En un mundo fantástico donde las diferencias reinan y dividen a los habitantes al punto de no querer saber nada del otro, Carlota, una huérfana que no se parece a nadie más en esta tierra, tiene que buscar un lugar fuera del mapa donde finalmente se pueda sentir bienvenida y en casa. Un musical para toda la familia que nos recuerda que la belleza de la diversidad está en lo único de cada quién.
Carlota, Un Lugar Fuera Del Mapa no está inventando el hilo negro. La realidad es que su heroína tiene un sabor muy similar al de una Alicia perdida en el País de las Maravillas, o una Dorothy recorriendo el camino amarillo de Oz. Yulleni Vertti y Alejandra Castro (dramaturgas) se recarga en ese lugar común que conocemos para presentarnos a una niña ordinaria (no por eso me refiero a «cualquiera», pero sí a su capacidad de sorprenderse con lo atípico) atrapada en una tierra extraordinaria, con la capacidad de enfrentar lo establecido y sacar a los habitantes viciados de su zona de confort conflictiva.
Los habitantes de Piedra, luego de ver su ciudad derrumbada sin saber exactamente cómo o por qué se topan con Carlota, una niña de nombre raro y pelo rosa que no parece asimilarse a nadie que ellos hubieran conocido antes. Asustados y prevenidos por la aparición de esta extraña criatura huyen despavoridos ante la llegada de la policía que los termina por llevar a todos ante la Ley de los ciudadanos de Hierro.
Nuevamente identificados como «los distintos», Hierro y Piedra se enfrentan para discutir si hay un lugar para estos «migrantes» en una tierra que no les pertenece, y en el inter encierran a Carlota, la más problemática de todos, que en su soledad da mágica vida a su muñeca, Esperanza, igualmente de pelo colorido y look clown, con la que se escapa de su celda y empieza a recorrer este universo donde se topa con seres creados a partir objetos, serpientes gigantes y colores antropomórficos que no pueden aceptar sino la monocromía.
La batalla es por llegar a ese lugar donde sean nuestras similitudes las que nos unan por encima de nuestras diferencias las que nos separen. Y en un mundo que urgentemente, hoy de manera tan pertinente, requiere escuchar que las tierras no le pertenecen a unos cuántos, pero pueden abrirse para recibir a migrantes, pueblos originarios, refugiados, huérfanos, etnias, religiones y culturas cuyas guerras jamás van a encontrar un punto de comunión (simplificando mucho lo que allá afuera está pasando), Carlota, Un Lugar Fuera Del Mapa se siente importante. Y más importante aún para las infancias.
Habiendo dicho eso y bajo el entendido de que la obra y su concepto son, de entrada, actuales y sensibles con una sensación de impotencia que hoy muchos tenemos atorada en la garganta, Carlota no es un montaje perfecto, pero tiene un camino delineado que la puede llevar a pulir y detallar lo suficiente como para llegar a ser un gran musical.
Inspirada en la pantomima británica, esta idea del show familiar camp con música y comedia se queda un poco corta en su hechura y capacidad fantástica, y en general entretenida. Hay una falta de juego con los personajes que reciben todos, también dirigidos por Yulleni Vertti, que les permite ser ciertamente fársicos, pero nunca grandes e intensos, caricatura que embonaría con el formato de manera llamativa e ilustrativa.
Pero desde donde están, Carlota es más simple que heróica. Rocío Leal le otorga carisma, pero no se siente detallada hacia una personalidad clara, contundente y ante todo simpática. Tiene la difícil tarea de ser aterrizada ahí donde otros vuelan, pero más allá de tener los pies en la tierra, Carlota se percibe seria, ordinaria y ecuánime, muy poco ingeniosa, alegre, brillante o tan llamativa como su pelo rosa y calcetas de colores. No hay en ella un viaje del héroe que la lleve de defensiva a transformadora, porque sólo vive los momentos conforme pasan a su alrededor sin ser tocada por ellos. Carlota es un personaje que fácilmente podrías olvidar en una obra que lleva su nombre.
En esa misma lid, Patricia Madrid como la villana de la historia, la Ley de Hierro, encuentra matices divertidos con su personaje, pero nunca se va a ese lugar donde podemos amar/odiar a la antagónica enorme, a esa de modismos grandotes y diálogos cínicos. Lo intenta. Se acerca a ese lugar, pero luego se recluye en la pequeñez de lo sutil, en lugar de abrazar con ganas lo camp, lo inmenso y encontrar además comedia en esa cima de riesgo donde tantísimos villanos de cuentos infantiles se han colocado gracias a su majestuosidad, y terminan por convertirse en nuestro personaje favorito de la obra. Esta Ley da para más, para mucho más.
Los ciudadanos de Tierra están todos cortados por la misma tijera. A pesar de tener nombres que técnicamente aluden a sus personalidades (muy a la Siete Enanos de Blanca Nieves) nunca llegan a separarse los unos de los otros, convirtiéndose en una masa homogénea de personitas intercambiables y nuevamente poco crecidas. Son curiosamente los seres creados a partir de objetos, los que no tienen alma o corazón, porque son cosas y no humanos, con los que el elenco da rienda suelta y se permite crear desde un lugar más fantástico y aludir al cuento infantil con mucha más creatividad y diversión. Al igual que un meditativo gurú en la tierra de los Colores que está obsesionado con seguir las reglas de un libro -pónganle el nombre que quieran- que, sorpresa, está en blanco. Su fe siempre fue ciega, pero su acting se alimenta de una comedia corporal burbujeante.
Karen Díaz como la muñeca Esperanza nunca es suficientemente muñeca. Un personaje nacido de la magia tendría que sentirse como un sidekick de mitología. Una creación fantástica que en el público se reflejara como ese elemento extraordinario que nos lleva a creer que todo es posible. Pero su Esperanza se diluye entre muchos otros personajes más elocuentes que ella, y a pesar de tener el vestuario más colorido de la obra, si no fuera porque visualmente es un foco de atención, en su creación de personaje no hay nada de mágico, de fantástico, incluso de comedioso o especialmente cariñoso. Pareciera solo estar ahí para seguir a Carlota.
Más complicado aún, Carlota, Un Lugar Fuera Del Mapa tiene el tratamiento de una obra musical, incluyendo la famosa «I want song«, el número de la villana, la capacidad de avanzar personaje e historia a través de los números musicales; sin embargo está lejos de trabajarse desde el rigor de un musical y ahí pierde mucho de lo que la hubiera llevado a la excelencia.
A excepción de Karen Espinosa, que hace a una encantadora alguacil de ciudad Hierro, y es probablemente uno de los elementos más pequeños pero bien cuidados del montaje, ningún otro de los actores, incluyendo a los protagónicos realmente tiene una técnica vocal trabajada para el canto. Afinan lo suficiente para no errar, pero no están listos para interpretar. Para sorprender al público con una balada como «Un lugar fuera del mapa» que se escuche como probablemente en la partitura de Iker Madrir originalmente estaba planeada escucharse.
Voces delgaditas de poca maleabilidad y matices, y coreografías (de Mauricio Rico) que, a pesar de tener un mundo fantástico de figuras y colores a su alrededor, nunca pasan de lo básico y poco llamativo, hacen de este musical uno que permanece muy por debajo de otros, incluso infantiles, que aprovechan su concepto y score para transportarnos a lugares geniales. Y no hablo de producción o tamaño, pero de creatividad e ingenio. Para estar situada en un mundo extraordinario, Carlota se percibe extrañamente típica. Cosa que no para de sentirse como una oportunidad desaprovechada. Incluso cuando aparece una serpiente neón gigante a circular por el escenario que tendría que ser el momento de explosión visual, por un descuido por parte de dirección, todo el tiempo veamos a los actores vestidos en sus vestuarios de personaje, moviéndola y matando todo rastro de convención. Desinflando el momentum.
Vestuario y escenografía (de Libertad Madrel y Félix Arroyo) conciben un universo donde, en efecto, una niña de pelo rosa podría toparse con ventiladores que hablan y el color rojo hecho persona, pero la iluminación (también de Félix) nunca dota de alegría y color el espectáculo y permence de forma apagada, incluso en su intensidad y tonalidad, cosa que lleva a este País de las Maravillas a sentirse terroso y triste.
Carlota tiene los ingredientes correctos y una historia que está lista para llegar al corazón, un relato digno de Lewis Carroll que nos podría transportar fuera de este mundo a uno donde las muñecas viven y hay gente que sólo come comida del color de su ropa; pero necesita un compás para llegar a ese lugar fuera del mapa, donde hay que arriesgar, puntualizar y delinear con más precisión y destreza para que Carlota pueda convertirse en esa heroína de pelo rosa que el teatro recuerde como una de las favoritas.
Carlota, Un Lugar Fuera Del Mapa se presenta sábados y domingos a la 13:00pm en el Teatro Helénico.