La nueva obra ricañil de Adrián Vázquez intenta encontrar una conexión cósmica entre dos personajes en apariencia distantes, pero se pierde entre los detalles y en actuaciones desbocadas.
Definitivamente está de moda Ricaño, y no sólo las obras de Ricaño, pero su narrativa y toques de realismo mágico espolvoreados en las obras de sus compañeros, entre ellos, Adrián Vázquez, que en absoluto desconoce el mundo de Ricaño habiendo trabajando antes con él y que con Donde Los Mundos Colapsan adopta su formato lúdico, pero se queda corto en entregar por completo la fantasía que te apachurra el corazón y lo hace sentir bonito con una historia que desde el comienzo se nota insegura de hacia dónde va, y cuyo guión insiste en salirse por las tangentes y alejarnos cada vez más de Valeria y Richard, cuyo encuentro nos promete a bocanadas y entrega en soplidos.
Valeria y Richard son personas nacidas bajo la misma estrella, el mismo día, al mismo instante, pero en distintos lugares geográficos. Ella aquí, él allá, en Estados Unidos. Ambos con una especie de conexión al desastre, él con un aparente poder de premonición, mientras que ella consigue el de demolición. Sus historias aunque distintas, son similares. Ambos vienen de familias rotas, de padres separados, de familiares queridos arrebatados, y durante el transcurso de una vida, los dos se topan constantemente sin siquiera buscarlo, reconociendo en el otro únicamente los ojos verdes que desde que tenían tres años los hipnotizaron.
El guión se permea con esa magia que sólo un relato sobre las coincidencias, el destino, y el poder más allá de nuesras manos puede entregar; y acompañado por los visuales provistos por la escenografía e iluminación de Pepe Valdés y la música de David Ortiz y Ricardo Estrada nos regala momentos verdaderamente de ensueño sobre el escenario del López Tarso. Pero justo cuando está por convertirse en esa sensación de estar flotando sobre nubes, la dramaturgia insiste en hacer a un lado la historia que vinimos a escuchar, para enfocarse en escenas vagas deprovistas de rigor. Una escena de un trío que parece extenderse infinitamente y cuyo significado alude a los muchos temas que están forzados dentro de una trama que no los requiere: la maldad del gobierno mexicano, la fragilidad de la mujer ante la violenta sexualidad del hombre, ¿la tragedia del 19 de septiembre bajo los escombros?
Una y otra historia y tema ajeno que termina por distraer de aquella conexión prometida entre Valeria y Richard y que para el final nos lleva a preguntarnos, ¿ya?, ¿eso fue todo?
Mientras Osvaldo Benavides como Richard narra su historia desde un lugar maduro, buscando elementos para dar vida a cada una de sus caracterizaciones y llevándonos a lugares muy honestos de la tragedia de su personaje, Silvia Navarro nunca sale de ella misma. Nos presenta a una eterna niña de diez años, una narradora infantil, atrapada en su propia euforia, para la cual es más importante llorar y reír gritando que verdaderamente darnos a conocer quién es Valeria. Enfrascada más en el «cotorreo» y en los momentos solemnes en lo «dramero» que en la entrega de un personaje sofisticado; lejos de la sencillez y emotividad de la Teté Espinoza que el mismo Vázquez dirigió en Wenses y Lala, lejos de la bella simplicidad atinada del Adrián Vázquez que sabemos que nos puede narrar un Shakespeare con verduras y no requiere de lo estruendoso.
Al final, Donde Los Mundos Colapsan está espolvoreada con todos los elementos que nos gustan del género, y de vez en cuando asoma la cabeza para guiñarnos el ojo y dejarnos saber que su corazón está en el lugar correcto, pero luego regresa al caparazón, deja que el volumen a su alrededor se suba a decibeles disruptores y se deja llevar flotando sin jamás soltar el ancla.
Donde Los Mundos Colapsan se presenta Viernes, Sábados y Domingos en el Teatro López Tarso hasta el 28 de octubre.