Inspirada en el cuento de Juan Villoro, con una adaptación por Saúl Enríquez y la dirección de Paula Zelaya, El Hamster del Presidente es un tierno y comedioso cuento familiar sobre el tomar acción y levantar la voz por aquellos que no pueden. Y los dos niños protagónicos, Salomón Saldaña e Isabella Vázquez, son una cosa genial.
El relato original de Juan Villoro, si somos honestos, no da para toda una obra de teatro; pero de algún modo Saúl Enríquez logró crecer la historia para armar un mundo alrededor de los exóticos personajes de El Hamster del Presidente, algunos interpretados por la compañía de actores, de pronto con pelucas y lentes, de pronto no, otros por ilustraciones en cartón, y unos más por objetos de limpieza del hogar, llámese escobas y trapeadores.
El hamster… los hamsters son tiernos peluchitos tamaño mano.
El día de un importante concurso de oratoria en el que estará presente el Presidente de México (ninguno que exista, sino una ficción ultra caricaturizada a la Roald Dahl de lo que podría ser un hombre inmaduro en la máxima silla de poder) el hijo de una familia empieza a perder sus dientes de leche y a thethear. Su ingeniosa hermana intenta ayudarlo cambiando su dentadura por chicles, mientras su aguerrida madre, toda una cafre al volante de la bici lo lleva a tiempo al concurso.
Su problema de dicción termina por ser su última preocupación, cuando el hamster que el Presidente guarda en su saco, un franco asistente para la gubernatura, se escapa y acaba en manos de los niños de la familia, buscando a la hamster amada que se le ha ido.
Los niños deciden ocultarlo y resguardarlo de las garras de un Presidente egomaniaco que no ve realmente por sus interéses, pero sólo provocan que el Presidente en un acto de venganza, prohiba la existencia de dulces, incluyendo los chocolates que tanto ama su madre.
Cuando las cosas se empiezan a complicar, y otros candidatos están listos para tomar la silla presidencial, manipulando al pueblo con ayuda mediática, usando dulces como carnada, los niños fraguan un plan para asegurarse de tener el país que quieren no sólo para ellos y los adultos, pero también para los peludos animales.
Se sabe que Hamlet Ramírez y Amanda Farah haciendo varios de los personajes adultos de la puesta, a veces incluso intercambiándoselos, van a regalar comedia y entrega; pero son Salomón Saldaña e Isabella Vázquez los que en esta ocasión se roban el show. Desde el momento en el que Salomón se tira al piso en melodrama porque ha perdido sus dientes sabes que es el ser más entrañable sobre ese escenario, e Isabella, que muestra absoluta inteligencia y muchísimas tablas para su edad termina por ser el cerebro de la operación, como lo hubiera hecho una Brooklyn Prince en Home After Dark. De hecho, me recordó mucho a ella.
Las distintas interpretaciones toonish de los personajes secundarios son fascinantes, especialmente la del reportero de televisión, que puede interpretar cualquiera siempre y cuando se ponga una peluca color lima, y mantienen a la audiencia infantil riendo; pero a pesar de que la historia no se complica mucho no estoy seguro de que la morealeja termine por estar delineada al cien. Tanto así que al final, los cuatro actores dedican un momento sentados al filo de prosenio para exponerle al público todos los mensajes que tendrían que estarse llevando de la obra. Discurso que la audiencia tendría que cargar consigo aún sin necesidad de recibirlo masticadito para el cierre de la puesta.
Y el mensaje sin duda es importante, especialmente en un país en el que rara vez se inculca la participación ciudadana en las decisiones democráticas que nos afectan a todos. En un país en el que sólo poco más del 60% de las personas votaron en las últimas elecciones federales. En un país en el que twitter explotó en quejas luego de que se prohibieran las corridas de toros en varios estados. En donde nos falta empatizar con nuestra gente y mucho más con nuestros animales.
La anécdota es sin duda valiosa, y Paula Zelaya la vuelve cautivante para la audiencia menor con bobas coreografías y efectos prácticos visuales que le dan un toque peculiar a la puesta. Desde el arco de la cocina que se convierte en televisión y hasta los personajes creados con utencilios del hogar, o la forma en la que echa a volar nuestra imaginación con bicicletas invisibles que vemos acelerar a toda velocidad por la ciudad. Si hay alguien que sabe de magia escénica es Paula, y aquí la entrega en su versión más juvenil.
Cuestionaría sin embargo, en este mundo tan fuera de lo ordinario, la decisión de hacer de los hamsters peluches, por varias cosas. Por un lado, apelan menos a la imaginación del niño que otros muchos elementos de la obra, se vuelven literales y por tanto un poco fuera de lugar en el universo de máquinas creadoras de bombones que elige la obra. Por otro, son tan pequeños que para las filas del medio para atrás del Helénico en realidad son prácticamente invisibles. Y por último, ¿realmente necesitamos verlos? La primera vez que el hamster escapa del saco del Presidente vuela sobre los comensales de una mesa, acompañado por una narración del suceso y es sólo hasta el último que el peluche hace su aparición. Y es curioso que resulta mil veces más llamativo todo el tiempo que no estuvo literalmente en escena.
Nada que salga de la mente de Juan Villoro puede ser «sin chiste», y El Hamster del Presidente es prueba viva de ello. Una obra encantadora, con personajes memorables y un recordatorio sobre la importancia de nuestra voz para que los derechos de otros no sean pisoteados.
El Hamster del Presidente se presenta sábados y domingo a la 13:00pm en el Helénico.