Damien Chazelle hace a un lado lo colorido y rítmico de sus anteriores Whiplash y La La Land para entrarle de lleno al melancólico viaje a la luna de Neil Armstrong.
A no ser porque se repite la dulpa Chazelle-Gosling, del anterior trabajo del director ganador del Oscar poco se alcanza a percibir en First Man.
Esta vez Damien Chazelle toma entre sus manos la historia de Neil Armstrong y su extenso entrenamiento (y drama, mucho drama) que el ingeniero astronauta libró para dar ese primer salto en la luna y soltar el famosísimo «un pequeño paso para el hombre, pero en gran paso para la humanidad» que lo volvió una de las figuras más icónicas del siglo pasado.
Pero ahí donde varias películas de viajes al espacio y héroes americanos usan la emoción y el triunfo como línea narrativa, Chazelle elige la pérdida y melancolía como punto de partida de su historia y convierte a Neil Armstrong en una figura apesumbrada y dolorosa, continuamente rodeado de muerte y tragos amargos que hacen de su viaje a la luna no una victoria, pero una catarsis de liberación prácticamente tanatológica.
En pleno 2018 pensar en viajes al espacio es prácticamente glamuroso, pero a finales de los 60 donde First Man toma lugar, un lanzamiento en cohete era básicamente un volado para los tripulantes donde las probabilidades de aterrizar con vida eran indudablemente más bajas que las de perecer en el intento.
Es en esa estadística en la que está atrapado el Armstrong de Ryan Gosling, obsesionado con lograr llegar a la luna, pese a que eso implique probablemente no regresar y dejar a su esposa Janet viuda y a sus dos hijos pequeños huérfanos. La decisión la tiene tomada y su familia lo apoya, aunque eso les carcoma el corazón y tenga a Janet arrancándose las uñas de angustia cada que él sube a una nave tan siquiera a hacer pruebas de vuelo que ponen en peligro su vida igual que saltar de un avión sin paracaídas.
La película entonces toma un ritmo lento y sombrío, a momentos incluso contemplativo, en donde hace uso de la excelente fotografía de Linus Sandgren inspirada en la textura de los 8mm y la música retro de Justin Hurwitz (también de La La Land) para volverse casi un documental, lejos, muy lejos del cardiaco tono de Whiplash o la alegre y emocional sensación que deja La La Land.
La que hace mejor uso del tono moody de la historia es sin duda Claire Foy, que se roba cada cuadro en el que aparece como Janet Armstrong y hace magnánimas sus escenas de dolor y angustia, otorgándoles un valor único y vulnerable que la convierten en el personaje más memorable (y relacionable) de la película.
First Man es bella y dolorosa como un poema inspirado en la pérdida, pero para los fans de corazón de Damien Chazelle tal vez se pueda sentir como un paso demasiado lejos de lo que el director había establecido como su propuesta, y en ese sentido una cara completamente desconocida a la que cuesta trabajo acostumbrarse. Un viaje a la luna que a momentos se siente como estar flotando en el espacio donde el sonido es incapaz de transitar y lo único que se alcanza a ver son pequeños puntos flotando a lo lejos en la calma más absoluta pero perturbante posible.