Otro más de esos choques entre personas, que parecieran trenes, a los que Pascal Rambert nos tiene acostumbrados, Finlandia en el Teatro Milán mantiene el conflicto pero diluye las palabras, la rabia y emociones, para entregar un Rambert que inevitablemente se siente rebajado con leche.
Autor de explosivos encuentros como Clausura del Amor y Hermanas, Finlandia es el primer texto que Pascal Rambert escribió expresamente en español para los actores Irene Escolar e Israel Elejalde, a quienes dirigió en la primera puesta en Madrid, montaje que ahora en la versión para el Milán recibe muchos guiños por parte de la producción mexicana, incluyendo a la escenografía original, sumamente similar en muchos aspectos.
Lo que no significa que todo el estilo de Rambert haya sido importado completo, especialmente el dialogado. Decisión que marca el entero de la puesta que no se siente como aquellas potentes e impetuosas que conocemos del autor francés.
En una habitación de hotel en Helsinki, Finlandia, Luis (Luis Arrieta) se aparece para despertar a Bárbara (Bárbara López) en medio de la madrugada, después de haber volado 30 horas hasta ese pequeño fin del mundo, sólo con la intención de discutir la custodia de su hija, Nina.
Bárbara, una actriz trabajando en una serie internacional, sólo quiere dormir para estar lista para su llamado al día siguiente, y confiesa tener miedo de las violencias de su marido; Luis, un actor que ha optado por el arte por encima de lo comercial, se encapricha con la idea no dejarla ir. Celoso con la fantasía de alguien más durmiendo en su cama, envidioso de su éxito, posesivo de su tiempo, Luis ha llegado a un país helado sin siquiera una chamarra impulsado por la loca necedad de mínimo recuperar a su hija, antes de que ella se la quite por completo.
La pura idea de un enfrentamiento de este estilo habla de desesperación y coraje que en el montaje mexicano Luis Arrieta y Bárbara López nunca consiguen del todo. A diferencia de otras muchas obras de Pascal Rambert donde las emociones son álgidas y los estallidos acelerados, en Finlandia la discusión sucede atenuada, de pronto casi apagada, demasiado civilizada incluso para un texto que el mismo Rambert describe como «violento» y con el que intentaba retratar «la parte más fea de la raza humana; lo peor que lo masculino puede producir».
Luis Arrieta no es en realidad jamás amenazante, no al punto en el que pudiéramos entender por qué Bárbara le tiene miedo. Tiene rasgos de masculinidad frágil, sin duda, inmaduro, por completo, pero se presenta contenido, más dispuesto a lamer sus heridas que a provocarlas. Y Bárbara López a su lado sólo se nota harta. Astiada de un hombre que es incapaz de dejarla en paz incluso en otro país, pero fuera de esa fatiga, no hay ningún tipo de quiebre, de dolor, de llama que pueda lanzar en su contra.
El clásico estilismo con el que escribe Rambert, repleto de monólogos que se encuentran entre el diálogo poético y el ejercicio literario, aquí se ven adaptados hacia lo enormemente coloquial. En ciertos momentos se vislumbra la pluma de Rambert y cuando sucede hay magia en esa batalla que no es cualquier batalla, pero una donde las palabras son cuchillos; pero en otros muchos se desvanece para dejarnos con una versión «Netflix» de lo que pudo haber sido un estallido emocional similar al de Clausura del Amor.
El trazo de Rodrigo Nava tampoco se traduce a violencia. Luis y Bárbara caminan de un lugar del cuarto a otro, sin mucho que hacer excepto mirarse de perfil de cerca o de lejos, sentarse o pararse de una cama, una silla, servirse del mini-bar, nada que sea realmente impulsivo, mucho menos repulsivo. El espacio y los objetos se sienten desperdiciados. Como si estuvieran ahí potencialmente para ser destazados, pero en efectivo, permanecen intactos, la cama destendida por que alguien durmió en ella, pero no por ningún arrebato. Lo que provoca que la hora que dura la obra se mantenga un sólo visual constante, demasiado plano para mover.
La escenografía que alude al voyeurismo, una especie de ventana a través de la cual podemos observar lo que sucede en una habitación de hotel que pudiera estar en el piso 15, es de lo más bello de Finlandia, pero otros elementos vuelven a estorbar lo que tendría que ser acción pura en palabras. Música de fondo en momentos climáticos transforma la escena en una televisiva, que pareciera querer cubrir a los actores en vez de dejarlos explotar, y una transición sumamente larga entre lo que podríamos llamar acto I y acto II mata el ritmo y reinicia la acción casi de cero, cuando es perfectamente evitable.
Seamos claros, la historia de Finlandia se cuenta, la discusión sucede, la obra cumple, ¿pero tendría que ser eso suficiente? Los elementos están ahí volando para ser tomados y convertidos en flama, dos buenos actores, visuales interesantes, un autor que sabe lo que hace cuando pone a dos personas a sangrarse desde la yugular, sólo falta el catalizador. Acentuar esta mini guerra para que valga la pena el viaje a Helsinki y sentir que se vivió un viaje extraordinario, y no una conversación que pudo haber sido un mail.
Finlandia se presenta los lunes a las 8:45pm en el Teatro Milán.