Los principios morales se ponen en juego cuando un grupo de abogados se coloca en lados opuestos de un caso de violación que en apariencia es meramente externo a sus vidas, pero comienza a desmoronar mucho de lo que para ellos es el Consentimiento. Más allá de un texto con matices dignos de análisis, una cosa es cierta del montaje en el Helénico, un elenco como el de esta obra no se ve todos los días reunido en México.
Pareciera increíble que aún tenemos álgidas discusiones sobre lo que significa el Consentimiento, ¿qué es abuso? ¿Cuándo sí y cuándo no? ¿Hay violación cuando es conyugal? ¿Cómo involucrar a la ley cuando no hay rastros de violencia? ¿Vale la pena denunciar sabiendo que en muchos casos el litigio será desfavorable en contra de la víctima? Nina Raine, dramaturga, hace a sus protagonistas abogados precisamente con toda la intención de que sea desde la frialdad de sus perspectivas que nos podamos sumergir en un tema donde la mujer tiene tantas veces las de perder.
Dos abogados trabajan el caso de una mujer que alega haber sido violada por un hombre que se metió a su cama la noche del funeral de su hermana. Como en tantos de estos casos, la mujer no tiene pruebas de nada, ni siquiera se atrevió a correr de su casa a su abusador por miedo a que le hiciera algo, cosa que los abogados aprovechan para poner en duda sus declaraciones… eso y que la mujer toma terapia psicológica, lo que debe significar, que tal vez no esté del todo bien, ¿cierto?
Fuera de la Corte estos hombres no son del todo amigos, pero lo pretenden, y junto con otro grupo de personas platican de éste y otros casos similares. En el grupo está la esposa de uno de ellos, que es la única que no se dedica a las leyes; una pareja también de abogados, ella, de hecho, especializada en crímenes de índole sexual, y una actriz que siente que el tiempo se le viene encima para poderse convertir en mamá y por tanto busca desesperadamente su siguiente relación amorosa.
Cuando el tema de la víctima sale a colación, los abogados lo dejan todo muy claro, ante los ojos de la ley, la mujer (Jana Raluy) no tiene ni por dónde, y Max (Juan Manuel Bernal) pretende enterrar su denuncia, como lo ha hecho tantas veces antes, sin siquiera asomo de remordimiento o intención de reflexión. Karen (Marina de Tavira), esposa de Max, se cuestiona dónde entra la empatía en todo esto, pero es acusada de superioridad moral, Alex y Rita (Arturo Barba y Daniela Schmidt) defienden a capa y espada el proceso legal con un cierto dejo de cinismo y un qué se le va a hacer, Toni (Alfonso Borbolla), el otro abogado asignado al caso, es el único que siente cierta compasión por la mujer, pero no pretende meterse en problemas; y Sandra (Adriana Llabrés) desde su lado actriz lo aterriza todo en Medea, y en esa capacidad de los hombres, tan reflejada en el teatro griego, de tomar a una mujer perfectamente cuerda y violentarla hasta la locura.
Mientras en Corte la mujer va perdiendo oportunidad de ganar el caso, y en efecto, se le va tachando de loca, las vidas del grupo se van viendo afectadas por otro tipo de arrebatos, muchos de ellos nacidos de la misma misoginia que provoca voltear la vista ante casos de abuso. Alex y Rita se enfrentan contra la infidelidad sistemática y la aparente necesidad masculina de poseer como un acto de desahogo; Sandra contra el conformismo, el saberse poco enamorada o atraída hacia un hombre, pero a pesar de eso encontrarlo útil para su propia necesidad de tener un bebé; y Max y Karen contra el desenmascarar al otro, encontrar detrás de la rutina de un matrimonio rencores de antaño que no han dejado de arañar las paredes, e invocar revancha y venganza usando todos los medios a su alcance, por sensibles y humillantes que pudieran parecer.
Consentimiento nos presenta un primer caso que tiene todo para ahondar en el delicado tema del abuso podrido desde el sistema legal, con la capacidad además de voltear los papeles y preguntarle a sus protagonistas, ¿pero qué harían si les pasara a ustedes? Algo similar a lo que sucede en la gran ganadora del Tony y el Olivier, Prima Facie, pero en vez de eso, la víctima de violación, en algún momento de la historia se convierte únicamente en pretexto. Para el segundo acto, de hecho, no es más que un recuerdo y aquel gran tema del consentimiento, del sólo sí es sí, queda permeado, pero no perseguido por la obra.
El melodrama secundario de cada uno de los personajes se ve levantado en busca de últimas consecuencias, y en el proceso, Consentimiento se convierte, no en la historia de un caso de violación, pero en variadas tramas de todo tipo de universalidades que aquejan a las parejas, y que si bien nacen de la micro-violencia, o la franca agresión violenta, se alejan del foco y diluyen lo que pudo haber sido un pilar poderoso, para convertirse en muchas columnas que nos quieren hablar de demasiadas cosas al mismo tiempo.
El texto de Nina Raine es convulso y retacado, y a pesar de un primer acto que mantiene en absoluta tensión al espectador, especialmente en su última escena; para la segunda parte lo tangencial prepondera, y personajes como los de Alex y Rita, cuyo conflicto ha quedado solucionado y sin más que hacerle, permanecen en la obra sólo como expositores de una pespectiva legal, ya sin ningún tipo de arco que les de razón de ser y meramente abultados como relleno. Con toques de bienvenida comedia, pero finalmente fantasmas de cuando tenían algo que resolver.
Enrique Singer (director), que en varias de sus últimas puestas -digamos Carne, Los Guajolotes Salvajes, A Puerta Cerrada- se ha escondido detrás de actuaciones grandotas, vuelve a crecer, especialmente a Juan Manuel Bernal para tenerlo en convulsión durante la segunda mitad del montaje, azotando y gritando escena tras escena, bien logrado, porque Juan Manuel Bernal es un actor que puede con eso y más, pero estirado lejos del resto del cast, quizá con la intención de voltear la tortilla y ahora hacerlo parecer a él el loco.
El cast es excepcional y aunque escénicamente el trazo se resuelve solo con sillones altos que se van colocando de una u otra geometría, siempre bajo un visual similar, los actores, todos de una mestría incuestionable, consiguen atrapar y llenarnos con sus historias. Consentimiento pudiera parecer un dramón digno de tragedia, pero la realidad es que es un texto de pronto juguetón, con más de un elemento de comedia que lo vuelve a momentos crítico, pero en otros ligero, que nos recuerda que el consentimiento no sucede sólo durante un acto sexual, pero aparece desde mucho antes en pequeñas acciones que solemos transgredir sin siquiera pensarlo mucho.
Enormemente aplaudida cuando hizo su estreno en el National Theater, Consentimiento merodea entre temas que hoy son urgentes y preponderantes, y aunque no todos sus conceptos son un home run, la obra tiene un dejo clásico que la hace funcionar, si bien no como un parteaguas, como un catalizador de reflexión, que además retoma un cuestionamiento que ya son varias las obras que ponen sobre la mesa y que sigue causando ardor: ¿hasta cuándo será que la ley deje de revictimizar a aquellas que tienen el valor de levantar la voz donde otras muchas por miedo, y precisamente falta de apoyo, prefieren callar y esconder sus heridas?
Consentimiento se presenta de jueves a domingo en el Teatro Helénico.