Recientemente escuché a alguien decir, «Me dijeron que sólo fuera a Casa de Mascotas si tengo perro, si no, no es para mí». Es interesante cómo podemos llegar a tomar las historias enteramente literales. Pero para el que quiere escucharlo, Casa de Mascotas no habla de un Rottweiler, pero de los coyotes que llevamos dentro, que van comiéndose la carroña de las relaciones hasta dejarlas en pedazos frente a la puerta del hogar.
Inicialmente en modo comedia, Aarón (Alejandro Calva) llega a su casa cubierto en sangre y lodo. Eva (Mónica Huarte), que insiste en infantilizarlo y desesperarse muy fácilmente con él, lo cuestiona sobre el suceso. Aparentemente, aunque las cosas no están del todo claras, el perro de la pareja, un Rottweiler que jamás había dado problemas, asesinó al perrito de los nuevos vecinos, saltándose la cerca de su casa y destazándolo.
No pasa mucho tiempo antes de que la vecina, Nicole (Jimena Ayala) se aparezca con volantes preguntando por su mascota que, cree, se ha escapado. Incapaces de decirle la verdad, Aarón y Eva acaban por invitar a ella y a su esposo, Bill (Tizoc Arroyo) a cenar, donde cada vez es más claro que tienen que ocultar el asesinato de su perro y no parar de mentir; cosa que lleva a Aarón a preguntarse, ¿en qué más he podido ser engañado si mi mujer es capaz de inventar historias con tanta facilidad?
La obra que comienza como una comedia, con unos geniales Calva y Huarte teniendo un ataque frenético de preocupación y visible falta de compenetración en pareja que los mete en problemas mientras intentan mantener la mentira con sus vecinos; se va volviendo oscura conforme el Rottweiller incrementa su agresividad, dejándolos con una sola dolorosa salida.
Repito. De una forma literal, Casa de Mascotas trata de un perro que mata a otro perro, cosa que obliga a sus dueños a encubrir el crimen y finalmente tomar una decisión sobre la incipiente violencia de su pequeño (no tan pequeño). Pero en ese escenario, el perro nunca aparece más que a manera de tiernos ruiditos en audio. Las dos parejas en la sala, sin embargo, son las verdaderas protagonistas del cuento a las que todo el tiempo ves.
Aarón lleva rato sin poder dormir y Eva ni siquiera se ha dado cuenta. Tiene pesadillas en las que la pierde, a las que ella no le da mucha importancia. Pero cuando la ve mentir con absoluta fluidez la cuestiona estóicamente por primera vez en tres años y saca a la luz un secreto, o, vamos a llamarle mentira por omisión, que ella lleva guardando desde hace mucho. Eva a su vez está harta de la pasividad de su marido y su falta de decisión, pero no se da cuenta del todo, que ella cae en mucha incongruencia pidiendo de él lo que es incapaz de entregar por ella misma.
Nicole y Bill no están mejor. Ella ha sido arrastrada a vivir a los suburbios, y él tiene un notorio problema de violencia, que no clasifica como defecto, pero como virtud masculina; tanto así que presume hacerle hoyos a la pared con los puños cuando se enoja con su mujer; mientras ella lanza platos para quebrarlos en el piso que, para ambos, es peccata minuta. Son la clase de pareja que incomoda a la gente a su alrededor con pequeñas agresiones el uno al otro que ni siquiera tratan de ocultar, ¡pero ey, no hay nada que un valium no pueda solucionar!
Cuando Eva al cierre del primer acto le dice a Aarón que los coyotes han llegado hasta su hogar, lo hace porque los escucha aullar a lo lejos, y tal vez fueron ellos los que mataron al perrito de Nicole y Bill, quién sabe, pero más allá de los carroñeros que se puedan estar escondiendo bajo la luna, lo que Eva no se da cuenta que está entrando en sus vidas es el tipo de depredador que no se ve con los ojos, pero que toda pareja con años de aparente estabilidad conoce, los secretos, omisiones, dudas, juicios y rencores que hasta ahorita no habían querido tocar a la puerta, pero que una vez dentro se avalanzan como jauría con las fauces bien abiertas.
La obra es de Alejandro Calva y Mónica Huarte. Equilibran perfectamente el incómodo pero gracioso primer acto, con absoluta hilaridad, con una segunda parte punzante y agorzomadora, especialmente en su última escena juntos, y un monólogo previo de Calva dedicado a su perro, al que pareciera que pudiéramos ver perfectamente, a pesar de que está creado por el trabajo de Miguel Hernández, Diseñador de Sonido, que es arrollador.
Ximena Ayala tiene un momento particularmente brillante, después de mezclar varias copas de vino con valium, y Tizoc Arroyo se queda un pequeño paso detrás de todos. No es forzosamente flojo, pero hay algo en la forma en la que está escrito Bill que pide mayor dualidad entre la agresividad bruta del personaje y el mecanismo de usar risa y humor para disminuirla y barrerla abajo del tapete, que Arroyo no termina por consumar con contundencia.
Casa de Mascotas es de esas obras que tiene la capacidad de tenerte riendo a carcajadas para después hacerte un hoyo en el estómago. Es cruelmente real. Y sumamente espejeable para la vida en pareja. Una que adquiere muchas formas, dependiendo de cada relación, pero que rara vez, si no es que nunca, es perfecta. Y así como un perro un día saca los colmillos después de años de ser un animalito manso, los humanos también mordemos sin previo aviso, especialmente a los que más queremos.
Casa de Mascotas se presenta viernes, sábados y domingos en el Foro Lucerna.