La obra que en 2004 le arrebató el Tony a Mejor Musical a la mismísima Wicked está de vuelta en CDMX con un nuevo elenco joven (y poco visto), y los mismos puppets de Rick Lyon situados para enfrentarse ahora contra el pensamiento progresista de 2019 bajo una tropicalización que los tiene perfectamente arraigados al gusto chilango.
Cuando Avenue Q estrenó en Nueva York -en Off-Broadway- en 2016, el musical resultó de lo más provocativo, usando tiernos muppets que funcionaban como parodia al programa infantil de Plaza Sésamo para hablar (y burlarse) de temas como el racismo tan arraigado en la sociedad gringa, la homosexualidad, el sexo, la pornografía y el peso que en un mundo corporativo se la da a la ambición profesional.
Ahora que Avenida Q regresa a México los mismos temas definitivamente no tienen tintes precisamente similares 15 años después. El tema gay ha trascendido para convertirse en una conversación sobre la identidad de género y sus parámetros, y la cuestión sobre el racismo ha ido virando hacia la apropiación cultural y el «white washing», temas que para los muppets de Avenida Q ya han quedado fuera del radar.
Curiosamente, el musical mantiene su encanto, y pese a que lo provocativo se ha diluido para convertirse sencillamente en humor ligeramente politizado, los personajes y números musicales siguen siendo tan irreverentes que no hay manera de no sonreír escuchándolos cantar sobre la pornografía en Internet, la calvicie a los 30 y el fracaso de ser un recién egresado desempleado (que entre los millennials, definitivamente sigue siendo tema de conversación).
Avenida Q nos presenta un conjunto habitacional, muy parecido a la vecindad retratada en Plaza Sésamo donde cada habitante, muppet, humano o «monster» tiene una meta que le ha resultado eludible y está lejos de alcanzar la realización personal. Entre ellos Agustín Melgar, el recién llegado, recién egresado de la universidad que se une a este grupo de coloridos personajes, para acabar teniendo que poner sobre la balanza su crush con Kate Monster, la dulce, pero intensa activista para la raza de los «monster» contra su capacidad de convertirse en un hombre de bien bajo los estándares de una sociedad que le exige ser lo suficientemente exitoso como para vivir en una Avenida A… mínimo una B.
Álvaro Cerviño (director) se encarga de la traducción, o más bien, una franca tropicalización que sitúa a toda esta vecindad en un universo perfectamente comprensible para el mexicano moderno, con arriesgados chistes sobre Aleks Syntek (el personaje que en la puesta original es Gary Coleman, y cuya decisión de transformarlo en el ex Chiquilladas pudo haber resultado terriblemente desafortunada, pero que la adaptación y especialmente la actriz Ana Luis Martínez hacen funcionar de maravilla) o una playlist de Spotify llena de canciones que cualquier chilango reconoce y entiende como parodiables.
Pese a que en general la adaptación triunfa y pega en los lugares correctos, tropieza en números como «Mi Novia Que No Vive en México» (My Girlfriend Who Lives In Canada) que revuelve y convierte en demasiado rebuscada como para ser graciosa, o «Si Tu Amado» (The More You Ruv Someone) al que se le fuerzan una variedad de chistes estereotípicamente asiáticos que la hacen perder su gracia natural sobre lo mucho que a veces uno quiere matar a la gente que más ama, que no necesitaba de otro tinte de humor para entenderse y funcionar.
El elenco, sin embargo, hace funcionar a la perfección este universo fársico de fantasía. A la cabeza, Leonardo Bono, no sólo en voz de Agustín Melgar, pero también en la del closetero Rod es francamente extraordinario. Una bomba de frescura repleta de vocecitas hilarantes, con un comedy timing perfectamente ecualizado y un carisma francamente contagiable.
Y entre el ensamble otros muchos demuestran una capacidad fantástica para la comedia. Ana Luisa Martínez modula a Aleks Syntek para volverlo más que una burla al cantante real, un personaje vivo por sí mismo; Natalia Moguel y Jorge Viñas se convierten en lo más hilarante del montaje como los Osos Malamadre, cuyas participaciones son contadas, pero enormemente entretenidas, y Bastian, que como Niky (el ingenuo roomate heterosexual de Rod) no logra realmente crear un personaje suficientemente «muppetil», pero que con el infame Trekkie acaba metiéndose el público a la bolsa y reivindicándose con creces.
Lamentablemente la producción aún tiene mucho que trabajar en cuestiones de diseño de audio y escenografía. Ambos aspectos parecen jugar en contra de su propio elenco. Por un lado la orquestación que cubre por completo las voces de los actores provocando que se pierda muchísimo del humor, y por otro las incómodas puertas y ventanas que conforman la vecindad bidimensional que entorpecen las interpretaciones y llevan a momentos de franca torpeza visual que restan al potencial de esta nueva Avenida Q que en realidad podría perfilarse como uno de los mejores musicales del año si no fuera por esos detalles que ensucian la producción y son perfectamente corregibles.
Podrá ser 2019, pero Avenida Q sigue provocando carcajadas y permitiendo a los actores transformarse en seres de un mundo magnífico capaces de soltar verdades de manera cándida que de otra forma se escucharían agresivas o insultivas, y eso sigue y seguirá siendo encantador. Recorrer este mundo de sueños fallidos al lado de Agustín Melgar para acabar entendiendo que «todo pasa, y al final no pasa nada» es una experiencia bella e hilarante que no por nada fue considerada el Mejor Musical hace 15 años. Avenida Q no será un lugar en el que uno quiere vivir, pero visitarla como público es un franco regocijo.
Avenida Q, el musical, se presenta miércoles y jueves en el Teatro Milán.