La voz de Emilia Bassano, una poetiza del siglo XVI prácticamente borrada por la historia, considerada una de las primeras mujeres feministas publicadas, cobra vida en el Teatro Helénico con una compañía enteramente femenina que juega a través de las convenciones del teatro isabelino y la farsa para hacer ácida crítica al patriarcado, que hace 500 años, tanto como hoy día, silencia a las mujeres que se atreven a rebelarse contra el sistema.
A pesar de que en el texto de Morgan Lloyd Malcolm, primeramente presentado en 2018 en Inglaterra, William Shakespeare es definitivamente un personaje que mueve la balanza en la historia de Emilia, y es incluso acusado de robar sus palabras en la creación de su propia obra, la historia no tiene registro de que ambos personajes siquiera se conocieran. Hoy en día, Emilia Bassano es pensada como la amante de Shakespeare y la inspiración detrás de los sonetos de la Dama Oscura, mito del que Lloyd Malcolm construye ficcionalizando a una Emilia Bassano que está tan enterrada en la historia, que muy poco se conoce realmente de quién era, y mucho de lo que sí se conoce sobre ella es a partir de los hombres de los que llegó a rodearse: Lord Hunsdon, de quien fuera amante y madre de un hijo no reconocido por él, y Alfonso Lanier, músico de la Reina, quien se convirtiera en su esposo con el que, se sabe, tuvo un matrimonio infeliz.
La realidad es que el mero hecho de que su existencia se vea reducida hoy en día a una posible leyenda urbana que la relaciona de manera infame con Shakespeare, habla mucho de la forma en la que Emilia fue tratada en su época como una paria y una revoltosa feminista en tiempos en los que, vaya, las mujeres ni siquiera tenían permitido hacer teatro.
Y desde ahí comienza la parodia a la misoginia de tiempos antiquísimos que poco a poco se va haciendo visible, que sigue pudiendo señalar una problemática que queda como guante a mucho del machismo del presente.
Mariana Hartasanchez (directora) nos introduce a sus mujeres desde antes de la tercera llamada en el Helénico. Una tropa enteramente femenina, donde reina la diversidad, cosa que es bellísimo de ver, que juega, baila y se divierte para elegir qué personaje interpretará cada una en la ficción. Durante el montaje, varias veces, estas mujeres volverán a salir apartándose de la historia de Emilia para enfatizar que ellas están conscientes de que están haciendo teatro, y en este universo de creación, todo es juego, celebración y todo es válido.
Su escenario es uno que recuerda a los teatros isabelinos, precisamente donde Shakespeare presentaba sus comedias y tragedias, pero a diferencia de aquellos tiempos, ahora son mujeres las que hacen a todo tipo de personajes, y ahí donde la censura de la época impedía que las mujeres actuaran y por tanto todo los papeles femeninos eran interpretados por hombres en drag, aquí son ellas, las que con bigotes, barbas y mañas se transforman en machos, casi todos insoportables, impidiendo la entrada a los hombres a ese espacio que es sólo para ellas.
Una vez decidido que Emilia será interpretada por tres distintas actrices: Aída López, Coty Camacho y Amorita Rasgado, cada una representando una edad distinta de una mujer cuya historia se nos cuenta de los 8 a los 76 años de edad, la ficción se arma y a partir de una narración, cuyos episodios se van recreando conocemos primeramente a una Emilia Bassano niña, su padre recientemente muerto, y ella entregada a la Condesa de Kent para recibir una educación y refinamiento que le permita eventualmente encontrar marido. ¿Porque qué otra cosa pudiera querer una mujer sino casarse y servir a un hombre el resto de su vida?
El primer acto es una comedia fársica hilarante, movida en trazo y ritmo en gran medida por la música en vivo que con cello y percusiones, Maricarmen Graue y Montserrat Revah, van tocando desde un mezzanine en la escenografía, provocando que varios de los momentos más entretenidos del montaje sean francamente coreográficos y divertidamente absurdos. La primera vez que Emilia y sus hermanas de casa conocen hombres para ser cortejadas es una creación escénica irreverente y fabulosa, que desde la acidez y el ingenio deja muy claro que en esta obra a los hombres les va a tocar una revolcada.
Es en este acto donde se nos presenta a William Shakespeare, neuróticamente interpretado por una genial Lucía Uribe, único hombre con el que Emilia parece tener una conexión real a partir de la poesía, y no una forzada para el placer o el qué dirán, que es la que Alfonso y Henry le proveen. Hasta que Shakespeare muestra sus verdaderos colores. Haydeé Boetto sale a brillar muy desde el principio en dos personajes de alta sociedad, Susan Bertie y Mary Sidney a quienes interpreta de manera sutilmente hilarante, y con las que se nota divertida hasta el fin.
La comedia es ácida, ingeniosa e inteligente, y actrices como Mariana Gajá, Assira Abbate, Emma Dib y Gabriela Betancourt se lucen construyendo una serie de personajes irreverentes, torpes o brutos, pintando este mundo en el que Emilia es definitivamente la más inteligente del lugar, especialmente en su relación con los hombres, y el patriarcado que ha montado una serie de reglas absurdísimas, de las que Morgan Lloyd Malcolm se ríe con mucha finura, y que Hartasanchez aprovecha para armar momentos de trazo y movimiento rítmico, perfectamente atados a lo ridículo del machismo jerárquico, además hermosamente presentados entre telas, puertas, biombos, escaleras, coloridos vestuarios e interacciones que son una danza, especialmente aquella en la que Shakespeare y Emilia se recitan sonetos desde lo musical, uno de los istantes mejor logrados de la obra.
El segundo acto, sin embargo, da vuelta a la esquina y deja atrás por completo el tono de lo que venimos viendo hasta el momento. Se oscurece y densifica, y en hacerlo pierde mucho de lo que funcionaba en primera instancia. De entrada, el ritmo. La música deja de ser batuta para el movimiento escénico, se vuelve secundaria y abandona a las actrices a su suerte. Definitivamente algo que se extraña. Y la acidez, ingenio y farsa son reemplazados por discursos mucho más sobreexpositorios y literales que se entregan a la audiencia en la boquita, como si en algún momento la autora hubiera dejado de creer en la capacidad del público para entender un mensaje que siempre fue muy claro de entrada.
También es cierto que en este acto donde hay mayor melodrama y solemnidad, dos de las Emilias, Aída López y Amorita Rasgado tienen oportunidad de brillar más desde lo visceral y la actuación grande y profunda, donde hasta ahora, curiosamente Emilia había sido el personaje con menos oportunidad de colorear fuera de las líneas para sus intérpretes.
El segundo acto tiene momentos álgidos, dolorosos y potentes, pero también otros volcados hacia el drama fácil y visto, y otros tantos muy planos en comparación de lo que veíamos viendo. Así como la música abandona la escena, mucho de lo coreográfico y visualmente interesante también se empieza a diluir, y eso que ha sido único y especial de la obra hasta ahora, empieza a volverse mucho más común y típico de montajes del estilo. Nuevamente se empieza a extrañar lo peculiar que tanta luz entregó en el acto uno y que en el acto dos, a pesar de que la madurez de Emilia trae con ella ardor, rabia y heridas, se pudo haber sostenido sin necesidad de priorizar lo sobrio que pierde impacto.
Uno de los personajes de Mariana Gajá reaviva el montaje ya para el final con un visual nuevamente potente y creativo que regresa a escena el ojo perspicaz de Mariana Hartasanchez y desemboca en un soliloquio colérico que Aída López toma de manera magistral, para finalmente cerrar en una danza festiva que para ese momento no puede evitar sentirse como levemente fuera de lugar. Una celebración a un final que es, en definitiva, poco triunfal para Emilia Bassano y que, con lo que sabemos de ella hoy en día, perfectamente entendemos que no es por el que ella batalló y sacrificó su lugar en la corte.
Emilia hace homenaje a una mujer que por siglos ha quedado fuera de la conversación, contrapone dos géneros asímiles para contar su historia, y con pros y contras a esa decisión, sea como sea, da vida, voz, poder y dignifica a una poetiza cuya obra se debe conocer (al menos Salve Deus Rex Judaeorum, que sí está considerada como una de las primeras piezas de feminismo publicado), y una mujer que por encima de sus escritos, fue maestra, madre, artista, influencia y bastión de una era que castigó de manera brutal la voz femenina, que las volvió brujas o p*tas, y que hasta hoy la historia reconoce bajo la espantosa frase: «Detrás de un gran hombre hay una gran mujer», porque ponerlas a ellas al frente era, es y con suerte dejará de ser motivo de agrura en el orgullo masculino.
Emilia se presenta de jueves a domingo en el Teatro Helénico.