Los encuentros de una pareja divorciada y con un hijo dan para una serie de viñetas repetitivas en De Mutuo Desacuerdo, una comedia que busca retratar cómo del amor al odio hay un pequeño paso, pero se atora en no saber qué decir más allá de su corta premisa.
Con De Mutuo Desacuerdo, Reynolds Robledo (director y dramaturgo de Réquiem, entre muchos otros dramas) da un paso tambaleante hacia el complicado mundo de la comedia, con un texto de Nando López que no lo ayuda del todo a conquistar el género más allá de repetir paradigmas muy vistos y más televisivos que teatrales.
De Mutuo Desacuerdo es una colección de escenitas. Divorciados y con un hijo de 9 años que ha empezado a replicar, tal vez a juego, discursos agresivos aprendidos de sus padres, Sandra e Ignacio intentan llevar una custodia semi compartida, donde él ve al niño sólo ciertos días, mientras Sandra hace de mamá de tiempo completo, cosa que permite a Ignacio ocuparse de rehacer su vida con un trabajo más estable que el de ella y una nueva pareja, que es némesis inmediata de su ex.
No es que los sketches no tengan lo suyo de graciosos, algunos lo tienen. Ver a Ignacio (José Ramón Berganza alternando con Jhans Rico) confundirse desesperado entre dos llamadas telefónicas, una con su novia y otra con su socio es de carcajada, o a Sandra (Melissa Hallivis alternando con Siouzana Melikián) borracha con whiskey pretendiendo poner en su lugar a la nueva novia de su ahora ex pareja, claro que uno ríe y se la pasa bien. El problema de De Mutuo Desacuerdo es que no existe progresión alguna entre viñetas.
Cada nueva escena (y son muchas) es en toda su capacidad igualita a la anterior. Uno de la ex pareja llega a casa del otro para discutir sobre algo referente al hijo o a la nueva pareja, se gritan, se insultan, los ánimos se encienden, hasta que uno de ellos se va. Y así una y otra vez sin mayor progresión. Sandra e Ignacio terminan la obra básicamente donde la empezaron, si no fuera porque muy al final Nando López decide semi reconciliarlos. Y sólo en el último cuadro. Por más de 70 minutos la experiencia es reiterativa por decir poco.
De Mutuo Desacuerdo tendría que haber sido verdaderamente hilarante para poder pasar disponer del tiempo que pide de un público que no para de ver agarrones de greñas con pretextos levemente cambiantes y poder salir airosa sin mayor intento de trama.
A Reynolds Robledo se le salen de las manos las viñetas con actores que no podrían trabajar el texto desde lugares más diferentes. Melissa Hallivis usa su experiencia en televisión para buscar la comedia sitcom, mucho más gesticular, mucho más fársica, de pronto demasiado, descolocadamente entregando los «punch-lines» de vista al público; mientras su pareja, José Ramón Berganza trabaja menos impostado, mucho más vocal que corporal, en constante mirada con su compañera sin reconocimiento de la audiencia y batalla con encontrar el delivery correcto que haga de Ignacio algo más que un hombre agrio. Dos actores, dos películas diferentes, definitivamente, un mutuo desacuerdo.
El escenario es sencillo, muebles con la capacidad de moverse para crear diferentes salas y una hoja de cuaderno al fondo donde se van proyectando los nombres de las escenas con una juguetona tipografía referencial a la caligrafía de un niño en primaria, al que nunca vemos, pero sabemos que está escuchando a sus papás pelear mientras intenta hacer la tarea de matemáticas, y de ahí que tenga aprendidas palabras como «p*uta» que ahora repite sin ton ni son y con quién se le da la gana. El diseño es maleable y perfecto para La Teatrería aún si vuelve predecible que cada vez el actor va a entrar por detras de la pantalla para mantener un trazo cíclico que no logra sino volverse cansado.
De Mutuo Desacuerdo consigue brillar por momentos, recordarnos que en la confrontación también hay mucho de ridículo, y por tanto de comedia; que el ser pareja está repleto de puntos medios que para ser encontrados requieren de un trayecto espinoso que para el ojo externo, claro que tiene todo para ser gracioso. Que el ser ex-pareja no se tiene que comprar como enemigos de por vida, y la toxicidad de quien lo hace es sin duda parodiable. Todo eso es cierto y tal vez a manera de sketch la obra hubiera triunfado desde un modelo corto: duro y a la cabeza, pero como montaje teatral agota su premisa en los primeros 15 minutos y luego nos deja viviendo un deja vu que es imposible no desear que alguien hubiera editado para al menos hacerlo más compacto.
De Mutuo Desacuerdo se presenta los viernes a las 7pm y 8:45pm en La Teatrería.