Inspirado por las desapariciones en México, Pascal Rambert escribe y dirige un nuevo proyecto en la UNAM que toma mucho de sus trabajos más íntimos, pero esta vez lo expone a la grandilocuencia del Teatro Juan Ruiz de Alarcón y a pesar de contar con un elenco de envidia, termina por diluir gran parte de lo que lo hace excepcional.
Las puestas de Pascal Rambert no son ajenas a la escena teatral en México, especialmente las que ha tomado bajo su manga el director Hugo Arrevillaga, como Clausura del Amor o Hermanas, que se han convertido en icónicas para los amantes del drama y las buenas actuaciones en este país. Y favoritas para muchos teatreros.
Desaparecer es un nuevo proyecto del director y dramaturgo francés, inspirado originalmente en la desaparición de los 43, que Rambert traslada a una historia en el desierto y concentra en una familia, para poder exponer las dolencias de la violencia en el país, y los efectos de una pérdida en un grupo de personas que ni siquiera tienen un cuerpo del cual despedirse y enterrar.
Sobre el enorme escenario, que se siente gigante en comparación de los pocos actores empequeñecidos por el dolor y la pérdida sobre él, rodeados de una infinidad de sillas blancas, en su mayoría vacías, tan ausentes como el desaparecido al que le rinden luto, una familia se reúne para extrañar al perdido, un joven cineasta que se ha ido al desierto a tomar imágenes de la naturaleza y sin dejar rastro alguno ha desaparecido sin ninguna razón aparente.
La madre, la abuela, las hermanas, la tía, el tío, el mejor amigo, un último testigo y una fantasma se turnan largos monólogos, característicos de Rambert, sobre la forma en la que la pérdida los ha transformado para hacerlos sentir vacíos, desaparecidos, sin manos, sin voz, sin ganas de levantarse del piso, con rabia, pero sin armas, y ultimadamente perdidos. Y a pesar de brindar magníficos momentos actorales, y uno que otro instante de impacto visual (como la recreación de un cuerpo tirado usando solamente frutas), terminan por fusionarse en un sólo discurso que a momentos se vuelve reiterativo y a otros demasiado panfletario.
Y es precisamente en su enorme cantidad de personajes, pero una sola voz, que la obra pierde toda potencia. Durante todo el montaje escuchamos al autor y solamente al autor, convertido sí en madre, sí en hermana, pero finalmente con un sólo argumento, una sola motivación, una misma reacción, y un dolor tan compartido que no se siente como el de nueve personas, pero el de una sola.
Siendo que el tema de la muerte, de la ausencia, de la pérdida es tan grande como numerosas las reacciones que distintos tipos de personalidades podrían tener al enfrentarse con un luto, cada monólogo, sin importar quién o por qué lo esté diciendo se siente resuelto desde el mismo pensar, bochornosamente similar y finalmente repetitivo con el anterior, y el anterior, y el anterior.
Desaparecer es una obra con un objetivo, ahí donde trabajos anteriores de Rambert se sienten creados para el personaje y para el actor que eventualmente los interpreta (de ahí que el nombre de ambos sea el mismo), y funcionan en lo barroco de su dialogar por la perfecta fusión entre ambos, este nuevo montaje parece haber sido escrito primeramente desde la denuncia, que a momentos es un personaje más presente que los nueve en escena, y es en su obviedad y falta de sutileza que el discurso derrota a la historia.
Pese a no contar con la dramaturgia pristina característica de Pascal Rambert, el trabajo de Arcelia Ramírez, Julieta Egurrola, Sofía Espinoza, Concepción Márquez, Paulina Dávila, Antonio Rojas, Emilio Carrera, Fernando Álvarez y María del Mar Nader es impecable, potente, poderoso y desgarrador, que acompañado de una luz permanentemente blanca y lastimosa, como ésa de los quirófanos en los hospitales, termina por impactar y dejar la estampa que Rambert finalmente buscaba.
Perfecta no es, pero a pesar de lo lejana a esa Clausura del Amor que todo teatrero tenemos en la cabeza como algo magnífico e inolvidable, Desaparecer no es mediana. Exorbitante y hambrienta, la obra sale a buscar de manera poco tímida detener aquello que la inspiró en primera instancia, y en hacerlo gritar con fuerza y rabia el hartazgo de un país que ha visto a demasiados desaparecer y no regresar a casa.
Desaparecer se presenta de jueves a domingo en el Teatro Juan Ruiz de Alarcón de Ciudad Universitaria.