El Plan entrega un análisis de la amistad entre hombres por capas que se van desmenuzando lentamente para llegar a un tercer acto que te deja frío en tu asiento.
Ignasi Vidal, dramaturgo de El Plan, entendió una cosa perfectamente: para el hombre, tener trabajo, es mucho más que solamente la tranquilidad provista por un cheque quincenal, sino la representación de sentirse útil, necesitado, aprovechado y funcional, sin la cual, un hombre no es diferente a la silla de una casa. No en la psique donde uno se va desvaneciendo en un mundo en el que la valía de una persona (especialmente del sexo masculino) está medida en términos de puesto laboral y presencia social, y sin la cual siente que ha dejado cachitos de su propia persona regados por donde ha caminado.
En esa situación se encuentran los tres protagonistas al frente de El Plan. Despedidos de la fábrica en la que trabajaron por años, los tres pasan sus días tratando de mantener una rutina y ante todo una presencia ante sus parejas y familias, que sienten que se les ha ido cayendo de entre los dedos como arena.
En casa de uno de ellos (Alonso Íñiguez) han quedado de reunirse para asistir a un plan, cuya intención queda oculta desde el principio para buscar entre la audiencia la intriga de no saber qué tan frívolo, peligroso o trascendental es ese infame «plan» que los tiene nerviosos, emocionados y hasta desesperados por el tiempo que pasa sin que, Andrade (Pablo Perroni), llegue al punto de reunión a tiempo, y al hacerlo ponga en peligro aquello por lo que llevan esperando, aparentemente, mucho tiempo.
La espera se convierte en la obra entera cuando Andrade llega al punto de reunión para anunciar que su coche está fuera de funcionamiento, y cambiar los planes de todos que se transforman básicamente en un letárgico ver pasar los minutos en lo que alguien puede pasar por ellos. Y es ese tiempo de nada el que resulta como una daga recién afilada, porque entre más ocio los absorbe, sus conversaciones pasan de ser ligeras y meras burlas al otro (como sucede tan a menudo entre hombres) a densas confesiones de vida y lo que el desempleo ha causado en ellos (como rara vez sucede entre hombres).
Esa muestra de vulnerabilidad que los hombres nos guardamos bajo corazas frente a nuestros amigos, para presentar el lado más imperturbable de nuestras personalidades viene de una educación machista que nos ha repetido a todos desde que somos muy chiquitos que el hombre no puede llorar en público, y es ese mismo bólido de emociones (que sentimos como cualquier otra persona) el que cuando es liberado sale de las formas más abruptas en formas francamente bestiales.
El Plan maneja precisamente esos sentimientos como pelotas que malabarear, permitiéndonos pasar de la inevitable comedia de ver a un hombre llorar por su mamá, al drama de saber lo que tus amigos ocultan debajo de lo que jamás expresan. Y para el final es fracamente como un golpe en la nuca, perfectamente manejado por un Poncho Borbolla que, para los que lo conocemos mucho más por comedia o teatro de improvisación, resulta una grata sorpresa de contención y una interpretación sencillamente potente.
Más allá de un planteamiento que no puede ser descrito sino como honesto, Sebastián Sánchez Amunátegui (Director) sí pierde el control de su ritmo en más de una ocasión, especialmente durante el primer tercio del montaje que se percibe como perdido entre conversaciones frívolas, donde ya se pudo haber comenzado a cimentar la sorpresa por venir; y del equilibrio entre sus actores cuyos tonos no son precisamente parejos y que, de pronto, funcionan mucho mejor como ensamble cuando se van a la farsa comediosa, que en los instantes más neutrales o de mayor carga dramática.
Al final El Plan es como un tronco de distintas cortezas, algunas suaves por las que uno pasa rápidamente y otras duras que te detienen y te obligan a pegarte contra ese muro; lo que es una realidad es que más allá de las inconsistencias, la obra se disfruta por lo que es y en bloques, y para el final te tiene buscando tu mandíbula en el suelo del Lucerna.
El Plan se presenta Viernes, Sábados y Domingos en Foro Lucerna.