Michael Haneke, además de ser un excepcional cineasta, es un agente provocador de primer orden. En su más reciente filme, ‘Happy End (Un Final Feliz)’, su estilo característico se deja sentir en todas las escenas al mostrarnos a los Laurent, una familia aparentemente perfecta de la alta burguesía de Calais, que tiene una plétora de secretos tortuosos.
Todo lo vemos a través de los ojos de Eve, la nieta de 13 años (una formidable Fantine Harduin) que recién se ha instalado con la familia y observa al patriarca, Georges (Jean-Louis Trintignant), quien en vísperas de su cumpleaños número 85 planea quitarse la vida para reunirse con la esposa que se le adelantó (obvios ecos de ‘Amour’).
Al mismo tiempo, su autoritaria y muy chic hija mayor Anne (Isabelle Huppert) busca resolver un problema legal que afecta al negocio familiar, que se complica cada vez más sin que pueda evitarlo. Mientras tanto, el padre de Eve, el desorientado y caprichoso Thomas (Mathieu Kassovitz), recién casado con la inocente y virginal Anaïs (Laura Verlinden) vive en un mundo de mentiras, sadomasoquismo e infidelidades.
Conociendo al autor, sabemos que el final no será necesariamente uno “feliz”. La película exhibe la indiferencia desalmada de la clase alta que todo soluciona con dinero. A pesar de su abundancia de bienes materiales llevan existencias faltas de afecto. La depresión del más anciano y la más jovencita es el filtro a través del que percibimos la historia, mientras el cineasta se vale de diversos formatos visuales para cimentar su realidad del modo más directo.
Isabelle Huppert y Jean-Louis Trintignant, como es natural, ofrecen actuaciones excelentes, si bien, es difícil conectar con sus personajes o sentir empatía por las situaciones en las cuales se ven envueltos (especialmente ella, que de una manera, supongo propositiva, se instala en villana de telenovela). La cosa distinta es con Eve, frágil y quebradiza, siniestra y tierna, que finalmente lleva al espectador a ser el testigo directo de una secuencia climática sublime, macabra e irónica, captada por el ojo electrónico de un smartphone.
Para ser una cinta de Haneke, se trata de un filme accesible y hasta entretenido, pero a veces su narrativa es tan fría y calculada que resulta muy difícil que estos personajes, con la excepción de Georges y Eve, nos importen realmente; y cuando en una película como ésta se da una desconexión, es muy difícil recuperar cualquier sentimiento para con ella, y su indiferencia puede ser contagiosa para el espectador casual, mientras que los fans de Haneke encontrarán en este retrato de familia al borde del abismo un postre delicioso, vistoso, aunque de sabor efímero.