Un viaje entrañable a una Xalapa que no tiene mar… pero sí respuestas, Cero es un coming of age para la gente de treinta, que sí, también a veces a esa edad apenas se están encontrando a sí mismos. Una aventura que nos recuerda que muchas veces el tesoro no está en conseguir aquello que buscamos, pero en aprender del camino y la gente con la que nos topamos tratando de alcanzarlo.
Como género, el coming of age suele ser aquél en el que el o los protagonistas transitan de la juventud a la edad adulta para encontrarse a ellos mismos y dejar la infancia atrás, no sin su debido pequeño duelo. Ingrid Cebada (dramaturga y directora) hace algo muy lindo con Cero, y crea esa misma dinámica en tres personajes que -técnicamente- ya son adultos, en sus 30’s, pero están lejos de haber encontrado la madurez y definido como personas. Y lo sabio de todo eso es que para toda una generación de milenials es absolutamente representativo. El coming of age ya no termina con el final de la adolescencia, no siempre, no cuando el mundo está repleto de adultos jóvenes aún librando batallas para encontrar su lugar.
El mismo día, a la misma hora, en distintos lugares y contextos Lina, Enrique y Lucía nacen en familias distintas. Sin saber de la existencia los unos de los otros, y eso que los une como fino hilo rojo, décadas después y en vísperas del cumpleaños que comparten, los tres se encuentran azarosamente en un camión camino a Xalapa. Sin saber lo que los otros han ido a buscar a Veracruz, ni caerse del todo bien en un inicio, los tres se ven obligados a hacer equipo cuando el camión los deja botados en un helado paraje en medio de la nada, y deben resolver, con el poco dinero y conocimiento geográfico que manejan, cómo llegar a su destino para completar cada uno su meta, que inevitablemente los entreteje y une… ¿tal vez por destino?
Cero no carga con pretenciones, es un relato sencillo, pero tierno y divertido sobre las casualidades y no tan casualidades que hacen que nuestro mundo funcione como marcador en telaraña, colocándonos en el lugar y momento preciso para que la vida tome el giro adecuado, a veces tropezado, a veces enredado, y se conecte con el siguiente punto que nos espera de brazos abiertos para recibirnos y cambiar por completo los planes y perspectivas que hasta ese momento teníamos para nosotros mismos.
Ingrid Cebada demuestra esta cualidad casi mágica de la casualidad escribiendo números que persiguen a nuestros protagonistas por su historia, retándolos a dar vuelcos donde ellos creían que el camino se dibujaba derecho, e incluso iluminando de manera bella un cielo estrellado, constelaciones que podemos asumir que nos recuerdan que todo está conectado, pero sólo de lejos se pueden observar las figuras que se van formando.
Pero es un su creación de cada personaje y la manera en la que Abigail Pulido, Emmanuel Lapin y Mariana Cabrera actúan a Lucía, Enrique y Lina que Cero pasa de ser una historia linda a una obra memorable. Con la suficiente -tal vez en Enrique un poquito más- cantidad de rareza y peculiaridad en cada uno de ellos, y armados solamente con una escena clave de su pasado, y características muy únicas, muy específicas, los tres capricornios cobran vida como personajes de cuento, de ésos que sólo son tantito inalcanzables como para recordarnos que su mundo es una ficción preciosa. Y los tres enamoran y se avientan al público en la bolsa, incluso en sus momentos oscos, desde aquello que los hace únicos, pero la amistad que los junta y los vuelve universales. La necesidad de recargarse en el otro. De no pasar por los obstáculos solos.
Y armada con tres estelares, Cebada transforma a Xalapa en su cuarto personaje. Una pequeña ciudad que en sus manos también aparece dibujarse como de fantasía, no desde el realismo mágico, porque no es lo que pretende, pero desde la mirada de alguien que conoce los parques, las subidas y bajadas de las calles, los jochos, los árboles, el sabor del vino y la temperatura del aire frío que le permite compartirnos cariñosamente un pedacito de México cargado con las posibilidades de una aventura inesperada.
Acompañados musicalmente por una batería tocada por Javier Jara que va creando ambiente, una iluminación efectiva que llegado el momento de cargarnos de calidez y nostalgia lo logra con creces, y una escenografía multiusos a base de madera que permite que el foco esté centrado en los tres actores, tal vez una chamarra de mezclilla por ahí, unas tres mochilas de colores por allá, y sean ellos, y las personalidades tejidas para cada personaje, las que nos transporten en este viaje cuya finalidad última, aunque quizá Lina, Enrique y Lucía no lo sepan del todo, es abrazar al pasado para hacer las paces con él, y mirar al futuro sin certeza, conscientes que el mapa hacia adelante no es claro, pero las paradas seguro serán inolvidables.
Cero se presenta jueves, viernes, sábados y domingos en Teatro El Granero del CCB.