¿Puede una obra de teatro provocar síndrome de estrés post-traumático en todos los involucrados? La teoría de Tim Crouch en El Autor es que así como los soldados en la guerra, los actores, dramaturgos, directores y audiencia pueden salir igualmente empapados de una sangre indeleble luego de un montaje violento que los cambie desde la ficción para adentro. Y El Autor no teme ir a lugares sumamente oscuros para probar su punto.
Tim Crouch, conocido por experimentar con la teatralidad, crea The Author en 2009 como distorsión escénica, y Benjamin Cann (director) toma el reto de frente, primeramente montando la obra en el patio de Laguna, una especie de plaza-galería, lejos de la convención teatral, que retaca de sillas mirando hacia distintos puntos del lugar, desde donde la audiencia se sienta de manera inmersiva entre los actores a ser espectadora y parte de la obra a la vez.
Sí, El Autor es una obra dentro de una obra. Mientras el público espera el comienzo de alguna pieza de teatro, ¿cuál? no importa, la acción empieza a suceder a su alrededor mientras un autor y director, dos actores y un espectador comienzan a discutir un montaje pasado. Uno que a cada uno de ellos afectó de manera personal.
En la obra, que más que un recuerdo se ha convertido en cicatriz, una joven es víctima de las agresiones físicas y sexuales de su iracundo padre. Para llegar a lo tortuoso e incandecente de las emociones de los personajes, el autor, encarnado por Enrique Arreola, pide a su elenco atiborrarse de violencia, desde la que se puede observar en Internet donde los videos de mutilaciones y torturas están más cerca de un sencillo click de lo que pareciera, hasta entrevistas y testimonios de víctimas reales que puedan inspirarlos, y sí, impactarlos.
Este director existe y lo conocemos, tal vez más por el cine donde Hollywood no teme destapar las atrocidades detrás de las filmaciones, pero desde Alfonso Cuarón y hasta Lars Von Trier, sabemos que el método vivencial, de pronto destructivo y horroroso, es el preferido de varios de los más talentosos realizadores y autores allá afuera. Y los actores entran al juego aunque terminando de rodar les cueste regresar a su centro. De ahí las quejas de las actrices de Blue Is The Warmest Color contra Abdellatif Kechiche o la manera en la que Heath Ledger se perdió para siempre luego de interpretar al Joker.
Y para el espectador no termina por ser del todo digerible tampoco. Miguel Santa Rita interpreta al teatrero, uno que lo ha visto todo sobre un escenario y lo ha disfrutado, pero que comienza a levantar la voz y a temblar con el cuerpo cuando recuerda obras sangrientas e hipersexuales en las que se prestó a jugarle al voyeurista por voluntad propia, consciente de lo a salvo y tranquilo que se encuentra arropado por la palabra «ficción», pero no del todo ajeno a saber, quizá escondido en el inconsciente, que lo más tenebroso del teatro tiene sus bases en la realidad. Y ahí ha visto cómo se comen a un bebé vivo.
Lo que inician como relatos ligeros de una producción que podrían prácticamente ser testimoniales de cualquier anecdotario de detrás del telón, se van volviendo poco a poco más dolorosos y oscuros, hasta que actores, director y espectador por igual se desnudan en medio de la nueva audiencia para probar que están repletos de moretones. Algunos, muy literales, el espectador tiene un golpe aparentemente torpe en el ojo que termina por ser símbolo de toda la cordura que se perdió durante el montaje de terror.
El Autor busca incomodar. Y lo hace de todas las maneras posibles. Desde las posiciones de las sillas, en las que uno se tiene que estar moviendo para ver la acción 360, hasta la manera en la que los actores se dirigen de maneras personales al público, haciéndolos partícipes de lo atroz de su narración, como teniéndolos secuestrados a todos en un mismo cuarto, y al más puro estilo de La Naranja Mecánica mantiéndoles los ojos abiertos para que sean incapaces de parpadear. Pero quizá ningún momento es tan corrosivo como el final de la historia por parte de Enrique Arreóla, quien se toma su tiempo, pausa y descansa para cerrar con la anécdota más grotesca de toda esa travesía, para al final comprobar de manera inevitable que nadie a su alrededor sería capaz de perdonarlo por sus actos.
Desnuda de elementos y artificios, la obra no es para todo mundo, definitivamente requiere de un público que guste de ser confrontado, imperturbable frente a la ruptura del espacio y la intimidad, de estómago de acero que, como Miguel Santa Rita ya lo haya visto todo antes y no se agite ante cualquier cosa. Me provoca pensar en la película Irreversible y la forma en la que, cuando estrenó en 2002, expulsó a la gente de la salas de cine con los ojos desorbitados después de haberse enfrentado a un nivel gráfico y violento que antes sólo se reservaba para el fetiche snuff.
El Autor no es censura, y aunque definitivamente contiene un comentario sobre el quehacer artístico inspirado por lo más ruin y gore del ser humano, al final defiende al teatro como un medio capaz de transformar a cualquiera, del que uno entra siendo una persona y sale siendo una diferente. ¿Y no es eso el arte? Nadie dijo que tenía que ser bonito, es más, nadie dijo que teníamos que ser capaces de manejarlo, pero cuidado con aquellos valientes que son capaces de llevarlo hasta sus últimas consecuencias.
El Autor se presenta sábados y domingos a las 6pm en Laguna. Boletos en Boletópolis.