Una mujer nos lleva en un recorrido en reversa por los años en los que fue abusada por su tío desde que era pequeña en Cómo Aprendí A Manejar, que la directora Angélica Rogel expone desde lo frío con toques de una cierta fantasía oscura, y Cassandra Ciangherotti protagoniza con sensibilidad y contención, desde un lugar detonantemente humano, para nuevamente recordarnos que verla en el teatro es un enorme privilegio.
De acuerdo a la RAE, el grooming se define como: «Acoso sexual a menores de edad, que se basa en establecer con ellos una relación de confianza». En Cómo Aprendí A Manejar, Paula Vogel (misma dramaturga de Indecente) expone una historia de grooming llevándonos como pasajeros copilotos en un coche que, mayoritariamente va en reversa, pero cuya conductora, «Cosi», definitivamente quiere avanzar hacia adelante, dejando a los objetos en el espejo retrovisar atrás, lejos de donde tenga que seguir cargando con ellos.
Cosi es nuestra narradora en primera persona, y los fragmentos de su vida y su infancia que vemos suceder en la obra, son en cierta medida una manipulación de su propia memoria, incluso los tiempos que va decidiendo en qué momento revelar. Ella, en sus 40’s en la década de los 90, quiere regresar al pasado, a los años 60, y sabiamente Paula Vogel usa una cronología en retroceso a su favor para irnos dando vistazos a cuenta gotas de cómo fue que el tío Peck comenzó a gestionar la confianza de su pequeña sobrina, hasta lograr convencerla de entregársele. No desde este lugar de loco maniaco que lo convertiría en caricatura, pero desde la mucho más peligrosa imagen del tío empático y cariñoso que sólo busca su bienestar y compañía.
De adulta «Cosi» está rota, pero no es sino hasta muy al final de la obra que entendemos hasta qué nivel y por qué. Gélidamente, el tío Peck no es el villano de sus propios recuerdos, sino una figura que sin duda la ha dejado marcada, que la orilló al alcoholismo, la llevó a ella misma a meterse con hombres mucho más jóvenes, la sacudió profundamente, pero que ella quiso. Al que cortó como hierba venenosa de su vida pero no sin dolor. Cuyos recuerdos de él no están manchados con una sombra que lo tinta todo de negro, pero en los que de pronto también hay ternura, también hay conexión. Y es ahí donde Cómo Aprendí A Manejar asesta su golpe más duro, el grooming y la pedofilia no siempre se ven bajo la luz de focos rojos, a veces, muchas veces, pasan por protección, por amor entre gente de confianza.
Bajo esa misma sensación de disociación, el montaje de Angélica Rogel no es en realidad una nubre gris y tasciturna, pero funciona más bien como un cuento oscuro, pero no melancólico, como si este entrar a las memorias de «Cosi» sucediera a través de viñetas montadas que ella recuerda como momentitos de un escaparate. A su familia, a sus personajes incidentales, perfectamente vestidos, casi caracterizados, los colores terrosos pero cálidos, la luz de una carretera que de pronto se ilumina bajo sus pies, la música alegre, rock n roll de un tiempo ingenuo. Su personaje es frágil, está enojado y quebrado, pero el mundo de recuerdos en el que habita es limpio y estilizado. Todo nuevamente bajo la clara idea de que el grooming no tiene la cara del amarillismo, y eso lo hace más furtivo.
Al centro de sus recuerdos el tío Peck es un eje, sus clases de manejo, su amistad, su lealtad, su seguridad cuando él la invita a emborracharse por primera vez y «la cuida», su propia restricción ante el alcohol que suena a un favor personal, sus palabras de aliento cuando el abuelo se pone impertinente, la visión que tiene de ella que no comparten los demás que la hace sentirse en confianza para ser fotografiada de manera íntima, aún cuando las banderas rojas ondean alto en la cabeza de una Cosi que, aunque pequeña, entiende que algo está mal, pero no se logra zafar del anzuelo de un Peck, que en realidad lleva pescando mucho más tiempo de lo que se nos permite ver por este pequeño asomo a un sólo momento de su vida.
Pero Cosi en realidad está rodeada de una cultura de misoginia y sexualización que de algún modo encubren a Peck como el bondadoso. Misogonia y sexualización que no le pertenecen sólo a la historia de esta niña, de esta mujer, pero que son la historia de muchas, que reflejan una época y tristemente un presente que aún no se libera de normalizaciones abusivas y violentas del pasado. Un abuelo que insiste en hacer bromas a expensas de su cuerpo, una abuela que relata como si nada el hecho de que fue robada de casa de sus papás aún siendo una menor de edad para luego ser casada, porque era lo que sucedía, y que no puede entender el placer del sexo que no es sino para complacer al hombre. Un mesero que viendo a un señor alcoholizar a una menor de edad no hace nada por ella, excepto quizá unas caritas. Una tía que culpa a la sobrina en un caso de pedofilia, porque es la mujer, niña, pero mujer. Un primo que ha pasado por su propio abuso avergonzado de ser hombre y llorar, y en medio de todo eso una mamá que busca inculcar un pensamiento más liberal en torno a la sexualidad, pero con poco tacto e información, no logra sino incomodar.
Cassandra Ciangherotti es la Cosi del pasado y de sus recuerdos, de casi todos, y por su gesto pasan todos los pensamientos que esa niña no es capaz de verbalizar, pero la perturban. Una actriz maestra que entiende que Cómo Aprendí A Manejar no es un melodrama o una fábula con moraleja. No es ese comercial de Canal 5, «Ojo, mucho ojo», es una historia que, como tantas otras, cuando sucede y mientras sucede es tan real, natural y poco dramática que sus efectos no se pueden percibir en presente, porque no es un escándalo, es un semáforo más de una calle repleta de ellos. Cassandra aborda a Cosi desde la contención, desde la contradicción de las palabras de aliento que salen de su boca junto con el terror en sus ojos. Y es un lujo verla crear a un personaje tan deformado, crear tensión con el silencio, romperse sólo lo necesario y finalmente entregar una de las mejores actuaciones del año.
Claro que Juan Carlos Remolina como Peck está ahí para darle todo de regreso. Un papel complicado, tan fácilmente villanizable, monstrificable, que Juan Carlos vuelve humano, y vuelve carismático y agradable. Su tío Peck no prende alarmas, baja defensas, y está en esa capacidad de representarse enormemente vulnerable que podemos entender por qué Cosi no lo rechaza, por qué le llora, por qué lo carga. Remolina es pausado y tierno, un pariente que de muchos sería el gran amigo. «El tío buena onda», el que me entiende, el que me consuela. Tanto así que uno se sorprende dándose cuenta que a veces se siente mal por él. Cuando Cosi se pregunta, «¿a ti también te pasó esto de niño?» uno no puede evitar, por un momento, querer victimizarlo también. Juan Carlos Remolina entiende el meollo de Peck.
El resto del elenco son un ensamble, un coro que se van transformando en esta otra serie de personajes que pasan por los recuerdos de Cosi, pero cuyas caras no importan para ella, todos son un revoltijo, el único claro como el agua es Peck. Pablo Perroni y Mahalat Sánchez hacen un estupendo trabajo de suavizar con momentos menos serios, con instantes de comedia. Perroni como un jovencito en un camión, volviéndose chiquito y desprotegido es una cosa inevitablemente graciosa con la que él se divierte, y Mahalat busca a una mamá que pareciera una boya en el mar, pero que es en realidad una trampa descuidada. Vaita Sosa batalla mucho más con sus transformaciones, su voz, sus momentos de comedia, pero para el final guarda un instante que es de los más punzantes del montaje.
Todo el trabajo de diseño de producción en Cómo Aprendí A Manejar está a cargo de mujeres. La escenografía de Daniela García Moreno es magnífica, un verdadero montage de memorias a partir de un muro que podría ser el set de un recuerdo demasiado curado, texturas y formas de los 60 que cuando se transforman en la man cave de Peck se llenan de esta parafernalia del hombre heterosexual espalda plateada que no son otra cosa más que afiches de taller. La iluminación de Patricia Gutiérrez se guarda dos momentos preciosos, una luz de carretera que se asoma sin tan sólo un momento, y la visión final de un espejo retrovisor que son francamente emocionales, y el vestuario de Libertad Mardel que también escapa del maniquí estereotipado de los 60, entregando guiños a la época y trabajando con inteligencia para que el ensamble se pueda transformar con sencillas piezas. Incluso el sonido de Antonia Suillerot tiene algo que decir, de pronto recordándonos a un Elvis, que hoy entendemos como ese groomer que se casó con una adolescente sin chistar.
Después de Indecente (escrita por Paula Vogel) y El Padre (dirigida por Angélica Rogel), dos de las mejores obras que han pasado por nuestra cartelera en los últimos años, era de esperarse que la unión de estas dos excelentes expositoras del teatro fuera a ser brillante. Y Cómo Aprendí A Manejar no decepciona. Una obra que se queda contigo. De bravura e ingenio. Bella y devastadora. Da gusto ir al teatro para ser deshilachado por el talento de este grupo de increíbles mujeres, todas las antes mencionadas, que se aseguran de darle al público una experiencia que pulsa en el pecho mucho después de los aplausos.
Cómo Aprendí A Manejar se presenta viernes, sábados y domingos en varios horarios en Foro Lucerna.