Con Barbarian, Zach Cregger se coloca como una voz dentro del género de terror, tan potente y única como la de Jordan Peele y estresante como la de Christopher Smith, con mucho que decir sobre la misoginia y la violencia hacia la mujer, y la capacidad de hacerlo desde un lugar impredecible y oscuro, y un formato que sólo a grandes como Hitchcock le salía usar quitado de la pena.
Una de las cosas más emocionantes de Barbarian es lo poco que la promoción de la película allá afuera habla de ella, y lo mucho que eso permite que un sinfin de posibles sustos pasen por tu cabeza, por lo menos los primeros 40 minutos de la película. Por lo que es importante que evitemos spoilers de todo tipo. La sorpresa es parte del impacto. Y el que creamos saber qué va a suceder es parte del experimento.
Tess (Georgina Campbell) llega a un Airbnb en la zona más abandonada y descuidada de Detroit una noche lluviosa solo para encontrarse con que Keith (Bill Skarsgard) ya tiene rentada esa misma casa y está adentro ya listo para dormir. Luego de verificar que el error fue provocado por la persona que se las rentó a ambos en la misma fecha, Keith le ofrece a Tess pasar la noche juntos, ella en el cuarto y él en la sala.
Tal vez es que a Bill Skarsgard lo reconocemos inmediatamente como Pennywise de las películas de IT y eso provoca poca confianza, o tal vez es el hecho de que sabemos que a una mujer sola después de las 12 de la noche le pueden pasar muchas cosas, pero la realidad es que las alarmas de un posible catfish comienzan a sonar en nuestras cabezas desde que él abre la puerta.
¿Un hombre que cuando ella sale del baño la está esperando afuera con una botella de vino pese a no conocerla? La respuesta parece simple: debe de ser un predador, y ella está en peligro.
Y sí, ella está en peligro, sólo no vemos venir desde dónde.
Luego de darnos un susto digno de los últimos cinco minutos de REC, que se toma muy su tiempo para que igual que Tess, nosotros nos vayamos sintiendo cómodos con su situación y hayamos empezado a bajar la guardia, Barbarian da un nuevo vuelco -de ahí la comparación con Hitchcock-, y al estilo Psycho decide presentar a un nuevo protagonista en Justin Long, completamente en otro ambiente y mood, bien pasada la primera mitad de la película y habiéndonos dejado en pleno de erizarnos los pelos del brazo.
El nuevo es AJ, un actor acusado de haber violado a una coestrella, que luego de ser denunciado públicamente en The Hollywood Reporter, pierde su trabajo e ingresos y se ve obligado a viajar a Detroit, a la misma casa que a estas alturas ya conocemos bien, porque resulta que es el dueño en papel y su única salvación es venderla para no acabar en la calle.
Las cosas no pueden salir si no peor, y a estas alturas Barbarian ya nos lo hizo saber.
Cregger es inteligente, un director que ha estudiado el género y cuyas referencias se notan en el manejo de sus tomas (hay claros guiños a Rear Window), pero más que nada en su manejo del suspenso. Desde Creep de Patrick Brice con Mark Duplass, que tiene mucho que decir del acoso y hasta otra Creep, la de Christopher Smith con Franka Potente, que es brillante en su uso de espacios oscuros, túneles claustrofóbicos y figuras grotescas trastornadas.
Pero lo mejor de su trabajo en Barbarian es que a pesar de no ser un consagrado se da el lujo de romper reglas y jugar. Primero de jugar con nuestras cabezas, estirando nuestra imaginación de una forma ansiosa, donde él sabe que nos vamos a ir a mil por hora, para después bañarnos con un balde de agua helada; luego de jugar con una edición inusual y arriesgada, cortando escenas de terror intenso drásticamente hacia otras completamente no relacionadas, en apariencia no relacionadas -incluyendo un flashback realizado en su entereza con un lente fish eye en el que no aparece ninguno de nuestros protagonistas-; y finalmente cuestionándonos sobre la verdadera maldad, reubicándonos cuando nos hace dudar quién es su verdadero villano. Y a pesar de estar debutando en terror, lo hace funcionar. Y lo hace divertido.
Más importante aún tiene algo que decir y no nos está haciendo saltar en el asiento sólo porque sí. Hay muy pocos personajes masculinos en la película que se salven de tratar a Tess sin algún tipo de micro machismo. Mientras Keith entiende que Tess pudiera sentir desconfianza de un té hecho por él que ella no ha visto cómo prepara, al mismo tiempo no puede evitar dudar salirse del cuarto cuando se queda con ella y una cama recién hecha; AJ no termina de entender por qué es que fue acusado de agresión sexual de la que definitivamente es culpable; y cuando creemos que Tess será salvada porque ha encontrado policías en su camino, para ellos es muy fácil invizibilizarla. Claro, en el amplio espectro de las cosas, los hay quienes violan y matan, pero donde Cregger mete el dedo en la llaga no es en los depredadores obvios, pero en el hombre genérico, en el cualquiera que no se da cuenta.
Te pone los pelos de punta cuando uno de los personajes anuncia «y no es lo peor que hay ahí adentro», porque habla a mares de las posibilidades. Narrativamente da pánico saber que todo lo que te han mostrado hasta el momento aún puede ser superado; pero alegóricamente también pega en un lugar diferente, aquello que creemos que es lo peor y lo más monstruoso, no es nada comparado con la violencia y microviolencia diaria, lo desechable de la mujer para el hombre, lo fácil de la manipulación seguida de una justificación, que, como Cregger decide evidenciar con su final, son mucho más fatídicas que aquello literalmente espantoso de lo que buscamos protección.
A pesar de la pertinente tesis, Barbarian no es pretenciosa en lo absoluto. Es diversión para el amante del terror, es tensión e incertidumbre, y es escalofríos al ver un pasillo oscuro interminable sin nada que nos muestre que hay al fondo de la boca negra apenas alumbrada en un inicio por la poca luz que refleja en la entrada. Es horror clásico con subtexto para la audiencia de 2022. Es repugnante y rítmia, y una de las mejores cintas de terror del año sin lugar a dudas.