El nuevo musical mexicano de rocola mezcla todo tipo de canciones dosmileras en una historia irremediablemente vacía que hace uso de demasiadas referencias a producciones de otros autores como para poder pasar por alto.
Un musical más situado en un bar…
En El 2000 nos recibe como tantos otros lo han hecho en los últimos 10 años cuando de piezas de rocola se trata: con un grupo de amigos de perfiles disparejos, nombres que funcionan como guiño a la cultura pop, y la barra y mesas de un bar local donde se va a desarrollar toda la acción.
Es decir, sí, En Los 2000, de entrada, no hace ni el intento por ocultar lo mucho que quiere ser Hoy No Me Puedo Levantar, Martha Tiene un Marcapasos y Mentiras. Pero la cosa no se queda ahí porque conforme se va desarrollando la historia, los autores y director comienzan a tomar prestados momentos y escenas de estos musicales que ya han encontrado su nicho, de una forma que levanta la pregunta, ¿en qué momento el homenaje se convierte en calca?
Lo cual resulta raro de TOCA, los mismos productores que este año estuvieron encargados de traernos la magnífica Casi Normales, y que ahora apuestan por un proyecto que se percibe no sólo básico y promedio, pero además poco trabajado.
Renata, Anahí y María Daniela son tres estudiantes de intercambio en Puebla, cada una con su mal de amores, y una personalidad 100% estereotípica que no les permite rebasar la barrera de lo unidimensional. En su bar de confianza conocen a Diego y a Lolo, quienes llegan a moverles el panorama y a enfrentarlas con una vida adulta que no era precisamente la que ellas tenían planeada.
Las canciones no están mal. Juan Porragas y Sebastián De Oteyza (escritores) parecen haber aprendido de los errores de su anterior Verdad o Reto, y mínimo esta vez nos permiten escuchar un soundtrack no mutilado en cachitos, que resulta más cantable para el elenco, y definitivamente más disfrutable para el espectador; ayudados, claro, por los arreglos de Diego Medel, que con los medleys del final del primer y segundo acto se anota dos megamix sumamente exitosos, que resultan álgidos precisamente porque el resto del musical no está retacado de mashups. Y eso se agradece.
Pero a pesar de que es fácil corear los numeritos, la historia jamás logra elevarse más allá de su premisa, y por lo tanto cae en lo letárgico y francamente aburrido. No ayuda, claro, que Porragas y De Oteyza se hayan enamorado tanto de su texto que lo hayan dejado correr a casi tres horas de duración sin edición alguna. Encima de todo con una dirección, a cargo también de Sebastián, que tiene a Gimena Gómez (Renata) soplándole a su café sin hacer nada por -lo que se siente como- minutos enteros, o tirando una ensalada al bote de basura, u otra serie de acciones mundanas que funcionan como freno en seco al de por sí desastrozo ritmo de la obra.
Tampoco levantan los momentos coreográficos, que se presentan como intrusivos y poco generosos con el elenco, y de poca sofisticación; más parecidos a bailables de gala de La Academia, que a números de montaje musical. Sobre-dirigidos, sobre-adornados y sumamente innecesarios.
Los arcos narrativos de cada personaje tampoco logran enganchar. Algunos de ellos parecen salir de la nada, como balazos disparados desde una pistola que no alcanzamos a ver, y otros rebasan lo melodramático a un punto en el que se vuelven risibles; pero ninguno es peor que el de la propia protagonista, Renata, que se dedica a sufrir la ausencia de su amor a larga distancia por dos horas de obra, conflicto que los escritores jamás se molestan por cerrar, o volver siquiera a retomar una vez que una de las subtramas les comienza a resultar más llamativa.
Más allá del vestuario y de las obvias referencias a películas como Amarte Duele (que por cierto estrenó en México en 2002, cuando la trama de la obra sucede en la transición de 1999 a 2000 y por tanto no tiene del todo sentido que los personajes la conozcan), el musical jamás deja del todo claro el por qué ha sido situado «en el 2000». Incluso subtramas LGBT como las que se tocan en el musical, jamás realmente profundizan en lo que implicaba ser gay para estándares de inicio de milenio, y simplemente se dejan con un tratamiento 2019 que se siente como un desperdicio a la propia premisa de la obra.
¿Lo hicimos sólo para poder cantar canciones de Shakira y Tiziano Ferro? Porque no suena a que eso tenga peso suficiente como para armar todo un musical. Y así se siente. Sin peso ni cimientos en su entera construcción.
Volviendo a las escenas prestadas de musicales pasados, resulta de lo más sorprendente (por no decir indignante) el número de Ángel. Uno que no se molesta por ocultar que está calcando El Siete de Septiembre de HNMPL en nombre de la manipulación emocional; así como En El 2000 tampoco se molesta por crear un final que se sienta adecuado para la historia que se nos ha estado contando, y se sale por el camino fácil, imitando la resolución de Martha Tiene Un Marcapasos de una forma que no sólo resulta demasiado familiar, pero que además se percibe como una solución tajante y poco imaginativa para no tener que darle verdadero cierre a las historias que quedaron sueltas de más de un personaje. En inglés hay un nombre para esto: lazy writing.
Es triste para el elenco con nombres como Jimena Cornejo, quien logra llevarse las pocas risas que genera el texto, o Danie Ibañez y Sergio Esquer, cuyas voces son un gusto escuchar en todo tipo de géneros, desde pop y hasta regional mexicano; pero sus personajes no los permiten hallar verdaderas razones para ser entrañables.
¡Es un musical sobre los 2000! En tiempos de RBD y pantalones de mezclilla abajo de faldas gitanas, la verdadera pregunta es, ¿por qué decidieron tomárselo en serio en vez de encontrar comedia, absurdo y ese mínimo de kitsch que Mentiras supo aprovechar tan bien? Ahí donde En El 2000 prometía hombres de París y cerebros inteligentes que se divierten en viernes, lo único que nos quedó de aquella canción de Natalia Lafourcade es: «Me siento tan vacía».
En El 2000 se presenta viernes, sábados y domingos en el Teatro Centenario Coyoacán.