Cargada de carisma y un factor pintoresco que nos transporta a la región de El Coyul en Oaxaca, este monólogo de Esmeralda Aragón es un viaje inolvidable que te enamora de un rinconcito cálido de México, para luego arrebatártelo y enfrentarte contra la precariedad que se vive en pueblos lejanos a la Capital donde los servicios y la ayuda ante emergencias son básicamente inexistentes. El Coyul emociona, el Coyul duele, y luego se transforma en fiesta.
El Coyul tiene un elemento esencial que hace de este unipersonal una experiencia adorable e imperdible de la cartelera: Esmeralda Aragón. Dramaturga, Co-directora (junto a Gustavo Martínez) y actriz, ese pedazo de mujer llena el escenario de la sala de Xavier Villaurritia de una simpatía innigualable y un corazón que bombea fuerte, seguro y poderoso una historia que en manos de otro pudiera pasar por anecdótica y chiquita, y en las suyas se convierte en una experiencia. Una aventura. Un viaje de ida y vuelta del que no es posible regresar igual que como uno se fue.
Sentada en una hamaca, hablando del calor en el Coyul, Oaxaca, que provoca sudar apenas te has salido de bañar, Esmeralda comienza la obra pintándonos un paisaje. Nos permite acompañarla a las calles, casas y estadios de baseball de su pueblo para conocer a las personas que le dan vida y lo hacen hermoso. Vecinos, mamás, tías, vendedores de tacos, adolescentes huevones, niñas precoces, Esmeralda se va transformando en cada uno de ellos con una voz de calidez y picardía costeña que hace de este grupo de gente uno muy particular, y muy entrañable.
Con ellos reímos, con sus relaciones dicharacheras proyectamos a nuestros familiares y conocidos, su comida se nos antoja, su aire nos llena los pulmones, su hamaca nos mece en noches donde los mosquitos vuelan y la luna brilla blanca desde el cielo. Todos visuales que Esmeralda crea con una pericia absoluta, narrando directamente a la audiencia a quienes convierte en sus amigos, no escuchas, pero francos compadres, comadres, «manitas» y «manitos».
El Coyul está vivo en la Sala Xavier Villaurritia y lo entendemos aunque jamás lo hayamos visitado. Conocemos ese lugar y para la media hora de relato nos sentimos enamorados de su tierra, sus árboles, su gente. Aún cuando pareciera que la obra no nos ha dicho hacia dónde va, nos tiene cautivados, y nos previene, a través de los ladridos de perros en la calle, que el meollo del asunto está por suceder y el Coyul no va a volver a ser el mismo.
De la carcajada y la vitalidad, Esmeralda Aragón nos entrega una bola curva muy inteligente. Habiéndonos paseado por un lugar hermoso nos recuerda de dura y dolorosa manera que ahí donde la Capital no tiene influencia, las autoridades, los medios, los servicios de ayuda olvidan e ignoran de manera centralista. Y el Coyul, como tantos lugares en México, es abandonado para rescarse con sus propias uñas justo cuando más necesita de manos, y que la modernidad que ha caído en el lugar no es más que una fachada, que ha robado al sitio de su paisaje natural único sin realmente entregar nada a cambio.
De manera bella y vulnerable, Esmeralda cambia el chip del monólogo y se suelta a un recuerdo. Le toca conmover y asestar, pero siendo coyuleña se niega a permitir que la oscuridad opaque los colores de una tierra que al final del día simbra con alegría y se mueve con energía de gente que baila, ríe y vitorea, y cuyas boquitas harían que los más blancos conservadores y persinados se taparan las orejas en ultraje. De modo que el Coyul no te deja ir agorzomado pero con la panza llena de cerveza y el corazón de música.
Esmeralda Aragón no necesita de mucho para invitarnos a su mundo. Se tiene a ella y eso en realidad es suficiente, y aún así nos entrega un visual maravilloso que se mueve con las horas y el día. Una escenografía que consiste de una silla y una enorme hamaca blanca, y un diseño de iluminación por parte de Gustavo Martínez que dota de onirismo un espacio simple pero cargado de personalidad, de anécdota y de memoria.
Un monólogo que mueve muchas emociones, que saca carcajadas como lágrimas, te hace mover los pies, las palmas y las arterias. Que nos recuerda que en cada espacio chiquito, lejano, escondido, si quieren, de México se encuentran las historias más increíbles, la gente más ocurrente, metichona y cálida, de la que tanto presumimos a los extranjeros, y que a la menor provocación mandamos al fondo del insconciente. Que el Coyul y otros tantos rincones del país son hermosos y también reclaman por su vida. Y que hace de Esmeralda Aragón un personajazo del teatro mexicano que no quieres que deje de narrar nunca.
El Coyul se presenta jueves, viernes, sábados y domingos en la Sala Xavier Villaurrutia del CCB.