Una de las cosas más sorprendentes en una película en todo 2017 fue la revelación al final de Split en donde resultaba que David Dunn, protagonista de Unbreakable, formaba parte del mismo universo. Este twist, muy característico del director de ambas películas, M. Night Shyamalan, dejó a todos los que conocíamos al personaje con muchísimas ansias por ver qué podía seguir con la historia. Un par de años más tarde estrena Glass, la tercera parte de esta inesperada trilogía, que lamentablemente no logró cumplir con las expectativas.
Glass comienza cumpliendo con esa promesa implícita al final de Split, en donde un David Dunn (Bruce Willis), ya 19 años más veterano, trabaja a la par de su hijo para dar con La Horda (James McAvoy y sus diferentes personalidades) que ha capturado a sus siguientes víctimas: cuatro jóvenes porristas.
La dinámica entre David y su hijo (Spencer Treat Clark) es de lo más grato de la película. Existe un historial y un trasfondo muy interesante entre ellos después de los eventos transcurridos en Unbreakable. Y la película lo demuestra en la forma en la que dan con el paradero de las porristas y consecuentemente, el enfrentamiento inicial con La Horda.
Esa satisfacción, sin embargo, dura aproximadamente diez minutos. Porque después de eso nuestros tres personajes principales acaban encerrados en un hospital psiquiátrico –ah sí, Mr. Glass (Samuel L. Jackson) también termina ahí– para que la Doctora Ellie Staple (Sarah Paulson) los psicoanalice.
El objetivo inicial de esta doctora es descubrir por qué es que estos hombres delirantes creen que son superhéroes. Y uno de los métodos que utiliza es tratar de explicar «científicamente» los sucesos que han llevado a estos tres a pasar por seres sobrenaturales. Sembrando la duda en ellos, para que al final acepten que no tienen superpoderes y … ¿regresen a la sociedad? No lo sabemos.
Claro que resulta que encerrar a los tres en un mismo edificio termina por probar no haber sido tan buena idea para que la película mantenga una noción de trama.
Si hay algo que se le debe aplaudir al director M. Night Shyamalan es que se arriesga a hacer una secuela que inevitablemente iba a poner en regla nuestras arbitrarias expectativas. Es lógico que a Hollywood se le hubiera ocurrido plantear una secuela después de Split, a la Marvel/DC, porque ya sabemos que la audiencia ama los enfrentamientos entre gente superpoderosa, pero M. Night Shyamalan decide quebrar un poco el molde y tomar una ruta alternativa.
Sin duda alguna, lo mejor de Glass es James McAvoy de vuelta en el papel de La Horda. Shyamalan aprovecha la cinta para mostrarnos a otras más de sus personalidades (las de Split no fueron suficientes) y aprovecha la pericia de su actor al que hace cambiar de un segundo a otro de «personaje». Vaya, en una de ésas hasta habla español. Y en el disfrute de su talento, se encuentra lo más increíble de Glass.
Hablando de carisma, Samuel L. Jackson regresa a su papel del supervillano, Mr. Glass. Y es como si estos 19 años nunca hubieran pasado. Él y su personaje rescatan un poco el leeeeeeento segundo acto de la película. Samuel L. Jackson siendo su mejor Samuel L. Jackson.
También regresan tres personajes de las películas anteriores que algo tienen que ver con los protagonistas. El hijo de David Dunn, la chica sobreviviente de Split (Anya Taylor-Joy) y la mamá de Mr. Glass. ¿Qué función cumplen para la trama? Confundir al público. Samuel L. Jackson tiene 71 años. ¿Cuántos años puede tener su mamá? Pero, hablando en serio, el único con una función ahí es el hijo de David. Y esta función acaba al momento en que encierran a su papá en el instituto. Después se vuelven ruido de fondo.
Una de las peores cosas que tiene Glass es que está llena de diálogo sobre-expositorio, y de una cosa muy extraña que solo se podría denominar como auto-crítica/análisis en tiempo real. Este tipo de diálogo no es nuevo para Shyamalan, ya lo había usado en Unbreakable, con Mr. Glass, y extrañamente en Lady In the Water con el crítico de cine. Pero en esas ocasiones pasadas lo que lo hacía funcional era que estaba cercado a un sólo personaje. En Glass lo hacen todos al punto de parecer auto-sátira.
Dejando un poco al lado la inconsistencia narrativa, el lado técnico sí parece estar manejado con precisión. La fotografía es casi perfecta, excepto por esos POV en plenas escenas de acción que parecen realizados con una GoPro colgada al pecho de algún actor. Recurso que rápidamente se agota dentro de la película y que resulta más extraño que llamativo.
West Dylan Thorson regresa de Split para hacer el score de Glass y combinar violines con notas muy graves que parecen cánticos guturales y que funcionan muy bien con la película. También por ahí hay unos cameos de los icónicos temas de Split y de Unbreakable que los intensos como uno escuchan y se llenan de nostalgia.
Y si pensaron que no había twist en ésta, pues sí lo hay, es una película de M. Night Shyamalan, pero llega muy al final y mucho después de que la gran mayoría de nosotros dejó de importarle la trama.
Miren, al final del día, si no le prestas mucha atención es una secuela rara, con un segundo acto lentísimo y lleno de diálogo bizarro, y un final un poco anti-climático. Pero con actuaciones buenas, una cinematografía estética y con un par de escenas de acción interesantes. Definitivamente es una película a la que le puedes encontrar entretenimiento, que sin llegar al lugar en donde aterrizan las dos anteriores, tampoco arruina por completo la trilogía.
Se aprecia inmensamente que el director quisiera hacer algo diferente e inesperado. El que no arriesga, no gana. Solo que a veces de cualquier forma te toca perder.