Demetrius no podría ser un hombre más simple así lo intentara. De pocas aspiraciones, nulas habilidades sociales, pocos pensamientos creativos y fácilmente manipulable, Demetrius es tan simple que cae en lo patético. Pero tiene una historia que contar, una que nos recuerda que la nobleza y la sencillez no siempre son las armas más filosas para el caballero, y que la felicidad, en efecto, tiende a esconderse en la ignorancia.
La historia de Demetrius se cuenta en un cuadrilátero a tres frentes y se maneja a muchos momentos narrada por el hombre del micrófono en una boda, o el que le pide al público que aplauda en un foro de televisión, ya saben, ese hombre que trata a su audiencia, un poquito, sólo un poquito como tonta. Cosa que tiene mucho sentido en cuanto Demetrius pisa el escenario, porque él es ese tipo de persona al que se le tiene que tratar un poquito como tonto.
Demetrius sueña con manejar el metro, pero más allá de esa humilde búsqueda (en la que por cierto fracasa) no tiene realmente ningún tipo de aspiración en la vida. O pasión. O interés. O aptitud máxima. Hasta que se encuentra con las lávadoras de burbujitas y en ellas encuentra su lugar feliz. Se vuelve el vendedor de «los 12 meses intereseses». Y es bueno en lo que hace, hasta donde se puede ser bueno como vendedor de lavadoras de burbujitas, y vive aterrado con la posibilidad de que la tecnología llegue a reemplazar sus preciadas lavadoras con alguna invención futurista que lo deje desempleado.
Su simpleza es avasalladora. Es simple como sandwich de jamón como mayonesa (por cierto sus favoritos), sin queso ni mostaza, ni ningún otro ingrediente que pueda hacerlos un lujo. Educado para no pensar fuera de la caja y conformarse con lo mínimo, Demetrius vive en un limbo entre la felicidad y la irrelevancia. No es el más brillante ni tampoco el más amiguero y básicamente no se da cuenta que la soledad lo acompaña siempre aunque esté acompañado.
En la tienda se enamora de la más fea vendedora de perfumes. Consciente de que todo mundo se ha acostado con ella (y probablemente lo sigan haciendo) decide compartir una vida con ella, su madre muda y su hijo discapacitado. Y todo lo que le va sucediendo le llega como agua de olas a los pies. Es decir, así como viene, va, nunca empapándolo, pero refrescándolo lo suficiente para aguantar la llegada de la siguiente ola.
Luis Enrique Gutiérrez Ortiz Monasterio, LEGOM, escribe un texto que pretende representar a la otra persona. No a nosotros, que sí somos interesantes, pero a ése que se sienta a nuestro lado en el camión, siempre con cara de aburrición camino al trabajo; a ése de la camisa con las axilas sudadas caminando entre los edificios corporativos, a ése de enfrente, al otro, al común, al diario. Y de cierto modo lo logra. Lamentablemente vivimos en una era post La Vida De Roth, donde la vara en ese tema específico ya se ha puesto muy alta, y Demetrius o la Caducidad se queda a un par de centímetros de alcanzarla.
El texto de LEGOM rasca pero no escarba, y no deja de quedarse a medias en el camino, ahí donde pudo haber empujado para llegar al fondo.
Pero Axel Ivy Hernández está ahí para hacer la obra enormemente placentera. Como Demetrius, Axel logra crear una especie de «Goofy» humano. Una entrañable rareza, tierna pero bruta al que no se le quiere quitar la vista de encima. Y a pesar de tener en sus manos un personaje que de manera activa es francamente humo, crea carisma de lo más burdo y se hace presente de una manera precisa y memorable, no lo suficiente para robarle coherencia al papel, pero sí en la línea para dejarte una sonrisa en la cara.
La dirección de Alejandro Velis tiene al resto de los actores, Jazmín Tirzo, Fer Aguiar y Juan David Castaño, jugando diversos roles, muchas veces narradores, otras personajes incidentales, y cada uno logra su momento de brillar (Fer Aguiar como la muda es brutal, literalmente en un gesto). A momentos estorbosos en un trazo que los mantiene presentes, no siempre con una razón, y generalmente iluminados sin mucho equilibrio o estética, Demetrius o la Caducidad tiene otras instancias muy bellas dentro de su minimalismo, como el uso de una pequeña pileta iluminada de azul para representar el mar o la transformación de canciones populares en bobísimas letras y coreografías que celebran lo básico y vacío del pormenor de nuestro protagonista.
Demetrius o la Caducidad es afable y entretenida, tal como su héroe. Cierto, no logra asestar un golpe certero al momento de cerrar la caja, pero el recorrido se disfruta, tal como a Demetrius le hubiera gustado, con simpleza, sencillez y una sonrisa zonza.
Demetrius o la Caducidad se presenta Viernes y Sábados en Un Teatro hasta el 4 de Marzo.