La nueva cinta mexicana sobre el folclore de las bodas y los personajes en los que nos acabamos convirtiendo en ellas se sale del molde del género y nos entrega una comedia que se siente fresca, divertida y novedosa, aunque no precisamente perfecta.
Que gusto da ver un poster de una película mexicana donde los protagonistas no sean Martha Higareda, Mauricio Ochmann o Adrián Uribe. No que esté mal que ellos sean nuestras estrellas nacionales, pero la primera bocanda de aire fresco que sale de Hasta Que La Boda Nos Separe es sinceramente su elección de casting. Caras nuevas, talentos por descubrir, gente de teatro y no forzosamente caras bonitas forzadas dentro de una historia que no les corresponde.
Al frente de Hasta Que La Boda Nos Separe están los novios, Gustavo Egelhaaf y Diana Bovio, como Daniel y María, una pareja de lo más normalita que van viendo sus sueños de una boda perfecta frente a la playa destruidos, conforme la familia se involucra en planear la fiesta y la ceremonia, y ellos se ven obligados a tomar la decisión de realizar dos bodas en el mismo día para poderse dar un poco de gusto. Por supuesto que nada les sale bien y ambas bodas acaban siendo el desastre prometido en el póster.
La película es un remake de una cinta rusa llamada Kiss Them All, y utiliza el formato mockumentary para darle ese toque The Office que resulta tan divertido (y novedoso dentro del género). Esta no es una comedia romántica llena de clichés que ya tenemos aprendidos de memoria, es más una farsa sobre la familia mexicana, la clase de festejos a los que estamos acostumbrados -donde el tequila corre más que el aire y acabamos bailando canciones como el gallinazo a la menor provocación- y la tonta importancia que le damos al qué dirán.
Gustavo y Diana resultan de lo más tiernos como los novios que son creadores y víctimas de su propia tragedia; una elección de protagónicos que no sólo se siente fresca, pero que además funciona increíble a nivel de química; pero son otros personajes los que se acaban llevando la película. Héctor Holten como el controlador y un tanto naco de gustos padre de la novia, se adueña de muchos de los momentos memorables -especialmente ese discurso antes de ponerse a cantar María Bonita; Norma Angélica como la madre del novio es ideal como eeese tipo de señora al que ya estamos acostumbrados a llamar simplemente «una tía», y el otro súper triunfo de la cinta cae en hombros (increíble, pero cierto) de Adal Ramones, quien se interpreta a él mismo dentro de la película y al hacerlo se presta para crear un rolling gag que no sólo es de lo más gracioso de la cinta, pero francamente esquizofrénico. De la mejor manera.
No todas las piezas, sin embargo, caen en su lugar. Roberto Palazuelos se repite como el único personaje que en apariencia sabe hacer, el de un mirrey, pero en esta ocasión, en una película llena de gente a la que la comedia le sale de una manera tan natural, el Diamante Negro se siente forzado y de diálogos memorizados; y el estilo mockumentary acaba jugando en contra del ritmo narrativo cuando el director Santiago Limón se ve sobrepasado por el formato y acaba llenando huecos con montaje tras montaje de gente bebiendo, bailando y vomitando, que resulta divertido y funcional los primeros cinco minutos, pero después es únicamente repetitivo y cansado.
Al final, Hasta Que La Boda Nos Separe no es la comedia que vino a revolucionar el género en México, pero sí un proyecto loable, entretenido, ligero y fresco que se agradece en la cartelera nacional.
No olvides tú también calificar la película con las estrellas aquí abajo. ¡Queremos saber tu opinión!