La nueva obra de Richard Viqueira, Hombruna, cuenta la historia de Juana Barraza, «la Matavajiejitas»… -¿o debería decir «el» porque en los medios por mucho tiempo se refirieron a ella en masculino?- desde un lugar donde la asfixia y el oxígeno cobran un lugar importante, no sólo para entender la manera en la que ella arrancaba vidas, pero también como sus propios pulmones estaban necesitados de aire.
El auditorio del Teatro Helénico se llena de bruma mientras el suelo en el escenario se abre y un enorme globo, que parece una luna, aparece en medio de una manera futurista. Atrapada dentro del globo hay una mujer vestida entre luchadora y patineta, con la cabeza completamente metida dentro del látex sin poder respirar. La mujer se golpea de un lado al otro del piso tratando de deshacerse de la trampa que la deja sin aire, pero no es sino hasta que logra reventarlo que toma una bocanada y se presenta frente a nosotros Juana Barraza.
Desde ese momento, el aire se vuelve el segundo protagonista un escena. Un elemento con el que la actriz, Valentina Garibay, juega constantemente, ya sea en globos, muñecas inflables o su misma necesidad de aire… de tenerlo y de arrebatarlo.
La historia sucede casi de manera lineal, excepto por un par de saltos en el tiempo. Juana es una luchadora de lucha libre amateur obsesionada con las llaves de asfixia. Su vida no ha sido sencilla, fue violada de niña y perdió a un hijo a causa de un crimen de odio. El aire que respira no está limpio y en ella comienza a crecer la necesidad de robárselo a alguien más.
Luego de probar prácticamente asesinando a una de sus compañeras de la clase de lucha libre, apretando su garganta con sus muslos hasta dejarla inconsciente, Juana intensifica su necesidad de robar oxígeno vital cuando hace una visita furtiva a la casa de una anciana, una casa donde los retratos de su juventud parece seguirla, y donde ella espera a que la mujer se duerme para acercar las manos a su cuello y apretar… y apretar… y apretar hasta dejarla sin vida.
El texto no es especialmente revelador, si bien sí tiene un par de momentos sumamente grotescos y apabullantes, pero la maravilla de Hombruna es la manera en la que Richardi Viqueira (director e iluminador) contrasta la suciedad en la vida de Juana con una puesta perfectamente limpia, estilizada y virtualmente capaz de robarle la respiración a cualquiera.
Desde el momento en el que Juana aparece con el globo en la cabeza y hasta que se pone una gabardina color rojo para matar, y finalmente infla un globo carmesí para representar su propia asfixia en prisión, Hombruna se transforma en un banquete visual donde sólo los seguidores de luz revelan los momentos álgidos de su oxigenación.
Futurista y brillante como una luna llena, los globos blancos llenan de luminosidad cada escena, mientras en la narrativa se describen actos imperdonables y verdaderamente decadentes, un contraste que nos hace recordar la manera en la que Juana lo único que quería era ser famosa y salir en la televisión por su arte en la lucha libre, pero terminó siendo conocida por su movimiento más atroz.
La falta de femeneidad de la protagonista se vuelve otro más de los elementos con los que el texto juega para esclarecer el hecho de que el mundo del crimen le pertenece generalmente a los hombres, y como una, como mujer, tuvo que haber nacido con una piel curtida, mucho más masculina que la de otras, para sobrevivir a una madre que la vendía por cerveza y una abuela que la encerraba y la dejaba sin aire para castigarla desde chiquita.
Hombruna es una obra que se recibe con los ojos y con las visceras. Por un lado un buffete de una belleza esplendorosa representado principalmente por el aire que nos da vida, y por otro, el quer atañe al estómago, escena tras escena de cruda realidad donde no se necesita tener unas manos al cuello para sentir que el aire se nos escapa. Una obra cruda y bella sobre uno de los personajes más conocidos del true crime en México, que al final te deja con ganas de llenarte de aire a bocanadas en cuando sales del teatro.
Hombruna se presenta los viernes, sábados y domingos hasta el 11 de octubre en el Teatro Helénico.