Para ser una obra inspirada por el teatro vacío donde por 30 años se presentó la Dama de Negro en Londres, y cuyo estreno en 2010 en Liverpool prohibió a menores de 15 años entrar a la función y prevenía al resto de los asistentes a acceder bajo su propio riesgo, la puesta en México de Historias de Fantasmas se queda realmente cortita en dejarnos con el corazón a medio paro cardiaco.
Donde unos ven una puesta de terror, fantasmagórica y escalofriante, Miguel Santa Rita, director del montaje en el Nuevo Teatro Libanés se enfoca en los fantasmas que cargamos a través de la culpa y el dolor. Muy válido porque es en definitiva uno de los grandes mensajes del texto de Jeremy Dyson y Andy Nyman, pero al dotarla de un entero toque extra humano, pierde cierto ectoplasma que es el que nos haría rechinar las uñas en la butaca.
Sin entrar en mayores spoilers, Phillip Goodman (Poncho Borbolla) se dirige a la audiencia rompiendo la cuarta pared como si fuéramos asistentes a su conferencia sobre la inexistencia de seres sobrenaturales. Con esta charla él pretende demostrar que lo esotérico no es otra cosa más que proyecciones de nuestros propios miedos a los que necesitamos encontrarles explicaciones, y para hacerlo hace uso de diapositivas que proyecta en una pared en el escenario, con las que se burla de manera irónica del ingenuo pensar de aquellos que creen en lo sobrenatural.
Pero hay tres casos que lo conflictúan, y cada uno de esos tres casos se presenta en el escenario, a manera de narradores de su propia historia de fantasmas. Uno, el de un velador nocturno (José Sefami) que en una guardia se ve acosado por lo que parecen ser maniquíes que se mueven solos; otro el de un joven (Miguel Tercero) que regresando de una fiesta tiene un encuentro inexplicable luego de que el coche se le pare en medio de la nada, y tres, el de un esposo (Alfredo Gatica alternando con Nacho Tahaan) en espera de la llegada de su bebé, que se topa en el cuarto del próximo recién nacido con una terrible premonición.
La historia tiene más que contar, porque resulta que éstas no son las únicas historias de fantasmas, pero no iré más para allá. Lo que es cierto es que mucho del ambiente que Santa Rita, ayudado por Matías Gorlerlo en la iluminación y Aurelio Palomino en la escenografía se presta a lo tenebroso desde el primer segundo. En último plano una cortina de almacen deja entrever una serie de maniquíes abandonados, mientras al frente, una plataforma lleva a una pared que sirve de pizarra, pero además se abre para dejar entrever ciertos otros elementos que complementan cada una de las historias.
La luz azulada, empalidece a los actores dejándolos blancos espectrales, y de una manera muy inteligente, rota continuamente creando la idea de movimiento, que en última instancia tiene mucho sentido con lo que la obra tiene para revelar. Hay un concepto pensado e ingenioso.
Las actuaciones son puntuales. Narraciones de campamento de una historia macabra, posteriormente actuada para recrear el clímax del cuento. Pero hay algo en todo este conjunto que no termina por crear tensión.
Tal vez es el excesivo uso de humo, que siempre opacará la vista y no deja de ser un recurso predecible y poco ostentoso, o tal vez es precisamente que en la iniciativa de Santa Rita de no llevar su montaje a perder humanidad, las sorpresas no dejan de ser personas notoriamente encapuchadas en sudaderas negras que funcionan en papel, bajo el esquema de lo que los autores tienen que decir, pero en escena son de impacto reducido.
Y el final tiene un problema. Sin entrar en ningún tipo de spoiler, la realidad es que Historias de Fantasmas en México no logra cerrar de manera contundente y precisa. Confuso y desatinado en sus «wow moments», los últimos 20 minutos del montaje no llegan a alacanzar el nivel de onirismo necesario para que aquello que se ha ido construyendo durante toda la obra culmine en un enorme escalofrío de realización. El cierre que tendría que ser un respiro sostenido en el aire, pasa un poco sin pena ni gloria en una nube borrosa que deja más huecos que respuestas.
Entonces Historias de Fantasmas se enfrenta con un desequilibrio en la balanza. La premisa es más filosófica que metafísica, y eso es una realidad. Los autores nos pretenden encararnos, demostrarnos que da más miedo lo que cargamos por dentro que lo que acecha por fuera. Y en ese sentido, lo que la compañía de Historias de Fantasmas hace en México es claro y pertinente. Pero no deja de ser una obra de terror. Y el género tiene reglas y expectativas. No es por nada que sea precisamente la Dama de Negro la única que tenemos todos en la cabeza cuando pensamos en teatro de horror, porque ninguna otra realmente ha logrado hacernos saltar del asiento. Historias de Fantasmas no lo hace. Probablemente tampoco lo pretende, pero hay algo inevitablemente decepcionante en entrar a este mundo visualmente perturbante, con la expectativa de gritar y cerrar los ojos, y quedarte sentado con los nervios en paz.