En una locación secreta, Ensoñación, un trabajo de teatro poco convencional, no consigue superar el onirisismo de su premisa y se queda atorada en un lugar donde es difícil avanzar y volverse algo más que prosa bonita.
En un lugar secreto de la Roma, un speakeasy cuya dirección te es revelada hasta el momento en el que compras un boleto para la obra, se lleva a cabo Ensoñación, una puesta alternativa que mezcla mucho del formato del monólogo, sin llegar completamente a serlo, con elementos lúdicos que tristemente se cuelgan de lo demasiado obvio como para sentirse propios de esa puesta.
El texto de Mariela Asensio, que más que dramaturgia es una colección de poemas a los que se les ha dado un hilo argumental, nos presenta a una mujer en duelo. Ha perdido al amor de su vida en un accidente, y entre sueños y despertares lo busca, lo alucina, conversa con él, se ahoga en su dolor y enfrenta la pérdida como un sueño febril del que es incapaz de despertarse.
Durante los primeros 10 minutos de la obra queda claro dónde está parada ella y el golpe que ha sido la pérdida de su pareja a su estabilidad emocional. Pero luego no avanza más allá. Los siguientes 50 minutos ella repite una y otra vez lo mismo que nos contó desde el principio en un remolino de melodrama completamente estático que no la termina de romper a ella, pero tampoco la libera, y definitivamente no mueve nada a su alrededor tampoco. De modo que Ensoñación se siente como una pausa reiterativa en el tiempo.
Una que Gaby Steck (actriz) tampoco logra liberar del todo. Dirigida por Aída del Río hacia este lugar eternamente etéreo y afligido, Gabriela tiene pocos momentos realmente emocionales. Hay mucha vulnerabilidad fingida, mucho dicho a través de las palabras, mucha pretención de una oratoria que se escuche lírica y linda, pero en el fondo, no hay emociones verdaderas tocando el suelo, aterrizando, golpeando. Es una pérdida que se escuda en lo estético para ser bella más que dolorosa.
Acompañando a Gaby Steck en el escenario, Gerónimo Espeche permanece casi todo el tiempo en algún rincón de la escena, de pronto hablando en italiano, la mayoría del tiempo sólo deambulando; y Saúl Villa en una máscara de ave a la Leonora Carrington se refleja como el alter ego de la misma mujer perdida entre sueños. Una máscara bella e imponente, sin duda, pero nada que no hayamos visto antes de artistas surrealistas que, de manera un poco obvia, claro que son la inspiración para un texto que presume desde el cartel de onirisismo.
Estos dos personajes hacen intervenciones, pero nuevamente, no mueven la anécdota hacia ningún lado. Trabajan más desde la coreografía, pero incluso su trazo es demasiado simple, poco dancístico y fluido, para un montaje que usa la música de El Lago de los Cisnes continuamente para rematar la temática de muerte y dualidad. Y el score de The Hours que el mismo Phillip Glass dedicó a los «Morning Passages», para una trama que está continuamente esperando la llegada de la mañana, el amanecer y el despertar. Todo inevitablemente derivativo y creado para otras historias, cosa que provoca que Ensoñación se sienta como una muñeca que se ha cosido con retazos de telas prestadas.
Más allá de la vasta calma que se vive sobre el escenario, en este espacio alternativo que no es teatro, sino bar, la isóptica se complica. En un cuarto alargado donde la escena se ha montado al fondo, las sillas se retacan en el pasillo atiborrado de gente tratando de ver por encima de las cabezas de los que tiene enfrente. En bancos que no fueron pensados para la visualización de un espectáculo y resultan demasiado incómodos, y con dificultad para percibir la acción muy ténuamente iluminada por Iván Sotelo, que prioriza el concepto y la oscuridad del cuadro, por encima de la capacidad de la audiencia de poder disfrutar gestos y detalles.
Hay mucho de preciosismo en el escaparate, y todo parece adecuarse a esta idea de un sueño que es pero no es al mismo tiempo. La escenografía, conceptualizada por la misma Aída, junto a Saúl Villa y Mario-González Solis tiene mucho de pintura fantástica; el puppet, también construido por Saúl, es cautivante y llamativo; el espacio, donde el público está rodeado de plantas y velas, cera y madera juega con la calidez de este limbo al que Ensoñación nos transporta, y todo eso es muy bonito, pero sin un texto que nos mantenga atentos y esperando lo que sigue, la belleza de la escena se queda en un cuadro, en una foto, y no trasciende para tocarnos.