Otorgándole su bien merecido debut teatrero al espectacular Juan Daniel García Treviño en El Corrido del Rey Lear, Fernando Bonilla toma la arriesgada decisión de humanizar y llenar de elementos entrañables a un grupo de narcotraficantes a los que un Primer Actor de vieja escuela, obsesionado con el teatro por encima de su familia, les llega a montar un Shakespeare. Y el resultado es… debatible.
En un país en el que la televisión ha logrado la glamurización del narco hasta convertir a los sicarios en héroes de acción, El Corrido del Rey Lear pisa la delgada línea entre el «mejor reír para no llorar», y la victimización del criminal cuya historia de vida se vuelve una apología a su violencia. No por eso el texto de Bonilla deja de funcionar, pero en algún momento pierde compromiso y empieza a pedir disculpas por su falta de solemnidad, lo cual levanta preguntas sobre el convencimiento del autor con su propio material.
Muy al estilo Que Arda Tebas, Un Primerísimo Actor (Juan Carlos Colombo), al que todo mundo insiste en confundir con otros como Fernando Luján y Pedro Armanedáriz (rolling gag muy triunfal) comienza a meter en problemas a una compañía lidereada por un director sin garra (el increíble Alejandro Morales), con actos grandilocuentes de diva del arte a dos meses de su estreno. Con su hija tampoco tiene la gran relación, habiendo elegido su carrera por encima de ella y su familia. Para él es más importante que ella acuda a su estreno a verlo que aprenderse el nombre de su propia nieta.
El símil con Lear comienza al instante. El hombre de edad avanzada con un trono que cuidar en forma de reputación, en busca de aplauso y cariño desbordado, incapaz de ver en quien lo quiere ningún tipo de amor que no le avienten de golpe en la cara. Y como Lear, con un camino que recorrer al lado de bufones que lo adentren a la guerra para entender que ha sido él el culpable de elegir a la compañía equivocada, dígase la fama, por encima de cándidos incondicionales.
Luego de ser secuestrado por dos sicarios y llevado ante el Capo, cuya madre resulta que lleva una vida siendo su fan, el Primer Actor aprovecha su rapto para montar la Rey Lear que él quiere, bajo su propia dirección y lejos de la visión de su pelagato director, aprovechando a los esbirros locales para armar con ellos una compañía improvisada de teatro… donde resulta que hay mayor entendimiento y cuestionamiento a Shakespeare que en la compañía profesional. Quelle surprise.
El Corrido del Rey Lear busca comedia en la infamia mexicana y nuestros lamentos, muy al estilo de las películas de Luis Estrada, pero los mensajes comienzan a mezclarse y a perderse entre escenas fuera de toda narrativa y exceso de discursos. No por eso el montaje es menos divertido, porque definitivamente las risas no faltan, pero sí hay en él un elemento de diamante en bruto que no termina por ser completamente pulido.
Colombo, como el actor, pretende ser incisivo con los obsesionados del texto, de la palabra correcta, el amor a los clásicos, mientras batalla con no poderse siquiera aprender sus diálogos y desquitar su frustración con la asistente de dirección, cosa que funcionaría si no fuera porque el mismo Colombo se percibe desconectado. Rompe continuamente con el ritmo cuya batuta le toca llevar a él, se tropieza con su texto y se alza en momentos muy grandes de actuación que chocan con el juego menos clásico al que está jugando el resto de la compañía. Y hay de dos: o es una manera genial de encarnar vívidamente a su propio personaje, o su trabajo tiene mucho que limpiar antes de poder resultar contundente.
El inicio de la obra, antes de la entrada de los narcos, batalla por mantenerse derecho. Bonilla utiliza a Miguel Tercero como un standupero al que contratan como actor de teatro en busca, quizá de taqulla, quizá de frescura, cosa que podría ser una crítica interesante al hecho de que sí, en México, hemos visto a un Chumel Torres, a un Alex Fernández salirse de su comedia para entrarle a la ficción teatrera, pero Bonilla no parece tener más que decir al respecto, excepto que ese standupero está muy obsesionado con Tik Tok e idear maneras de romper el Internet (¡¡Chabelo de Rey Lear!!) que con comprometerse con la obra y su director. Pero el discurso es tibio a lo mucho.
Y hay ciertos guiños de burla al uso del lenguaje inclusivo, la reconceptualización de los clásicos (acá Lear es taquero), el amarillismo de la prensa, la intrusión incómoda del fan que batallan por encontrar su momento; mientras uno de los temas más entrañables del montaje, la relación de este magnánimo actor con su hija común y corriente, que en manos de Fernando Bonilla adquiere un tono inevitablemente personal, que pudiera excavarse a profundidad, permanece en una sola escena en un café.
La esperada aparición de Juan Daniel García Treviño, luego de su debut en Ya No Estoy Aquí de Netflix, no decepciona nada. El actor llega a barrer con cada escena en la que aparece como Mojarra, una de las manos derechas del Bolillo, y el latente bufón que Lear ha estado esperando, que entra a levantar la puesta sobre sus hombros como un arma de dos filos. Porque sí, mientras por un lado entrega la mejor actuación del montaje y se vuelve la revelación teatrera del año, probablemente, por otro, resulta tan empático con su propio personaje, y tan angelado, que es imposible no encariñarse con el asesino que está interpretando. ¿Y deberíamos?
El aplauso lo comparten Malcolm Méndez y Daniela Arroio, que conjugan al resto de los protagónicos del cartel, y se llevan momentos preciosos de la obra, levantando la misma pregunta que Juan Daniel… ¿por qué estoy queriendo tanto a estos animales? Por encima de los actores de la compañía profesional que la que Bonilla hizo burla al principio de la obra, los poco educados secuaces del Bolillo usan su ingenio y experiencia de vida para cuestionar a Shakespeare, no desde lo académico, que hemos oído tanto, pero desde lo que naturalmente no les hace sentido. Y terminan por ser mucho más capaces de desmenuzar y analizar un texto para personalizarlo que el actor de escuela.
Ahora, no estoy diciendo que estoy contrariado por eso, al contrario, lo encuentro enormemente interesante. Al final del día, sí, es muy probable que haya rezagos de humanidad aún en los más fríos y sangrientos; y reí con «Champaña», novia del Capo, juzgando a Cordelia por su incapacidad de ser directa y a Lear por bruto y necio. Es bellísimo que suceda. Pero me faltó que el momentum se mantuviera. Que si ése iba a ser el cubetazo de agua fría no se entibiara. Pero, alas, en algún punto del segundo acto, Bonilla se siente obligado a recordarnos que el crimen organizado es tema serio, y fuerza una solemne escena de recuerdo al dolor de los desaparecidos.
Que en cualquier otra obra hubiera aplaudido, pero en El Corrido del Rey Lear se siente descolocada y usada en favor de suavizar lo que quizá comenzaba a sentirse demasiado cínico y a picar.
Lo mismo otro momentazo que nos regala Malcolm Méndez francamente circense, en el que juega con un tambo pozolero y las cabezas de sus víctimas de un modo ciertamente clown, sumamente divertido y encima de todo apantallante. Gran escena, pero dentro del montaje, parece un apéndice fuera de todo relato.
En esta parte dos, Bonilla hace mejor uso de la relación fallida padre-hija y le otorga a Valentina Sierra un soliloquio emocional y honesto, curiosamente haciendo uso de las herramientas digitales que con Miguel Tercer parece querer demeritar, que enmudece la comedia pero le otorga verdad al Lear que han decidido crear de este mundo moderno y mexicano. Y es precioso.
Y cerrando en una nota alta, Bonilla cumple lo prometido en el título, y ya de manera ridícula, se avienta un increíble corrido del Rey Lear, convirtiendo a Shakespeare en mítica norteña, y pertmitiéndole a Miguel Tercero brillar como cantante, y al mismo Juan Daniel García Treviño, que también tiene mucho que explotar como músico, explorar su lago Son de la Kumbia.
Buenas ideas repartidas en un montaje donde no todas caen en su lugar, El Corrido del Rey Lear tiene algo que decir, algo que denotar, quizá que cuestionar, y demuestra vitalidad, humor e inteligencia en su dramaturgia, mientras cojea en la bruma de lo poco preciso en su montaje. Grandes actuaciones, grandes momentos musicales, vaya, incluso grandes sorpresas de vestuario, esta obra está a una pisca de sal de ser el caldo de gallina que quiere ser y no el consomé de cajita.
El Corrido del Rey Lear se presenta de martes a jueves a las 8:00pm en el Teatro Helénico.