Dos historias de Dostoyevski: Los Demonios y El Idiota se unen en esta tragedia rusa de desamores amargos donde al más puro estilo del novelista y psicólogo es el sufrimiento el que prevalece por encima del buen corazón y la belleza, con un diseño de producción de visuales asombrosos y las magníficas actuaciones de Cassandra Ciangherotti y Mariana Gajá.
Es precisamente frase de Fiódor Dostoyevski la famosa: «El dolor y el sufrimiento son siempre inevitables para una gran inteligencia y un corazón profundo», mantra que pareciera quedar perfectamente plasmado en esta obra de teatro en Foro Lucerna que integra dos de las piezas clásicas del autor: Los Demonios y El Idiota, aunque es en realidad ésta segunda la que lleva la verdadera narrativa de la puesta.
Como en El Idiota es el Príncipe Mishkin (María Inés Pintado) el que protagoniza el relato. Un hombre recién salido del sanatorio que en el tren camino a San Petersburgo conoce a Rogozhin (Gabriela Núñez), un hombre de clase trabajadora reciente heredero de una fuerte fortuna que, enamorado de Natasia (Cassandra Ciangherotti), pretende usar el dinero para comprar la posibilidad de casarse con ella. Por su parte, Natasia está prometida a casarse con Ganya, quien al contrario de Rogozhin, recibirá dinero por desposarla, como prometido por Totsky, su guardián y tutor que se ha dedicado a explotarla sexualmente.
La negociación de matrimonio se ve interrumpida por el mismo Mishkin, quien en foto se ha enamorado también de la belleza de Natasia, y ha ido en su búsqueda; y por la fría, burlona y ácida manera en la que Natasia repudia a Ganya y juega con las ilusiones de Rogozhin, con el que finalmente acepta casarse en berrinche impulsivo, y no por dinero porque ése lo tira al fuego en provocación a Ganya.
Pero Natasia no oliva que el Príncipe ha sido el único bueno con ella que quiso protegerla, y a partir de ese momento comienza a jugar con las ilusiones y sentimientos de Mishkin y Rogozhin, para la mala suerte de Aglaya (Mariana Gajá), quien también se ha enamorado del Príncipe, su pariente lejano, pero caprichosa y consentida se niega a aceptárselo sabiéndose en competencia con la más bella de todas. Las historias de los cuatro se entrelazan en la aparente necesidad de los involucrados de sufrir y ser castigados, «inevitable» diría Dostoyevski, para finalizar en anunciada tragedia.
La novela de El Idiota se reduce para poder centrarse en estos cuatro personajes, todos representados por mujeres en esta dirección de Alberto Lomnitz, y a Mishkin lo llenan de visiones, parte quizá de su enfermedad que no es epilepsia sino más cercano a la esquizofrenia, donde de pronto se le aparecen en la cabeza demonios y clérigos (interpretados por las mismas actrices) para discutir el otro gran tema de obsesión de Dostoyevski: la religión, el ateismo como base de los problemas del hombre y finalmente de un país entero. Los demonios acosan a Mishkin cuestionándole su identidad, llevándolo a la disociación.
El texto de Lomnitz, María Inés Pintado y Octavia Popesku tiene razones que levantar hacia la fe, el cristianismo, el dolor, le elección del sufrimiento, el capricho, la clase, el amor, y el uso de Dostoyevski, finalmente autor del libro más famoso sobre crímenes y castigos, hace mucho sentido; si bien, es la adaptación de «El Idiota» la que mejor funciona como relato con suficiente mensaje, y las inserciones de «Los Demonios» de pronto parecieran apéndices perfectamente removibles, finalmente Dostoyevski: Los Demonios y El Idiota pretende establecerse más en la tésis que en la fábula, y eso logra. No es una obra ligera ni de narrativa directa, pero cargada en discurso y rimbobancia es filosófica y nublosa. Como a Fiódor le hubiera gustado.
Dada su naturaleza densa es el grupo de cuatro actrices las que lo hacen funcionar, en especial Cassandra Ciangherotti cuyo desdén y agriedad hacen de Natasia un personaje soberbio, y Mariana Gajá que como muñeca rota trabaja desde el infantilismo para regalarnos a una Aglaya frágil pero no por eso vulnerable, de pronto vil, de pronto rencorosa. Curiosamente Lomnitz permite que aquellas que están interpretando a personajes masculinos le dejen la escena a los femeninos. El mismo Príncipe es silencioso y de modos pasivos. Como si la intención fuera darle las riendas de la historia a las mujeres, y el cuestionamiento existencial a los hombres; a excepción de Rogozhin quien obtiene el ímpetu violento y la incapacidad de contención, también muy del género, pues.
Dostoyevski: Los Demonios y El Idiota brilla, de pronto de forma literal, con su diseño de producción en el Foro Lucerna, en gran medida en manos de Carolina Jiménez, al menos en escenografía e iluminación. Una sola campana colgando aparentemente desde el cielo y una tarima armada por cajones que parecieran jaulas de madera clara, dando la impresión de un invierno ruso, se transforma de manera violenta en un infierno rojo cuando los demonios y clérigos entran a escena, o en un purísimo blanco para recibir a una Natasia que es todo menos pura, quizá, pero no para Mishkin. Y deja la mejor sorpresa resplandeciente para la última confrontación entre el Príncipe y Rodezhin, acostados sobre la madera destellando, un visual tan potente, logrado sin necesidad de faramalla, cosa que lo vuelve aún más bello.
El vestuario de Adela Cortázar tiene a Natasia y a Aglaya transformadas en novias de blanco, con pequeños elementos, olanes en capas, encaje, una cruz para Natasia que las diferencian, pero finalmente una silueta muy similar, una mujer que viene del mismo lugar y es en los detalles que es distinta de la otra. Mientras el maquillaje hace de ellas muñecas rusas de porcelana, de mejillas muy rojas, bocas pequeñas, ojos enormes, caras blancas, coleccionables y frágiles, perfectas para ser admiradas de lejos en repisas, no tan hechas para tenerlas en las manos. Nuevamente dejando a los personajes femeninos ser las representantes de lo hermoso, para hacer de los masculinos figuras tenues, mucho más ordinarias y comunes.
Para los ojos, Dostoyevski: Los Demonios y El Idiota tiene mucho para ser un festín emocionante, un escaparate de época, perfectamente ruso y al mismo tiempo universal; para el espíritu, los autores tienen mucho que reflexionar y el auditorio demasiado que desentrañar. Símbolos y mensajes se entretejen en una exposición compleja que puede devorarse desde muchas aristas. La de la tragedia del desamor, la más lineal, la más vocal, la más transparente, y luego la multitud de discursos tan centrados en la fe, donde la cruz prevalece en la escena, y las parábolas hacen lectura entre líneas. La social, la de clase, la de género, todas tienen su momento si se buscan y se atienden, Dostoyevski es mucho pero jamás poco interesante. Y finalmente teatro del que le permite a sus creadores y actores demostrar del material del que están hechos, porque como las novelas que la dan razón de ser, es una obra inclemente.
Dostoyevski: Los Demonios Y El Idiota se presenta viernes, sábados y domingos en Foro Lucerna.