Sergio Blanco deja a un lado el teatro autoreflexivo para adentrarse en una historia mucho más lineal de supervivencia que nos transporta a un naufragio en heladas tierras de glaciares, donde la Barbarie humana se arma con el instinto de vivir a toda costa y se convierte en algo monstruoso.
La historia la conocemos. El accidente que deja varado a un grupo de sobrevivientes a defenderse de las inclemencias del tiempo y la naturaleza sin ninguna de las herramientas que nos permiten ser civilizados, sacando inevitablemente el lado más salvaje que el hombre esconde tras la máscara del saber comportarse. Tan existe y tan lo conocemos que este tipo de relato forma parte de un género que tiene nombre propio: «Survival«.
La pregunta es, ¿qué hace Sergio Blanco (dramaturgo) con esto? Y la respuesta es… no tanto como hubiera podido.
Al escritor uruguayo Sergio Blanco lo reconocemos por su gran capacidad de mezclar verdades con ficciones en un teatro que suele auto-reconocerse para jugar con la cabeza del espectador que no sabe si lo que está viendo es documental o creación. Es el caso de Tebas Land o La Ira De Narciso, que en México se han presentado con mucho éxito. Pero con Barbarie, que escribió antes que las mencionadas arriba, el dramaturgo se aleja de aquello que lo caracteriza y opta por la narrativa tradicional, linear, y de ensamble.
Siete personas quedan atrapadas en una tierra helada en medio de icebergs y glaciares después de un naufragio. Congelados al punto de empezar a perder la movibilidad, sin manera real de combatir la mortífera temperatura, el viento, el hambre y las bestias que los acechan por las noches aullando. Poco a poco la convivencia que inicia con un intento de liderazgo y civismo, se convierte en un sálvese quién pueda que destapa la calidad abrumadoramente inhumana detrás del instinto de supervivencia.
Lo demás es predecible y conocido. Lo hemos visto desde Alive, icónica película del 93 donde un equipo de rugby se estrella en Los Andes para descubrir que son capaces de lo que sea con tal de no morir; la actual Yellow Jackets en Paramount+ sobre un equipo de futbol femenil que acaba formando un culto de deidades paganas luego de estrellarse en tierras heladas en medio de la nada; y muy recientemente en Triangle of Sadness, la nominada al Oscar de Ruben Östlund, que aprovecha un naufragio para hablar del derrocamiento del privilegio cuando la moneda de intercambio es la capacidad de sobrevivir.
Menciono esos ejemplos porque todos parecen querer decirnos algo más que el mensaje que conocemos hasta el cansancio. Sabemos que la bondad humana termina donde la muerte amenaza, e historias de situaciones extremas existen cientos que llegan al mismo lugar, pero hay unas cuantas que se salen de la caja y se preguntan, «sí, ¿pero qué más?». Barbarie no lo hace. Se centra en la anécdota y en llegar del punto A al punto B cumpliendo con las reglas del género.
No por eso el montaje de la UNAM dirigido por Luis Eduardo Yee está vacío de buenas ideas. No. El director, apoyado por los creadores del concepto escénico, Fernanda García y Sergio López Vigueras, crean un espacio imponente y llamativo que es tan protagónico a la puesta como los personajes mismos.
Un naufragio que se dibuja como una escalinata de madera deshecha y congelada, que forma una especie de resbaladilla cuyo deterioro ha quedado paralizado en el tiempo es una visión agorzomadora en el Foro Sor Juana. La idea de placas de hielo que los sostienen apenas, amenazando con romperse y dejarlos caer al agua helada, y un vestuario perfectamente construido para transportarnos a un invierno incombatible provocan una verdadera helada en el teatro y son un deleite que uno quisiera acercarse para analizar a detalle.
Los siete actores se comprometen con la desesperación y la desesperanza hasta un punto que se puede sentir cómo les duelen hasta los huesos. De pronto más gritado de lo que es necesario, muchos de ellos asoman la garra y se vuelven temibles, ya sea en su frialdad de carácter o su capacidad de violencia. Sofía Sylwin tiene quizá el personaje más llamativo. Una inteligente comadreja que se escabulle por doquier para salir lo mejor librada posible, provocando mayoritariamente ella los momentos más brutales de la puesta. Y es genial haciéndolo lejos de todo lugar común.
Ricardo Rodríguez apuesta mucho más por lo grotesco. La pérdida de valores a la que no le interesa ocultarse en hipocrecía, y tiene momentos de quiebre sumamente interesantes. Pablo Marín y Paula Watson son probablemente los únicos que cargan con las sobras de un espíritu más humano al que se aferran hasta el último momento, y en hacerlo son lo más cálido en este universo glaciar.
Hay algo muy bello en la representación de la muerte que Luis Eduardo Yee aborda desde aquello único que dejamos atrás, nuestra ropa; y el sonido de gritos tormentosos y llanto inocente los convierte en música que nos lleva de regreso a eso que ya se perdió en el barco, lo más humano… el arte. Arte con el que, de hecho, comienza la obra con un pequeño guiño a lo que está por venir y que contrapone la máxima expresión de trascendencia contra el brutal artificio de supervivencia.
Como montaje, Barbarie está repleto de detallitos por doquier que emocionan la mirada; y con sólo un poco de convención teatral nos lleva a la repugnancia o al impacto en un chasquido. Barbarie provoca. Pero, en la base, la obra empieza y termina justo donde crees que lo va a hacer, y cuando llega el momento de apagar las luces queda la duda de si se vio algo extraordinario, o sólo un relato ordinario y conocido, bien logrado. Una anécdota fría que no llega a hervir.