Distorsión en el Teatro Xola es el ejemplo perfecto… de todo lo que no se debe hacer en el teatro.
Irrespetuosa con la audiencia desde el momento en el que los actores son incapaces de aprenderse sus diálogos, pobremente escrita, redundantemente dirigida y con un diseño de audio que es la única y verdadera distorsión de toda la obra.
Sacada de un mundo telenovelero donde la gente habla consigo misma en voz alta, el tío de unos gemelos (Juan Ángel Esparza), que los adoptó y se ha hecho cargo de ellos tras la muerte de sus padres a los dos años de edad, vive eternamente preocupado por la salud mental y volatilidad de uno de sus sobrinos (Joaquín Bondoni) -aunque nada en el texto realmente expone que pueda ser un peligro durante todo el primer acto- quien, engañado sobre la verdad detrás del presunto accidente que le quitó la vida a sus padres, se ha recluido y convertido en un ser peligroso incapaz de vivir en el mundo exterior con el resto de los seres humanos.
Problemática de principio a fin, Distorsión comienza con el pie izquierdo desde el instante en el que su dramaturgo y director, Sergio Scarpett, no consigue armar el misterio a partir del diálogo, contexto y acción, y recurre al instante a la sobre-exposición de la trama a partir de un monólogo interno exteriorizado por Juan Ángel Esparza digno del peorcito de los guiones de Televisa o Tv Azteca.
Sin creatividad, ingenio o lógica (¿por qué el sobrino está tan obsesionado con los recuerdos de una mamá que murió cuando él tenía dos años, edad en la que todavía no se forma la memoria?), una de las cosas más fallidas de Distorsión es que al momento en el que el segundo «gemelo» aparece en escena (a los cinco minutos de empezada la obra), la entera premisa de la trama queda al descubierto y se vuelve enormemente predecible, y por tanto soporosamente aburrida el resto de la función.
Cosa que ya de entrada evidencia la absoluta falta de preparación de Scarpett para montar algo listo para el disfrute de un público en vivo que está invirtiendo en un boleto; pero que además se ve terroríficamente intensificado por el hecho de que, como director, tampoco tiene las herramientas necesarias para mantener el ritmo de un montaje de hora y media o más de duración.
De trazos repetidos (Joaquín Bondoni sale de una puerta lateral, camina al comedor, regresa a la puerta lateral y sale de escena para volver a entrar ahora como el otro gemelo, multiplicado por veinte), Sergio Scarpett no tiene idea de qué hacer ni con el espacio ni con sus actores. De modo que más que darle vida a sus personajes a través de la acción, los incomoda con una movilidad sin mucho sentido, poco pensada para los visuales hacia la audiencia, poco imaginativa y nada orgánica.
Que quizá en manos de actores más preparados se pudo haber rescatado a través de la contención, pero ni Esparza ni Bondoni demuestran ningún tipo de pericia teatral, y en vez de sumar con colmillo, empeoran todo cuando demuestran ser incapaces de trabajar sin apuntador, olvidando sus diálogos, e improvisando -nuevamente- al estilo telenovela, donde se prioriza el contexto por encima de las palabras, lo que lleva a que las escenas estén repletas de mensajes redundantes y repetidos, y pierdan toda puntualidad y ritmo.
Joaquín Bondoni además resulta de lo más complicado de entender con una dicción que requiere mucho más trabajo entre él y su director, y un discurso repleto de muletillas que entorpecen el hablar con su compañero.
Peor aún, y demostrando una absoluta falta de confianza en sus actores, Scarpett toma la decisión de tener diálogos pregrabados que utiliza como voz en off, tan mal dirigidos como las escenas en vivo, que a momentos, además, usa para facilitarle la vida a Bondoni y permitirle hacer lipsync en lugar de actuar. Tal vez porque le parece que hacer a dos personajes pueda resultar complicado e incómodo para él, cosa que demuestra que jamás ha visto un unipersonal de cualquier actor realmente preparado en su vida. Y eso es una falta de respeto al público.
El diseño de audio es francamente doloroso. Scarpett nuevamente toma una decisión fallida al ponerle micrófonos a sus actores, que para el tamaño de la sala no necesitan, a menos que de plano tampoco estén entrenados para proyectar la voz, que a estas alturas también es creíble, que provocan que se pierdan los planos auditivos. De modo que, estén cerca o lejos, adentro o afuera del espacio escénico, los dos actores se escuchan siempre en el mismo lugar. Un trabajo desarrollado sin mucho detalle, que encima de todo, revienta cada que alguien levanta la voz, entre ellos, el psicólogo de la obra, que no aparece físicamente y es sólo una voz eternamente enojada y omnipresente, que por alguna extraña razón, y considerando que su papel es un archivo de audio, se escucha como un actor con un micrófono tapado y mal ecualizado. Inconcebible.
Irrescatable. Distorsión es de esas obras que suenan más a capricho que a ganas de hacer las cosas bien. Un trabajo que tomaría años de reescritura para estar listo para montarse, y empezar a cobrar un boleto por asistencia, con un dramaturgo y director demasiado verde como para darle rienda suelta al oficio, y actores sostenidos en la fama de la televisión que se guían por la ley del menor esfuerzo. Una falta de respeto al escenario, al intelecto del público y a la cartera. Posiblemente lo peor que tenemos actualmente en cartelera.
Distorsión: El Juego De la Mente se presenta sábados y domingos en el Teatro Xola Julio Prieto.