera ser un poco larga, más densa, definitivamente, que lo que una Clash of the Titans es en cine, y tal vez demasiado estruendosa para su propio bien, pero para un amante de la mitología griega es el cuento perfecto. Y si de teatralidad se trata, los trazos de Miguel Septién son prueba de que en un escenario es la creatividad y no la tecnología la que nos permite viajar en un barco contra viento y marea y batallas criaturas que existen más allá de nuestra imaginación.
Argonáutika se presenta los miércoles de abril y mayo a las 20:30 pm en Foro Lucerna.