Hay algo truculento en montar Avenida Q fuera de su tiempo y espacios originales. Un musical que en 2003 revolucionó la escena teatral con su farsa irreverente y escandalosas canciones que incluso le robaron el Tony a Mejor Musical Del Año a la gigantesca Wicked. Hace veinte años, Avenida Q era el rey. Y no ha dejado de ser un gran musical, pero inevitablemente, y dado que estaba muy anclado a su tiempo, cualquier versión montada décadas posteriores puede llegar a sentirse, sin el manejo adecuado… caduca.
Un musical ácido, crítico, ingenioso que lanza desde una parodia a Plaza Sésamo todo un discurso sobre el privilegio en Estados Unidos, y la manera en la que eso cascadea hacia varios grupos minoritarios: los racializados, les lgbtq, los que están fuera del sistema capitalista, o los que han perdido ese privilegio que en algún punto los cobijó con cuidado. De ahí que, en realidad, nada en Avenida Q es fortuito. Y aunque se pudiera malcreer, no es una obra que simplemente se puede retacar con chistes fáciles y sin sentido, de hecho, todo lo escrito por Robert Lopez, Jeff Marx y Jeff Whitty está pensado, y está muy bien pensado.
La nueva producción de Avenida Q en México, montada en un karaoke en Coyoacán, no está lo suficientemente pensada. Con una traducción que une pedazos de otras anteriores con tropicalizaciones nuevas y la dirección simplista y seca de Laura Guzmán, parece estar más interesada en la risa de chiste de reunión, que en analizar qué se está diciendo en el texto y por qué. Y a pesar de que no todo lo mal-traducido del libreto les pertenece a ellos, la realidad es que tampoco hubo ningún trabajo de actualización que, nuevamente, décadas después se siente completamente fuera de un humor que ha evolucionado de muchas formas.
Avenida Q de Guzart nos saca del teatro a la italiana hacia un espacio menos convencional, un cantabar, cosa que tiene sus pros y sus contras. Por un lado, Avenida Q se presta por completo a mutar de universo y hay algo inteligente y simpático en hacer del montaje algo inmersivo, por lo que resulta enormemente refrescante sentarte en una mesa de bar para disfrutar de este show rodeado de puppets que se sientan contigo desde el segundo uno, antes de la tercera llamada, para ir creando ambiente. Pero, por otro, inevitablemente el escenario, que es más tarima que escenario, no está preparado para recibir un show con diseño de producción, cosa que le da un look escolar y desatendido.
Una banca y dos botes de basura son nuestra escenografía, y aunque el show se pudo haber montado con eso y un trazo imaginativo, el visual minimalista se recarga en pantallas (las del karaoke) que se usan para proyectar imágenes que a momentos pueden ser muy descriptivas del lugar físico donde se encuentran los personajes, funcionales, y otras francamente invasivas y perjudiciales con imágenes de archivo que parecieran sólo estar ahí por miedo al espacio vacío, y en muchas ocasiones, para repetir -no reforzar- el chiste en escena, y acabarlo matando en absoluta sobreexposición.
La iluminación no tiene lugar estético a dónde ir, por lo tanto se enfoca en que podamos ver la escena sin mayor diseño, y el audio se aterriza en pistas que, para musicales como éste, siempre se sentirán un escalón por debajo de aquellos que optan por orquesta.
Los intérpretes se notan nuevos a la escena. Verdes para la mayoría de los papeles, vocalmente la mayoría de ellos aún no están preparados para cantar la partitura, y actoralmente su trabajo con los puppets requiere de muchísima más compenetración para realmente hacer vivir a los personajes. Armonías desafinadas y notas que se quedan por debajo del tono caracterizan prácticamente todos los números del musical. Y he ahí otra confusión en la que más de una producción regional de Avenida Q cae, el creer que por que es comedia no requiere de intérpretes preparados para poderla cantar, ignorando por completo que no sólo es un musical hecho y derecho, pero uno que tiene más de 20 canciones, es decir, la voz cantada es guía por encima del diálogo.
En tecnicismo la historia es la misma de siempre. Princeton, recién saliendo de una prestigiosa universidad y creyendo que debería tener la vida resuelta por ello, se da cuenta que su título no lo está llevando a ningún lado y teniendo que vivir de una mezada de sus padres acaba rentando un departamento en la poco lujosa, Avenida Q, donde no hay mucho caché, pero se compensa con vecinos amorosos, divertidos, y repletos de crisis existenciales.
Avenida Q es la historia de un puppet que sale de su burbuja para darse cuenta que allá afuera las cosas no son como siempre se las pintaron, y enfocado en encontrar su propósito, con cierto complejo mesiánico, acaba perdiendo y volviendo a encontrar su propia identidad que, realmente, nunca antes se había tenido que cuestionar. El montaje de Guzart obvia todo eso para convertirlo meramente en un desempleado en busca de trabajo.
A pesar de eso, Michell Amaro, que da vida a él y a Rod, logra sacar brillo en este protagonista con carisma, ternura y la mejor voz de todo el musical. Algo que no le resulta tan sencillo al resto de sus compañeros, que sufren del mismo reduccionismo en sus personajes, convertidos en seres unidimensionales, sin mucho de donde rascar para poder pulir los roles que les toca interpretar.
Kate Monster (Delia Velasco) es linda y encantadora, pero su lado oscuro está completamente desaprovechado, y vocalmente es probablemente la que más batalla con sus canciones. Brian (Daniel Haddad) es relegado a segundo término, convertido en el punchline de los chistes de otros, su storyline sobre un hombre en sus treintas desempleado y buscando hacerse una vida de una pasión que muchos toman a broma jamás toma protagonismo. Rod (Amaro) funciona bien, es amarrado y apretado, gracioso en su analidad, pero debido a la mala traducción muchas veces acaba siendo únicamente «el gay», del que hay que reírnos.
Nicky (Patricio Solórzano) pierde por completo su razón de ser. Mimetizado con Princeton, incluso en su voz, no se percibe como el ying del yang que representa Rod. Ahí donde ellos tendrían que estar en extremos opuestos como Beto y Enrique (de ahí que uno habla muy agudo y el otro grave, originalmente), Nicky no carga con lo descuidado y desprolijo de su personalidad oral, pero es simplemente noble. Un gran amigo para Rod, a quien quiere mucho, pero por alguna extraña razón decide insultar cuando le canta «If You Were Gay» con palabras ofensivas y homofóbicas que el Nicky que quiere ser un lugar seguro para su mejor amigo jamás usaría.
Los más problemáticos, sin embargo, son Christmas Eve, aquí llamada Jackie Kabuki (Ana Pau Marín), pero continuamente confundida por «Yakimeshi», vestida con un kimono, maquillada para alargarle los ojos y preparada para hablar en el estereotipo más insultante para cualquier persona asiática, incluso nombrada «taka taka» por Brian -la persona que la ama-, destruye solita el mensaje del musical, que jamás busca hacer burla de una persona japonesa, sino de la manera en la que la gente racializada se tiene que adecuar a un mundo blanco que los relega, les hace mofa y ni siquiera se molesta en diferenciarlos de otras etnias y culturas. Los hace sonar tontos cuando es gente con dos maestrías.
Y Gary Coleman, un hombre que en la infancia vivió la fama y el privilegio gracias a la televisión, que después se apagó luego de perder todo su dinero, y podría fácilmente ser el intendente de un edificio en la peor colonia, donde radica su chiste y acidez, que en esta Avenida Q se transforma en… Enrique Peña Nieto (Isaac Jarkin). Un personaje que no sólo no tiene sentido alguno con la metáfora, pero que además fue elegido meramente para poder soltar cansados chistes que Twitter lleva escuchando desde 2013, una bromita andando cuyo propósito desaparece por completo, que encima usan para poder meter una que otra broma sobre Wendy Guevara y Poncho de Nigris. Muy lamentable.
Curiosamente los personajes que continuamente rescatan las escenas son aquellos que de génesis fueron pensados como incidentales y sin un arco propio: los Ositos de las Malas Decisiones, Lucy y Trekkie Monster. Catalizadores que no requieren de un trayecto, que se pueden dar el lujo de ser solamente graciosos, y que aquí triunfan continuamente con buen timing y muchos de los diálogos y visuales más divertidos.
La epítome de una traducción meramente enfocada en la rima y jamás en el significado llega con el último número: For Now. Una canción famosamente cruda y honesta en la que los habitantes de Avenida Q le hacen saber a Princeton que el propósito no es algo que le llega a todo el mundo y que la vida está lejos de ser color de rosa, pero eso es parte de lo que la hace hermosa; que en el cantabar se convierte en un himno optimista sobre el amor, la amistad y cómo una sonrisa te puede abrir puertas. Una última evidencia de que todo lo que por dos horas quiso contar el musical, salió por la ventana para no regresar porque al montaje le faltó compresión lectora.
Avenida Q no es fácil, lo punzante y crítico de toda esa comedia que se disfraza en lo infantil para poder salirse con la suya camina una delgada línea entre las verdades que incomodan y por tanto son graciosas cuando se nos avientan a la cara con puppets; y lo incorrecto sólo por ser incorrecto que pareciera regodearse en ofender y excusarse con somos puppets. Tal vez Guzart, usualmente una escuela, aún no estaba preparada para lanzarse al ámbito profesional desde este texto y la habilidad que pide de su elenco de poder cantar, actuar y malabarear puppets (a veces más de uno) al mismo tiempo; o tal vez sólo el tropiezo en la elección de traducción y adaptación provocó una reacción en cadena que descolocó a toda la compañía, lo cierto es que esta nueva producción de Avenida Q no encuentra su propósito y ahí donde todo mundo es un poco racista, ésta lo es demasiado.
Avenida Q se presenta los sábados en Caruso Concert Hall a las 6:00pm de la tarde.